En busca de otro tiempo perdido
31 de agosto de 2019
|En esta tarde la convencería. La vio registrar la gaveta en que guardaba las cartas viejas. Volvería a la carga. Usaría cuentos que la ablandarían. Nada de esas frasecitas de moda entre sus amigas que la bisabuela consideraba vulgares. Le diría una mentirita. Que siguiendo sus consejos, buscó en wikipedia los versos de Juan de Dios Pesa y le gustaron cantidad. ¿Y si le pedía que le recitara alguno? A esa vieja no se le escapaba nada. Mejor le pediría que le diera una receta de cocina. La bisabuela sabía que era la campeona de las pizzas rápidas y los muslos de pollo fritos. Tampoco la creería.
Esa buena señora conservaba intacto su disco duro cargado de documentos.
Lo malo era que cuando le daba por recetear la máquina y hablar del pasado, parecía acompañar en el globo a Matías Pérez, ese que nunca regresó y que cuando ella hizo otra vez el cuento delante de sus compañeros de la secundaria, el burlón de Tuyoel dijo que posiblemente se había ido al yuma a comprar tela para hacer globos y venderlos. Esa vieja era de telenovela. Lo castigó con el peor de los castigos después de terminar un turno de ejercicios en la secundaria. Cuando me dio la bandeja para repartir el jugo de guayaba y las galletas con la pasta inventada por ella, me pidió que le diera el vaso más chiquito y no le diera segunda vuelta de galletas. A Tuyoel se le iban los ojos detrás de la bandeja y ella apretaba los ojos para verlo bien y no se reía a carcajadas no creo que por su educación de primera, sino para que no se le vieran los huecos vacíos.
Hoy la bisa está blandita. Hecha un churro. Un churro de esos que ella dice que compraba a la salida de la escuela, no de esos que yo le traigo a escondidas por eso de la diabetes y ella los llama churritos. Le digo que aunque era muy chiquita cuando el bisabuelo murió, a veces recuerdo a un viejo calvo y no es mentira. Ella huele las mentiras en el aire y sabe que no es un invento. Lo recuerdo como recuerdo a mi primer gato. Me da una carta de amor del bisabuelo. Y después de tanta espera solo tengo en las manos un papel viejo con manchas azules. Trato y no puedo. No puedo leer esas letras viejas que ella llama manuscritas. Se tranquiliza cuando le juro que se firmar. No le doy tiempo a arrepentirse. Le traigo los espejuelos y le pido que la lea. Triste, confiesa que ya ni con los espejuelos puede leer. Y entonces, ¿qué hacía con las cartas hacía un rato? Bajito, muy bajito contesta que casi se las sabe de memoria. Y adivina las letras porque hasta escucha su voz cuando las mira. Creo que esta vez se me fue la mano. Lo mejor es desaparecer. No me da tiempo. Y lee o hace que lee. La carta habla del día en que se besaron por primera vez en un rincón del patio cuando ella salió con el cuento de echarle un poco de maíz a la gallina que había sacado. Y la carta solo hablaba de ese beso aunque en verdad no entendía algunas palabras porque eran palabras que ya no se usan. Pensó que ella también había escrito de los besos que había dado y los que le habían dado los novios, pero eran correos enviados a las amigas, nunca al novio. Ellos solo hablaban de los apretujones y de que la otra cosa, ¿pá cuando? Y sintió que se estaba perdiendo algo. No sabía qué, pero se lo estaba perdiendo. Y no era aquello que necesita preservativo.
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