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¡Escúchame, escúchame!

4 de julio de 2014

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1¡No me dejas hablar y así no podemos llegar a  ningún lugar! Son frases que todos hemos oído alguna vez y que también hemos dicho y se da cuando dos personas están dirimiendo una  situación, ya sea personal, laboral, de vecindario o cualquier otra, y tenemos algo que decir al otro que nos interrumpe, por regla general en tono y con palabras violentas. ¿Por qué pasa esto? Pues porque el interlocutor hablador y sordo ya tiene una opinión al respecto, o por lo menos cree tenerla, o sea, ya posee un criterio sin haber permitido que el otro o los otros expongan sus puntos de vista. Un ejemplo que es muy típico es el de la posible infidelidad y una situación cualquiera relacionada con esto es la del hombre que tiene en la cartera un paquete de condones y la esposa lo descubre y para ella hay suficiente evidencia y está segura de la infidelidad y allá va la discusión, no permitiéndole al marido que hable y en su monólogo furioso se pueden escuchar palabras como ¡Ya sé lo que me vas decir! ¡Que no sabes de donde salieron, que son de un amigo tuyo o cualquier otra mentira y lo cierto es que son tuyos porque andas por ahí con otra mujer! No tengo que decir más, porque estoy segura que también todos nosotros hemos oído algo así, ya que esta situación se repite en diferentes escenarios y por diferentes “evidencias” ya sea porque el marido tiene condones en la cartera, como si llega tarde, o tiene un olor a perfume sospechoso. Lo cierto es que esta mujer no oye, está cerrada al diálogo. ¿Y por qué no escucha? ¿Por qué no le da espacio a que el otro exponga sus criterios? Claramente está convencida de la infidelidad, cuando es posible que el marido tenga una respuesta totalmente plausible y que no tiene nada que ver con la infidelidad. Yo, por ejemplo siempre tenía en mi cartera condones porque era la responsable de cátedra de Educación Sexual de la facultad de Ciencias Médicas donde trabajo y los tenía a mano para dárselos a mis estudiantes y educarlos  en el tener sexo protegido, para darles a mis hijos, a amigos infieles (ja, ja, los engañé). Pero broma aparte, eso es una explicación lógica y lo importante es el hecho de que existen  criterios diferentes y  es muy dañino tener ideas preconcebidas que son a la postre, prejuicios, por lo que hay que educarse en la escucha activa, lo que significa que hay que permitirse uno mismo estar abierto a oír, escuchar, atender lo que otros tienen que decir, aún cuando estemos muy enojados, o tengamos la certeza de tener la razón (puede ser cierto que el marido tiene condones porque es infiel) pero no se puede desperdiciar la oportunidad de asegurarnos, de dar espacio a otro punto de vista, lo cual lleva a un desarrollo cognitivo, o sea, nos entrena a ver los asuntos desde perspectivas diferentes, lo cual permite acumular experiencia, aguzar los sentidos, aumentar nuestras capacidades de reflexión y análisis. Pero la escucha activa no es de ninguna manera eso que hacen algunos de “bueno, habla, pero no me vas a convencer”, acompañándolo con cara de aburrimiento y poniendo los ojos en blanco, porque realmente esta persona no está escuchando nada, tiene estéril un bloqueo auto impuesto, y cuando el hombre termina de explicar que los condones se los compró al hijo adolescente, la mujer, que realmente no ha prestado atención, se mantiene en sus treces y hasta al divorcio se puede llegar. Escuchar antes de darse explicaciones uno mismo sin que el otro tenga oportunidad de expresarse, es un buen ejemplo de que estamos dispuestos a escuchar de verdad, que al oír tenemos una postura activa, analizando los argumentos de otro y que no nos atrincheramos en nuestra supuesta verdad absoluta. Eso es la escucha activa y es muy beneficiosa porque entre otras utilidades potencia nuestras emociones positivas y evitamos las descargas de adrenalina que trae la desconfianza, el desacuerdo, la supuesta agresión en fin, que nos hace más dignos de pertenecer a la especie del Homo Sapiens.

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