Evocando a Ernesto Lecuona
14 de febrero de 2014
|Cuando se me encomendó realizar el catálogo de obras de Ernesto Lecuona, publicado después por la SGAE, tuve que investigar mucho ya que este gran músico cubano no era nada organizado son sus partituras. En esa labor de búsqueda, descubrí aspectos inéditos en la vida personal y musical del maestro; numerosas anécdotas, entrevistas, críticas… Algunos de esos hallazgos, compartiré ahora con usted.
Respecto a “La flor del sitio” (zarzuela compuesta en 1929, con texto de Gustavo Sánchez Galárraga), contaba Lecuona lo siguiente, relacionadas con el estreno.
“Comenzamos el ensayo general con una hora de retraso porque el archivero, como siempre, distraído, llegó tarde al “Auditórium”. El nerviosismo entre músicos y artistas era grande. Cuando al fin llegó el material de orquesta, iniciamos el ensayo y, al terminarlo, el archivero lo recogió para llevarlo de nuevo al teatro y a la hora de la función colocarlo en los atriles del director y de los integrantes de la orquesta. Pues bien, ya eran las nueve de la noche y el teatro estaba lleno. Primer timbrazo. Segundo timbrazo. Tercer timbrazo. Y cuando me disponía a ir al piano, pues la instrumentación estaba arreglada con adornos y solos de piano, subió al escenario el delegado de la orquesta y, tan pronto vi su cara, adiviné que algo pasaba y, en efecto: la música no estaba en los atriles. ¡Aquello fue como una bomba!, pues ya se habían apagado las luces y el público esperaba en silencio que se abriera el telón. Todo el mundo estaba tenso y entonces le dije a alguien que le ofreciera disculpas a los presentes por la demora, mientras todos empezamos a buscar las partituras que no aparecían. Entonces un cantante, como iluminado, dijo: “¡Maestro, el material debe estar en su casa!”, y hacia allá envié a un mensajero en mi automóvil, quien regresó con las manos vacías. Pero como yo no quería suspender la función, les pedí a cantantes y coristas todas las partichelas que tenían y las distribuí entre algunos músicos de la orquesta, pues no alcanzan para todos. Y Roig (el director de la orquesta) me dijo: “Si no hay instrumentación, no te hago falta”. Le pedí a la virgencita de la Caridad del Cobre que me ayudara, y la obra se desarrolló sin tropiezos. Incluso, se repitieron varios números, entre ellos “Canto Indio”, interpretado por Maruja González. ¿La orquestación?… No apareció nunca, y el archivero juró y juró que él la había clocado en los atriles.”
Las anécdotas relacionadas con Lecuona son muchas: algunas divertidas y otras trágicas, y aunque ese espacio no alcanza para mucho más, le contaré una breve en la que se evidencia –como en la anterior- que para Lecuona no existía dificultad imposible de vencer.
En uno de los recitales ofrecidos por el maestro para la Sociedad Pro-Arte Musical, no llegaron a tiempo los programas.
“Como había que encontrar una solución rápida, pedí al encargado del escenario, una lata de pintura negra y una brocha y, personalmente, tracé en hojas grandes de papel, los títulos de las obras que iba a tocar en la primera parte. Pegué las hojas en cartones, y se colocaron éstos en un atril que, disimuladamente se sacó a escena y así el público se enteró. Era la primera vez que esto se hacía en Cuba, pero parece que gustó, porque después he visto en varios escenarios, utilizar el mismo sistema”.
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