En torno a un genio (II)
17 de julio de 2018
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Continúo hoy con la vida y obra del genial músico Ludwig van Beethoven, quien se vio privado de la audición, y cuyos primeros síntomas –dije en el comentario anterior– se manifestaron antes de cumplir los 30 años, e hicieron que se alejara de los demás, encontrando su mejor refugio en el bosque, donde compuso algunas obras entre las que se encuentra un pasaje de su única opera: “Fidelio”. Pero a pesar de esto, y luego de cosechar éxitos como virtuoso del piano, al principio de su treintena fue considerado como el primer compositor de Viena. Pero a él no le interesaba la fama, sino la libertad para crear y la independencia económica. Y ese amor propio creció junto con la fama, a tal punto, que cuando a la ciudad llegó el célebre Clementi y le hizo saber que deseaba visitarlo, Beethoven respondió: “¡Ya puede esperar sentado!”. Las excentricidades, las genialidades, las impertinencias a que le lleva su sordera, son causa de la ruptura de las negociaciones y de la frialdad de los aristócratas que antes le habían halagado. Incluso, hace uso de la ironía, como cuando el arzobispo le encarga música para el carrusel de una tómbola, a lo que Beethoven accede, pero acompañada de la siguiente nota: “Me gustaría saber si los caballeros también van a dar vueltas. ¡Qué chocante me resulta que Vuestra Alteza Imperial se haya acordado de mí en esta ocasión! La música solicitada llegará junto a Vuestra Alteza lo más rápidamente posible.”
Entre los rasgos más relevantes en el carácter de Beethoven está la desconfianza, que creció en la medida en que su sordera y su miopía aumentaban, y esto dañó hasta las relaciones con quienes habían sido sus amigos desde la adolescencia, como Esteban von Breuning.
Respecto al amor, aunque Beethoven no era bien parecido, su genialidad atraía a las mujeres y él tuvo varias relaciones, pero de corta duración, aunque amó profundamente a Teresa, la condesa de Brunswick; a Bettina Brentano… La sonata “Claro de luna”, los Scherzzi, las canciones…están inspiradas en el amor, y forman parte de un extenso catálogo de obras que incluyen: música para piano, partituras de cámara, la ópera “Fidelio”; “Missa Solemnis” y diez sinfonías, pues aunque sólo se habla de nueve, con posterioridad se encontró otra, a la que se numeró 0. De la Novena, el texto es de Schiller y aunque el autor estuvo presente en el estreno, no la dirigió. El público quedo pasmado ante una obra de tal magnitud, pues si su primer movimiento es un verdadero juego entre el Destino y el hombre, en el tercero se muestra a este último liberado y todo transcurre plácidamente, aunque el Destino trata de dominar nuevamente; pero la Oda a la alegría es como un triunfo del hombre. Los aplausos y ovaciones fueron inmensos y prolongados, pero Beethoven no pudo disfrutarlos y sólo cuando lo levantaron de su asiento y lo llevaron al escenario, comprendió que había alcanzado su propósito.
No voy a comentar sobre su hijo, ni sobre su solitaria desaparición física, porque sobre ello se ha escrito bastante, y hasta se han creado filmes; pero quiero cerrar este comentario, con fragmentos de la carta que escribió a sus hermanos Karl y Johann, el 10 de octubre de 1802, para ser leída después de su muerte.
“¡Oh vosotros, hombres que me consideráis lleno de odio, loco o misántropo, cuan injustos sois conmigo! ¡Vosotros no sabéis la razón oculta de que os parezca así! Desde mi infancia, mi alma y mi corazón se inclinaron siempre al dulce sentimiento de bondad e, incluso, siempre estuve dispuesto a realizar las más grandes acciones. Pero daos cuenta de mi terrible estado desde hace seis años, empeorado por médicos sin discernimiento… /…/ ¿Cómo hubiera podido revelar la debilidad de un sentido, que debiera ser en mí, más perfecto que en nadie…? /…/ En cuanto a vosotros, Karl y Johann, hermanos míos, tan pronto como yo muera, y si el profesor Schmidt vive todavía, rogadle en mi nombre que describa mi enfermedad y unid al historial esta carta para que, después de mi muerte, el mundo se reconcilie conmigo en la medida de lo posible. Recomendad a vuestros hijos que sean virtuosos; sólo la virtud puede dar la felicidad que no el dinero. Ella me ha sostenido en mi miseria y a ella y a mi arte, les debo no haberme suicidado. Quedad con Dios y amaos /…/ Seré sumamente feliz si en la misma tumba puedo serviros para algo. Siendo así, voy con alegría al encuentro de la muerte…”.
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