Epistolario de Ernesto Lecuona (VI)
5 de junio de 2015
|En librerías de diferentes ciudades cubanas ya se encuentra a disposición del público la segunda edición –ampliada– de nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, publicado por la Editorial Oriente, de Santiago de Cuba. La primera edición de la obra fue realizada en el 2012 por Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador.
Hoy proseguimos la publicación de pasajes del aludido texto, a fin de que los asiduos lectores de esta sección puedan conocer el contendido de la obra.
Contratada por Ramón López, vicepresidente de Crusellas y Compañía, el 28 de enero de 1938 llegó a La Habana Azucena Maizani, “la trágica del tango”, quien se presentaría en la radioemisora CMQ y el teatro Nacional, secundada por el Trío Típico Argentino, que integraban Francisco Tropoli (piano), Ernesto del Puerto (bandoneón) y Domingo Manuel Varela Conte (violín).
Paco Díaz fue nombrado representante general de la Maizani en Cuba, a donde ella vino acompañada de su entonces esposo, el compositor Rubén Francisco de Olivera, alias Tabanillo, que se autocalificaba “el catedrático del tango”.
Aunque las primeras críticas acerca de las presentaciones de Azucena Maizani en el Nacional, entre el 10 y el 20 de febrero de 1938, fueron elogiosas en cuanto a su eficacia artística, pues sabía sacar buen partido de su escasa voz hasta en los mínimos matices de los tangos incluidos en su repertorio. Pero su intenso dramatismo y el vestuario masculino utilizado por ella —en un intento de justificar letras impropias del lugar destinado a la mujer en la sociedad—, no satisfarían las expectativas del público cubano, más identificado con el arquetipo femenino y romántico que proyectaba Libertad Lamarque en sus películas.
Quizás en busca de una justificación de la ausencia del público en las actuaciones de la Maizani en el Nacional y la insignificante acogida a sus programas radiales, De Olivera responsabilizó con ello a Ernesto Lecuona y a personas allegadas al pianista y compositor, que siempre había mantenido una actitud amistosa y de sincero respeto profesional hacia la Maizani.
Aún sin finalizar las actuaciones de Azucena Maizani, expresó De Olivera desfavorables juicios sobre Lecuona ante los micrófonos de Radiodifusión O’Shea, y en una carta pública utilizó frases despectivas al referirse a los cubanos, la cual recibió de inmediato el rechazo de prestigiosos periodistas criollos.
De inmediato, en la capital del Plata se dieron a la tarea de ponerle punto final a esa calumnia numerosos amigos del autor de María la O, entre ellos su apoderado en Argentina, Julio Korn, propietario de la editorial de igual nombre. Cuando llegaron a tierra cubana los ecos de esa campaña, Lecuona no les dio importancia. En su residencia del reparto Almendares mantenía el reposado ambiente en que transcurrió toda su existencia, y si entre sus íntimos surgían comentarios al respecto, mantenía inalterables sus opiniones en torno a la Maizani, a la que, inicialmente, consideró incapaz de emitir falsas afirmaciones acerca de él.
Si bien la campaña Maizani-Olivera contra Lecuona logró mantenerse activa cierto tiempo más, solo se debió a los empeños del compositor Héctor Bates, quien desde el semanario bonaerense ¡Aquí está! fue durante meses el único hostigador del músico cubano y la emisora que lo contrató en Argentina: Radio El Mundo.
En tal contexto Ernesto Lecuona estimó que había llegado el momento de poner fin a la campaña de Héctor Bates. Distanciándose de la indiferencia que hasta entonces mostró ante ella, el mismo 12 de agosto envió una carta a José I. Rivero, director del Diario de la Marina, en la cual dejó bien esclarecidas las razones verdaderas de las insidias que contra él y Radio El Mundo publicara el periodista y compositor argentino en el semanario argentino ¡Aquí está!:
Dr. José I. Rivero
Director del Diario de la Marina
Mi distinguido amigo:
No porque me cause perjuicio, sino porque ya me aburre, deseo salir al paso de cierta campañita que tiene su origen, no en la prensa de Buenos Aires, que es demasiado seria, sino en una revistilla de cuarto orden que se edita en aquella capital, bajo el nombre de ¡Aquí está!, y donde un compositor fracasado que se llama Héctor Bates, desahoga sus resentimientos y sus amarguras. Este sujeto mantiene una campaña violenta contra la radioemisora El Mundo, porque desplazó de su elenco a su señora, deficientísima cantante; y como yo soy artista de esa radioemisora, me encuentro, circunstancialmente, en la trayectoria de sus ataques.
