Espacio robado
22 de julio de 2016
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A una edad en que los niños gritan, corretean y alborotan, muchos permanecen como hipnotizados frente al televisor. No son “superdotados”, simplemente, desde la cuna miraban los colores y movimientos de la pantalla, lo que fue creando esa especie de adicción, mientras sus padres, quizás, disfrutaban de la misma programación televisiva, o simplemente, se dedicaban a distintas tareas hogareñas.
Cuando los amigos más cercanos señalaron que era demasiado la tranquilidad del pequeñito, se decidieron a acudir al médico para analizar tal proceder. Eran padres incapaces de comprender su responsabilidad en esa falta de intercomunicación.
El ejemplo se multiplica en muchos hogares donde la televisión es como parte de la familia, y “atrapa” la atención infantil aislándolo del medio, y por ende, de las relaciones con otros amiguitos.
Así crecen, impidiéndoles utilizar ese tiempo de jugar en grupo, leer cuando aprenden, y lo más importante, socializar con la familia y el entorno.
La pediatría identifica dos consecuencias determinantes: “falta de interacción verbal padres-hijo, y alta exposición a los medios electrónicos (televisión, videos, computadoras) con serias implicaciones en el desarrollo del lenguaje”.
Otro mal deviene la poca educación en el hogar, que repercute en la adquisición del lenguaje infantil como indicador de sus habilidades cognitivas, indispensables para la transición hacia la etapa escolar. El nivel cultural de los padres es determinante para la crianza de su prole, sobre todo, el de la mamá, por estar mayor tiempo con ellos.
Pero, no deben “cantar victoria” las familias de alta preparación universitaria, si por razones de sus responsabilidades profesionales, no realizan la suficiente interacción con el niño, tanto sentimental, como educacional.
La niñez requiere su espacio, y no es, precisamente, frente al televisor.
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