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Ellos lo dieron todo

21 de febrero de 2015

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1325521254_0Le fastidiaba prepararse el desayuno. Nunca imaginó que por unos minutos de diferencia, un huevo podía pasar de un estado líquido a sólido. Y lo peor, lo que más le molestaba, era repetir la misma operación día tras día y al final comprobar que ningún huevo le quedaba igual al anterior y si por casualidad, alguno se acercaba a su gusto, jamás sería su exacto concepto de un huevo para ingerir en el desayuno, porque en la volatividad de pareceres se anclaba el rasgo principal de su personalidad.
Para la profesión ejercida durante cuarenta años, significó la búsqueda incesante de nuevos rumbos y la pérdida de posiciones estables. Y la pérdida también de dos matrimonios registrados en notarías y varios calificados como uniones consensuales. Producto de los últimos, solo dejó algunas griterías y otros disgustos. En los primeros, acumuló hijos que siempre recibieron la pensión alimentaria, regalos de primera en cumpleaños y Reyes y cuando las madres chillaban por ayuda, lo que ocurría a menudo.
Por la ventana, divisaba el mar. Lo agitado de las olas le justificaba la suspensión de la caminata aconsejada por el médico. Después del desayuno, ese desayuno también aconsejado por el médico al igual que el almuerzo confeccionado por la asistente el día anterior, vería algún filme. Quería extraerse las palabras escuchadas ayer en el programa de la tele y que lo incitaban a una visita mental al pasado, lo que por lo menos a él, para su descanso espiritual, era un inconveniente. No era la primera vez que escuchaba la dichosa frasecita. Era una especie de rezo, una invocación a las almas, un reclamo a los corazones de los ciudadanos. Preferentemente el versito lo colocaban en voces femeninas y caras angelicales. Podrían ser profesionales graduadas de psicología, sociología, o de periodismo. Y si por error se la endosaban a pronunciar a una anciana, esta era una gran actriz aficionada, una hipócrita de envergadura o una pura masoquista. Porque sus compañeras etáreas o quizás ella misma, las de la generación libertaria a toda costa, sufrieron bien los acontecimientos o fueron testigos de los hechos. Y sabían lo que podía esconderse detrás de la frasecita de marras.
“Ellos lo dieron todo”. Sí, esos viejitos que usted ve por ahí, “lo dieron todo a sus hijos, a sus mujeres, a su familia. Las familias están obligadas a reembolsarles la atención, el afecto.
No lo dudaba. En su paso por diferentes lugares, había conocido compañeros ejemplares en el ramo familiar, entrenados en el cambio de pañales y hasta fieles a la esposa aun después de engrosarle la cintura por los partos. Esos, “lo dieron todo”. En justicia, merecían transcurrir por la vejez y todas sus incomodidades, acompañados de hijos y nietos, desconocedores de la soledad absoluta.
El timbre de la puerta lo libró de estos pensamientos dañinos. Dejó la contemplación del huevo duro o no. Abrió la puerta y allí, estaba el hijo negado a visitarlo hacía meses. Seguro que él también había escuchado la frasecita tan repetida en el programa de la tele; inmerecida en su ejemplo personal, esa de que “ellos lo dieron todo”.

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