Errores humanos y perrunos
28 de mayo de 2022
|Del patio la perra venía con algo en la boca. Lo depositó a sus pies. El animal lo confundiría con uno de sus pañuelos, pensó el anciano. Nunca sabe uno hasta dónde un animal puede conocer el gusto de su dueño. Suponer que ese trapo de colorines pertenecía a la casa, que él o su mujer podían tener un pañuelo tan estrafalario… Extrañado lo contempló. No podía ser un pañuelo, ni una especie de bufanda veraniega. Era más largo que ancho. Y en las partes finales se adelgazaba como si sirviera para hacer un nudo. “La cosa” lanzada por el viento, pertenecería a algún balcón del edificio colindante con el patio de la casa. Quizás, pertenecería a una niña, a la muñeca de una niña.
Hambriento estaba de compañía, de las ternuras de su vieja. La mujer pasaba unos días en casa de la hermana y la soledad le estaba siendo pesada. Quiso refugiarse en la idea de que aquel trapo colorido era de una niña, que estaría llorando por él. Y sintió lástima por la pequeña.
Aferrado a esa ensoñación, se dirigió al patio. Por la ausencia de la vieja, estaba obligado a lavarse sus cosas. Así que lavar la tela caída, ya no le decía trapo, no le resultaría engorroso. La lavó con esmero. Hasta empleó un poco de detergente. La colgó y feliz por lo que pensaba era un acto caritativo, volvió a su sillón a continuar la siesta del almuerzo que no duraría mucho tiempo. La madre de la niña vería la tela desde su balcón y vendría a reclamarla. Tal vez, hasta traería a la niña.
Se despertó asustado. Un grito estentóreo y los golpes en la puerta, eran los causantes. La adormilada perra a sus pies, lanzó ladridos de peligro. Más rápida que el amo, estaba en la puerta cuando su amo, a su paso de ochentón, llegó. Con cierto susto, pero con la prevención dada por los años y las noticias, abrió con cuidado la puerta. En la cara le rebotó el grito femenino. ¡Oiga, viejo, ese tope que estaba en el patio, es mío! Y sin miedo a la asombrada perra, entró en la sala sin siquiera pedir permiso. Anonadado el dueño y sin saber que era un tope, no contestó y no recibió tiempo para preguntar. La muchachita, apenas tendría unos quince años, siguió adelante con un nuevo grito: ¡Aguante a la perra, que si me toca, lo acuso en la policía! El aludido comprendió entonces, al observar la estrecha tela que apenas cubrían los saltantes senos, a lo que se refería la adolescente.
Sin pronunciar palabra, abrió el paso, sabiendo que la atrevida marcharía detrás.
En el patio, ella fue directa a la soga, tomó el llamado tope y al pasar por la mata de naranja agria, arrancó varias y haciendo de ese trapo una jaba, las depositó. Ya con la puerta abierta, la atrevida se viró y con voz dulce ahora y mirándolo a los ojos, le dijo: “Viejo, tienes una casa muy linda”. En ese instante, la perra con ladridos alegres salía a recibir a su ama. La anciana a paso de vejez se acercaba. La muchacha con su bulto de naranjas y su tope movedizo le pasó por al lado, ignorándola. Con ojos interrogadores y el ceño sufrido, la bienvenida a mala hora llegó a la puerta. Clavó sus ojos en el compañero de los años. Y el aludido a su vez miró a la perra pidiéndole que explicara la escena.
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