Ernesto Lecuona-Epistolario (XLII)
10 de junio de 2016
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En librerías de la capital y provincias cubanas se encuentra a la venta la segunda edición de nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, que, publicada por la editorial Oriente, de Santiago de Cuba, se diera a conocer en la edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana 2014
Y para que los lectores de esta sección aprecien el contenido del aludido título, continuamos en De Ayer y de Siempre la inserción de gran parte de las epístolas que integran la aludida obra
Viajera incansable
Rita grabó muchísimos discos. Su nombre se colocaba tan alto que difícilmente podría caer. Fue a España. Trabajó con la compañía de Eulogio Velasco en el Apolo, de Valencia. Estrenó una opereta: Malvarrosa, con música del maestro Pablo Luna, autor de Molinos de viento, Asombro de Damasco, etc. Al propio tiempo estrenó obras mías.
Dio recitales en Madrid. Después pasó a París en compañía de Sindo Garay y su hijo Guarionex. Ya empezaba a llevar en su repertorio las estampas musicales del maestro Moisés Simons, autor de El manisero.
Yo, orgulloso, seguía los éxitos de Rita.
En otros momentos tuvo intervención en compañías teatrales mías. En dos de ellas, debutó con obras bien diferentes: La revoltosa, pimentoso sainete lírico madrileño, y Rosa la China, de Sánchez Galarraga y mía.
En otra temporada mía en el teatro La Comedia, hizo La viuda alegre.
Le organicé un homenaje cuando, en ese mismo teatro desdichadamente demolido, representamos mi opereta Lola Cruz, en la que, dicho sea de paso, hizo el rol de Concha Cuesta en forma que no hemos podido olvidar.
Volvió a mis conciertos. Se repetían los éxitos en el teatro Payret. En un homenaje que se me rindió, la salida de esta genial mujer fue tan estruendosa que, al abrazarme, lloraba como un niño a quien hubieran arrebatado un juguete.
Asimismo Rita estuvo en la temporada de Agustín Rodríguez, en Martí. Y allí interpretó las más variadas obras: Cecilia Valdés, del maestro Gonzalo Roig; María Belén Chacón, de Rodrigo Prats, y María la O, de mi cosecha.
Melodías de Roig, Prats, Anckermann, Sánchez de Fuentes, Grenet, Simons y mías, fueron estrenadas en diferentes conciertos en diversas épocas por la más genial intérprete que hemos tenido.
No puedo olvidar su creación de Te odio, de Caignet.
Creó personajes radiales y de televisión.
Tocó conmigo el piano a dos manos en infinidad de conciertos.
Porque era una magnífica pianista, una “pianista de línea”, como digo yo.
Algo más
La cultura de Rita asombraba. Hablaba de todo. Asimilaba cuanto leía y oía. Además, lo que sus bellos ojos veían, no lo olvidaban jamás.
Su nombre fue siempre timbre de gloria. Anunciarla era tener el teatro lleno por anticipado.
Allí
Estuve en el hospital Curie durante su gravedad. Pasé junto a la enferma toda la mañana. Desde las nueve hasta las dos. Se distrajo mucho conmigo.
Pero yo abandoné alicaído, angustiado, aquel centro.
Me parecía imposible ver a aquella mujer tan bella, tan luminosa, que tenía risa de cascada, en condiciones de derrumbe físico.
Final
En su muerte, escribí una carta que leyó ante las cámaras de televisión Pepito Sánchez Arcilla. Envié unas flores. Las orquídeas del recuerdo.
Esta fue la última colaboración mía en la preciosa existencia de Rita Montaner.
Acostumbro a oír las noticias por la radio a las siete de la mañana. Escuché la infausta nueva. Fue como un golpe en la cabeza, en el corazón, en el alma. Se me despedazó el sistema nervioso.
Pasé todo el día con el frasquito de Bellergal en la mano.
Descanse en paz Rita Montaner. Rita la única. Rita de Cuba. Rita del Mundo.
Para mí, sencillamente, Rita… Rita Montaner. Un nombre que abarcó todo el arte.
Porque eso fue ella: ¡el arte en forma de mujer!
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