Entrevista al director teatral Alberto Sarraín (II)
26 de abril de 2013
|Entrevista realizada el 10 de enero de 2013
¿Por qué te vas de Cuba?
Yo era parte de una familia burguesa, mi padre era el abogado del Ayuntamiento de la Habana, la familia de mi madre eran revolucionarios del Movimiento 26 de julio, la familia de mi madre estaba muy vinculada al periodismo, los tíos de mi madre eran los dueños del periódico Prensa Libre. Todo eso dio un vuelco cuando la Revolución se fue hacia la izquierda y tomó el camino socialista, yo tenía diez años. Y, a partir de ese momento, empezó a irse mi familia. Se fueron todos. Cuando tenía 16 años vinieron los vuelos de la libertad, mi madre estaba en los Estados Unidos y nos reclamaron a todos, llegó la salida pero ya había cumplido 15 años y no me dejaron ir porque tenía que cumplir con el Servicio Militar. Mi familia decidió mandar una lancha a buscarme de forma clandestina, me detuvieron en la sala de la casa de mi tía por un delito contra la seguridad y la estabilidad de la nación. La realidad es que yo era un niño de 15 años, separado de la familia que había sido empujado por las circunstancias. Eso me marcó para toda la vida, fui a la cárcel y salí en libertad bajo la palabra, iba a dar mi firma a la estación de policía. El hecho de haber sido preso político me causó problemas, cada vez que iba a entrar a un grupo de teatro y alguien sabía de mi condena lo decía: no puede porque es preso político. A la Universidad entré de casualidad. Hice las pruebas de ingreso y de 600 personas escogieron 60, entre los que yo estaba. A los tres meses me botaron porque había sido preso político. Ha sido larga mi historia para hacer teatro y ha sido larga mi historia para graduarme de Sicología. A pesar de que mi trabajo era considerado excelente, siempre me impedían continuar por mi falta de trayectoria revolucionaria. En el 78 llegan la gente de la Comunidad, pero antes la gente no podía ni ir ni venir de los Estados Unidos. Recuerdo que un 7 de septiembre, en vísperas de la Caridad, Fidel habló y dijo que quienes habían sido presos políticos podían salir del país Ya yo había terminado el Servicio Social y estaba bien, trabajaba en Teatro Estudio y como sicólogo asesor del Grupo Extramuro, que hacían extensión teatral. Yo pensaba que se iba a arreglar la situación con la emigración, y como tenía esa carga tan pesada que me marcaba mi vida constantemente, decidí irme a ver a mi familia. Hacía trece años que no veía a mi hermana, a mi abuela. Mi madre murió durante el proceso de encarcelamiento, el día que se enteró que me habían condenado se cayó muerta.
En ese largo peregrinar por el mundo, cómo siguieron tus vínculos con el teatro
Llegué a Miami e inmediatamente comencé a vincularme a la gente de teatro. En el 79 el movimiento teatral de Miami era muy pobre, yo comencé a vincularme con el grupo Prometeo que dirigía la actriz Teresa María Rojas, que era un grupo básicamente de estudiantes. Les di algunos talleres de teatro y empecé a dirigir con ellos, y así empecé a hacer carrera, y también me vinculé con la Sicología cuando llegué allá. En el 85 me fui a Venezuela porque la situación en Miami se volvió difícil, cerrada, estaba muy marcada políticamente. Cualquier persona que pensara fuera del mainstream era visto como un cuerpo extraño, y yo me sentí muchas veces cuerpo extraño, pero eso forma parte de la condición del artista, el ser provocador. En Venezuela había un movimiento teatral fabuloso, era la época de Carlos Jiménez y Rajatabla. El presidió el jurado que me dio el premio como mejor director en el Festival de teatro breve César Rengifo. También di clases en la Escuela Juana Sucre como profesor de actuación, trabajé mucho en el teatro y trabajé como sicólogo. Regresé a Miami porque se fundó el Festival Internacional de Teatro Hispano y su director, Mario Ernesto Sánchez, me llamó para que formara parte de ese equipo. Estuve allí en el año 88, y me gané un premio para profesores de teatro que se da en los Estados Unidos, y consiste en que te vas a enseñar a un país que ha pedido colaboración. Yo me fui a Colombia, estuve allí casi dos años, en Bogotá, Cali, Santa Marta, en Manizales inauguré la Facultad de Artes Escénicas de la Universidad y trabajé mucho con la gente del Festival. Volví a ganar el premio y me fui a Chile. En el 91 me volví a Venezuela, era el momento del llamado exilio de terciopelo, llegaban los artistas que salían de Cuba por el período especial, y ahí me volví a empatar con Cuba, porque a los que salimos en el 78 no se nos autorizó a volver hasta el 93. En todo ese tiempo yo recogía información en los Festivales Internacionales, hablaba con alguna gente, otros no se atrevían a hablar con los exiliados porque era mal visto, iban gente con los grupos que impedían el contacto. En Venezuela me empiezo a vincular con la gente nueva y vuelvo a la idea de establecer en la práctica un concepto de Ana López, una profesora de la Universidad de New Orleáns, que hizo un ensayo sobre la gran Cuba, donde dice que la gran Cuba no es solo La Habana sino que incluye a toda la diáspora. La idea era hacer una obra donde hubiera gente de adentro y de afuera. Hubo un gran apoyo de los artistas, todos querían participar, todo el mundo se apuntaba. Tomás Sánchez nos regaló un cuadro valorado en 18 mil dólares para producirla, pero hubo gente a quien no le gustó la idea, y el proyecto se cayó feamente. Vine a Cuba en el 94 al Festival de Teatro, regresaba por primera vez y era como si no me hubiera ido nunca. La gente me hablaba de las dificultades materiales, que si faltaba esto, que si se caía tal edificio, y nada de eso era importante para mi, lo importante era volver a mi tierra, en cada lugar de este país estaba mi vida, mis amores, mis angustias. Aquí la gente hablaba como yo, pensaba como yo, comía como yo, se reía como yo. Y a partir de ahí empecé a venir a Cuba, se me veía con mucha sospecha, se cuestionaba de dónde sacaba el dinero para venir, yo he sido siempre un muerto de hambre. Todo empezó, poco a poco a cambiar, fue definitoria la entrevista que me hizo Omar Valiño.
Creo que fue una de las primeras entrevistas que se hacía a la gente de la diáspora
Eso fue en el año 97, salimos de una función en el cine- teatro Trianón y fuimos a casa de Carlos Pérez Peña y allí estuvimos conversando desde las 11 de la noche hasta las 5 de la mañana. A partir de ahí la gente empezó a conocerme y se entendió de otra manera mi actitud. Omar ha sido una mano amiga, a partir de ahí comenzó nuestra colaboración, pero el momento cumbre fue el Festival del Monólogo de Miami del 2001. Yo me había ganado el Premio del Pen Club de Nueva York, que se le da a la gente que defiende la libertad de expresión, fue un premio maravilloso porque tenía un importe metálico y porque me lo entregó Arthur Miller. Eran 12 mil dólares, que los gasté en el Festival del Monólogo y me llevé 35 personas de Cuba y a alguna gente de Latinoamérica. El Miami Herald lo llamó el ritual de los abrazos porque cada función terminaba con la gente subiendo al escenario a abrazar a los actores. A partir de ahí se empezaron a consolidar más mis colaboraciones. Aquí me siento en mi casa, aunque no todo el mundo me ve igual.
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