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Enrique Arredondo: Cheo Malanga, Bernabé o el doctor Chapotín (I)

6 de diciembre de 2013

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No resulta fácil seleccionar de entre tantos artistas cubanos a los más queridos, a los más simpáticos, a los de mayor desempeño; porque han sido muchos. Pero lo cierto es que las tres características citadas –carisma, simpatía, calidad- se reunieron –como dice el colega Leonardo Depestre- en uno siempre recordado: Enrique Arredondo, quien creó personajes tan populares como Cheo Malanga, Bernabé y el doctor Chapotín.
Nacido en La Habana, en 1906, Enrique Arredondo, el mayor de nueve hermanos, debía haber sido dentista, según los deseos del padre. Pero la vida, llena de dificultades económicas, le hizo buscar trabajo, a la par que estudiaba cuando apenas tenía once años.
Fue así que se hizo mensajero, repartidor de pomos de leche en carretilla, conserje, cartero, descargador de ladrillos, pelotero, vendedor de ropa, zapatero…,  según los vaivenes económicos del país.
Pero  no pasaría mucho tiempo para que el joven comenzara su vida artística y se convirtiera, para beneplácito de su público, en el negrito, personaje vernáculo con el que consiguió un contrato por la risible suma de tres pesos, que incluyó giras por el interior del país.
Cuentan que la primera vez que Enrique Arredondo trabajó en un cine, lo hizo en el Esmeralda, en Monte y Arroyo, al que iba –recordaba él- un elementico que “le zumbaba el mango”. En esa ocasión fueron algunos artistas conocidos, pero a él, -nunca supo por qué-, lo dejaron para el final. « Entonces yo no era artista ni la cabeza de un guanajo», decía él.
El caso fue que cuando salió a escena, aquello fue terrible: las trompetillas llovían, y al terminar la función le dijeron: « Arredondo, no salgas que hay como 15 hombres que te están esperando en la puerta para tirarte del puente para abajo ».
Sucede que al lado del teatro había un puentecito, y el artista que iba allí y no gustaba, lo tiraban del puente así no más. « Estuve hasta las tres de la mañana metido en el sótano, recordaba Arredondo. Ese fue mi debut, y dije, no trabajo más en el teatro, yo no sirvo para eso».
Por cierto, cuando el artista en ciernes se fue a quitar la pintura no sabía cómo hacerlo. La glicerina con el corcho, que es con lo que se pintan los negritos, hay que quitársela con grasa. Pero él hasta piedra pómez se dio en la cara y no salía.
Así mismo tuvo que irse para la casa, a siete cuadras del lugar. « Mi madre nunca se acostaba hasta que no llegara el último de sus hijos, Cuando llegué, me tiró la puerta en la cara y me dijo: “Aquí no es”. No se imaginaba que era yo, su propio hijo».
Tal vez otro se hubiera espantado con estos comienzos. Sin embargo, a don Enrique Arredondo hoy se le recuerda como uno de los más grandes comediantes del teatro, la radio y la televisión de nuestro país, que hizo reír por igual a grandes, mediados  y chicos.

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