Por carta de mi apoderado en Buenos Aires, señor Julio Korn, que tengo a la vista, me entero de que dicho señor Bates va a ser enjuiciado por difamación e injurias contra mi persona. Reproduzco el párrafo en que se me informa al respecto. Dice así: “Le escribo esta carta para informarle que en el día de hoy hemos encomendado a nuestro abogado para emplazar a la Editorial Sopena y por ende al señor Héctor Bates a suspender sus publicaciones que viene realizando en la revista ¡Aquí está! y a la rectificación en sus manifestaciones contra su persona o, de lo contrario, iniciaremos acción judicial por injurias, daños y perjuicios. Nadie se acuerda ya de este enojoso incidente con la Maizani, pero este señor Bates lo ha tomado por sistema en su fobia contra Radio El Mundo, cosa que no toleraremos y menos en estos momentos en que se sabe en esta que la Maizani ha fracasado en casi todos los países que ha visitado y que se está aclarando la atmósfera del por qué de sus fracasos. […]”.
Y lo de menos son el tal Bates y la revistilla ¡Aquí está!. Lo lamentable es que el sujeto aquel y la publicación aludida encuentren eco en periódicos habaneros, cuyos inspiradores de seguro ignoran la escasa categoría de uno y de otra. Tan lamentable como que recientemente un señor “periodista”, para acreditar una plana de radio acabada de inaugurar, no encontrara mejor procedimiento que meterse conmigo. Como usted comprenderá, ni me querelle, ni protesté, por respetar la distancia que media entre ese confeccionador de chismecitos y yo. Porque si yo me decidiera a exigir que se prueben las imputaciones formuladas contra mí en el caso de Azucena Maizani, unas cuantas personas tendrían que dar sus carreritas para convencer al juez de que no me habían calumniado. Pero yo consideré suficiente sincerarme con el público de Buenos Aires, con la verdadera prensa argentina y con mis compatriotas. Los que usaron mi nombre para levantar informaciones sensacionales, no merecían, en verdad, ni querellas, ni aclaraciones.
Respecto a que yo esté desdeñado en México, puedo mostrar una proposición de contrato que acabo de recibir, suscrita por el señor Emilio Azcárraga, en la que se me ofrecen mil doscientos dólares mensuales, a partir del próximo septiembre.
Hoy, cierto periódico que es propiedad de un compatriota a quien consideraba amigo mío, reproduce, nada menos que en su primera plana, lo que tal vez ha salido de un rincón de ¡Aquí está!. Pero lo más terrible de todo esto consiste en que el escandalito internacional a que me refiero se fundamenta en la actitud de Rubén F. de Olivera, el cual usted sabe que dijo de Cuba que era “un país de gente sin cultura”. Y advierto que de la carta en que esta enormidad se hace constar, conservo una copia fotográfica a disposición de quien quiera verla.
Tengo el conocimiento de que ni los artistas cubanos dejan de trabajar en la Argentina ni mi música se deja de tocar tanto, por lo menos, como antes. Esto último se comprueba leyendo los programas que hace Esther Borja en la radioemisora El Mundo, o echando un vistazo a los giros que recibo, en concepto de derechos, por conducto de The Nacional City Bank of New York de La Habana. El último, correspondiente al primer trimestre del año en curso, es de dos mil trescientos cincuenta y seis pesos. Estaría muy conforme con que de todas partes me llegaran pruebas como esa de animadversión o desdén.
Debo añadir dos cosas: cuando se me ofreció un homenaje en el teatro Auditórium, hace poco, la primera adhesión que recibí fue la del señor secretario del Excelentísimo Ministro Argentino, a la que no tardó en seguir la del cónsul; y que en estos momentos José Razzano, apoderado de Charlo, me está ofreciendo un contrato de ocho mil pesos argentinos, por mes, para que actúe en una radiodifusora bonaerense.
Y aclaro que si en Radio Belgrano no se ha tocado mi música, es porque mis servicios personales están contratados y utilizados por una empresa rival. Pero cuando yo no estoy en Buenos Aires sí se ejecuta mi música también.
Espero que esta carta ponga punto final a una cuestión más enojosa por pueril que por dañina, y acalle las insidias que se quieren echar a rodar.
Le doy las más expresivas gracias por su atención a esta carta y aprovecho esta oportunidad para repetirme de usted.
Muy afectísimo amigo y su admirador,
Ernesto Lecuona
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