El tamalero
2 de agosto de 2013
|Ya se ha hecho una costumbre el paso diario de hombres y mujeres pregonando el cubanísimo tamal por las calles habaneras, y lo mejor es que pasan entre las cinco de la tarde y las ocho de la noche, es decir, a la hora de las comidas.
Hay uno que anda en bicicleta y recorre al menos tres municipios capitalinos: La Habana Vieja, Centro Habana y El Cerro. El resto anda en pareja, mientras uno pregona, el otro sirve los pedidos.
En ocasiones, cuando el plato familiar no está completo, el paso de ese vendedor es una bendición, pues con dos o tres tamalitos, con o sin picante, de a cinco pesos cada uno, podemos completar la cena de esa noche.
El paso diario de estos cuentapropistas con sus pregones, me recuerda aquel famoso son de José Antonio Fajardo, muy cantado a mediados del siglo pasado: Los tamalitos de Olga.
Decía el son: Pican, no pican, los tamalitos que vende Olga / Olga la tamalera, cocina que se pasó, los vende con pimienta y el que lo prueba se come dos / Cocina con gran dulzura, conquista en su pregón, bailemos todos cantando la tamalera Olga se pasó.
Olga Moré Jiménez nació en Cruces, antigua provincia de Las Villas, en 1922, luego se mudó para el barrio de Los Sitios, en Centro Habana. En 1949 quedó viuda junto a sus hijos, y fue entonces cuando comenzó a hacer tamales y venderlos en la calle.
Luego se estableció en la esquina de Prado y Neptuno, vendía los tamales a diez centavos en la calle y a veinte en las fiestas, y comenzó su fama por la alta calidad de su producto, debido según ella, a un secreto que jamás será develado.
Llegó a tener hasta dos fábricas de tamales.
Quizás los tamales de hoy no tengan la calidad de los de Olga, pero de que son muy sabrosos y satisfacen una necesidad, no hay duda.
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