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Enrique Santisteban

27 de diciembre de 2013

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De Ayer y de Siempre estará dedicado hoy a uno de los más notables actores que ha dado Cuba: Enrique Santisteban (Manzanillo, 1910-La Habana, 1984).

Junto con sus padres y hermanos, a los cuatro años de edad Enrique. Santisteban Xiqués  vino a residir en La Habana, donde estudió bachillerato y algunos cursos de la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana. El cierre de este centro de estudios superiores por el gobierno de Gerardo Machado, en 1930, determinó que más tarde Santisteban se integrara a una orquesta, con la cual partió a una gira por países de América Latina en calidad de percusionista y cantante de melodías norteamericanas. Tras el derrocamiento de ese régimen, regresó a La Habana, pero no volvió a las aulas universitarias.
En 1938 emprendió su labor de locutor en Radiodifusión O’Shea, y el 10 de agosto del siguiente año —con la compañía de Pepita Díaz y Manolo Collado— debutó como actor en el Principal de la Comedia en la obra Anacleto se divorcia, de Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández. Sus servicios serían solicitados en 1940 por el Circuito CMQ, en el cual se mantuvo hasta la década posterior. La programación comercial imperante valoró las dotes físicas del actor y lo convirtió en el Tarzán cubano, aparte de destinarle el personaje de galán en radionovelas que lo situaron en la cima de la popularidad, entre ellas El derecho de nacer, de Félix B. Caignet. A su condición de artista favorito del público contribuyó, además, su perseverante dedicación al teatro en diversas compañías, especialmente las de Eugenia Zuffoli, Magda Haller, Mario Martínez Casado, Nicolás Rodríguez y Garrido-Piñero. En 1952 recayeron en él dos premios Talía por sus caracterizaciones en las obras Estuve una vez aquí, de John Boynton Priestley, y The Moon Is Blue (La luna está azul), de F. Hugh Herbert. Ese año recibió también el trofeo Antillana por su desempeño histriónico en la pieza Ella, él y el otro, de José M. Ramírez.
Su talento se multiplicó con creces al inaugurarse la televisión cubana, en la que trabajó como animador de programas estelares y actor a través del Canal 6 (CMQ-TV). En el último aspecto se destacó en obras de la literatura universal y en gustadas novelas. La crítica especializada y el público elogiaron sus interpretaciones de Louis Pasteur, Émile Zola, Enrique VIII, Otelo y el Jorobado de Notre Dame. Después de 1959 su presencia en el medio televisivo criollo resultó de inestimable valor en los espacios Teatro-ICR, La comedia del domingo, diferentes seriales y programas humorísticos, entre estos últimos San Nicolás del Peladero, transmitido veinte años a partir de 1963, en el que desempeñaba uno de los personajes protagónicos (el alcalde Plutarco Tuero) al lado de su más afín pareja en la escena: María de los Ángeles Santana (la alcaldesa Remigia). Paralelamente participó en varias obras teatrales, que le valieron numerosos reconocimientos, como Comedia a la antigua, de Alexei Arbúzov, protagonizada por él en 1981 y 1982, con Raquel Revuelta y la Santana, respectivamente.
La filmografía de Enrique Santisteban como actor abarcó las películas La canción del regreso (1939, Dir.: Max Tosquilla y Sergio Miró), Manuel García, el Rey de los Campos de Cuba (1940, Dir.: Jean Angelo), Yo soy el héroe (1940, Dir.: Ernesto Caparrós), La renegada (1951, Dir.: Ramón Peón), Más fuerte que el amor (1953, coproducción cubano-mexicana, Dir.: Tulio Demicheli), Ángeles de la calle (ídem, Dir.: Agustín P. Delgado), La mujer que se vendió (1954, ídem), Con el deseo en los dedos (1958, Dir.: Mario Barral), La vuelta a Cuba en 80 minutos (1959, Dir.: Manuel Samaniego Conde), Las doce sillas (1962, Dir.: Tomás Gutiérrez Alea), Aventuras de Juan Quin Quin (1967, Dir.: Julio García Espinosa), Mella (1975, Dir.: Enrique Pineda Barnet) y Los sobrevivientes (1978, Dir.: Tomás Gutiérrez Alea).
A este gran artista criollo lo rememoró con los siguientes términos  su más afín pareja de actuación en una parte del libro de memorias Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado en el 2005 por la editorial puertorriqueña Plaza Mayor:, cuya amistad comenzó en la década de los años cuarenta del pasado siglo y se intensificó en los sesenta, cuando comenzaron las transmisiones del programa televisivo San Nicolás del Peladero:
Lo conocí cuando debuté en la radioemisora CMQ, de Monte y Prado, donde era un monarca de la actuación en la plenitud de sus años mozos. Me  acercaron mucho a él las tremendas ansias de superación que me animaban, aparte de su personalidad, la cual lo absorbía a uno de inmediato. Era un ser vital, apasionado, vivaz, y uno se sentía fascinado enseguida si lo tenía cerca. Quizás al ver a su lado a una mujer que consideraban atractiva, se estimuló a brindarse como uno de mis maestros y de inmediato me manifestó una gran simpatía, principalmente a partir de nuestro trabajo teatral en la obra teatral La Bayamesa.
Así comencé a intimar con Enrique; me enseñó algunos resortes de las tablas que únicamente se adquieren con la experiencia diaria y constituyen un libro que es necesario aprenderse de memoria por aquéllos que deciden dedicarse al teatro, pues ayuda a edificar un método propio de labor artística. Sus consejos fueron valiosos, y la confianza establecida entre ambos también permitió musitarle los míos, los cuales llegaron a significar algo valioso para él que, por cierto, no era amigo de admitirle sugerencias a casi nadie.
Después, ese afecto se engrandeció con una y otra labor artística, como las temporadas de Garrido y Piñero o las de vodevil, dirigidas por Mario Martínez Casado, su presencia como animador en el homenaje de despedida que me tributaron en el Martí horas antes de irme a España, en 1951, e incontables programas compartidos en la televisión a mi regreso de ese país. Se deduce así cómo el tiempo solidificó una amistad que nos permitía conversar sobre asuntos de gran profundidad, lo cual jamás hubiese sucedido si nuestra relación sólo se hubiera limitado al quehacer teatral.
Experimenté la inmensa satisfacción de tratar a un amigo que sabía expresar la palabra sensible para alentarte a vivir sin que nada perturbase la rutina en la vida profesional u hogareña, y de trabajar en todos los medios, excepto el cine, con un artista que era uno de los de mayor lucimiento dondequiera que se plantaba: en el teatro devenía dueño del escenario, en la radio brillaba con su voz inconfundible y en la televisión descollaba su empaque en cualquier personaje, lo cual aún permite recordarlo entre los grandes de la pantalla chica. San Nicolás del Peladero nos compenetró aún más. Como su esposa y alcaldesa tomaba participación activa en infinidad de cuestiones que garantizaban el prestigio de su personaje de Plutarco Tuero y era su mano derecha durante las campañas electorales. En esos períodos, preparaba rifas de distintos animales: un guanajo, una jicotea, un pavo real, hasta una araña peluda y un cocodrilo. Para participar en la del pavo real cada persona debía donar cinco votos a favor de Plutarco; tres, en la de la jicotea y así sucesivamente… eso contribuía a que siempre se llevara la victoria en las urnas. Por supuesto, también lo ayudaba la comisión con que recorría los colegios electorales y de la cual formaba parte la guardia rural, responsabilizada con el convencimiento de los recelosos e inseguros mediante las «buenas razones» del plan de machete que ordenaba el sargento Arencibia.

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