Enfermedad imaginaria
3 de junio de 2016
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La literatura médica describe la hipocondría como una preocupación excesiva por encontrar alguna señal que descubra que “algo” anda mal en el cuerpo. Es como la búsqueda continua de cualquier enfermedad. No es una dolencia en sí, más bien un síntoma vinculado a la neurosis obsesiva o psicosis.
Una característica de los hipocondríacos es que, aunque los médicos les aseguren que no tienen nada, ellos nos lo admiten. Y es que, justamente, el padecimiento no se encuentra en ninguna parte del cuerpo, está en su imaginación.
Esa idea fija se convierte en el centro de su vida. Pueden pasar horas estudiando las diversas partes de su organismo, ya bien funciones fisiológicas o un órgano en especial, al que palpan constantemente tratando de encontrar un abultamiento, o cualquier otro signo. Se toman el pulso, la temperatura, el número de respiraciones por minuto y la tensión arterial varias veces al día,
Buscan continuamente información respecto al supuesto padecimiento, ya bien sea en libros, artículos, o en INTERNET. Si encuentran a alguien que realmente presenta lo que ellos consideran que también tienen, indagan hasta la saciedad, y se las arreglan para aplicarse los mismos medicamentos.
Nadie puede llamarlos a la razón ni hacerles tomar conciencia de su psicosis, pues lo único que se logra es predisponerse contra quienes duden de sus malestares.
Como los hipocondríacos no creen en el resultado de análisis ni diagnósticos, inician un permanente peregrinar por consultorios, en “busca de la verdad”; ni que decir, que aún los que no creen en religión alguna, apelan a todas, averiguando sobre remedios “para lo suyo”.
Y conste, no hay fingimientos en quienes enfrentan el trastorno. Realmente, sufren de forma aguda, no solo los síntomas de su supuesta enfermedad, sino también ansiedad y depresión.
Los padres de la psiquiatría decían, que para curar la hipocondría era preciso “hurgar en las pasiones del corazón”. A estas alturas del desarrollo de la ciencia, los criterios médicos no se alejan mucho de esa valoración.
Esto se basa en las teorías que consideran un factor desencadenante: la inseguridad latente, vinculada a los primeros estadios evolutivos de la infancia. Quizás la falta de afecto en esa importante etapa de la vida, genere esa excesiva preocupación por la salud, en un intento de compensar carencias afectivas. Aunque no se descarta, que por diversos motivos, padres neuróticos lo transmitan el cuadro a los hijos.
Y es que en las relaciones humanas, puede ocurrir que los hipocóndricos influyan en la formación de su descendencia, incluso, en familiares más sugestionables; o, que por el contrario, pierdan la consideración, no solo de quienes les rodeen en el hogar, sino de la sociedad, pues llegan hasta convertirlo en motivo de burla, o simplemente, los ignoran.
Los especialistas consideran que en estos casos subyace el trasfondo emocional, por lo que es indispensable encontrar la base de la frustración, el conflicto, o los motivos que han originado esa obsesión sobre todo lo que dañe su salud.
El tratamiento se dirige a la erradicar el miedo a la enfermedad y a la muerte. Muchas veces la propia angustia producida por el pensamiento de estar enfermo, se convierte en el desencadenante de su obsesión.
Para la desaparición de estos temores, se emplea la terapia de “desensibilización” en la imaginación a situaciones temidas y evitadas, para que el paciente pueda enfrentarlas sin angustia ni pánico.
No se puede perder de vista que el hipocondríaco, al centrar su atención emocional en una determinada función biológica, termina por formar síntomas orgánicos reales, lo que se denomina (reacciones psicosomáticas).
El psicólogo hurga en la raíz del problema, y generalmente, se descubre en el adulto un bloqueado deseo de dar un viraje definitivo a su vida, pero, por prejuicios, ataduras sentimentales o económicas, mantienen un vínculo forzado, que les lleva a enfermar, de esa u otras muchas maneras.
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