El sepulcro de La Milagrosa
13 de julio de 2013
|Cuartel N.E. Cuadro 28. Campo Común
Cementerio de Colón
El sepulcro de Amelia Goyri es un hermoso monumento de adoración, que representa una de las historias de amor más conmovedoras que atesora la necrópolis habanera; historia que trajo aparejada una ceremonia o ritual frente a la imagen, que en nuestros días ponen en práctica miles de devotos. Narra la tradición oral y escrita, que a principios del siglo XX, en nuestra necrópolis que prácticamente era un jardín, se alzaba una sencilla tumba presidida por una escultura de mármol que mostraba los atributos alusivos a la Fe y la Caridad: la figura de una joven mujer que cargaba a un niño con un brazo y en el otro sostenía una cruz.
Aquel sepulcro recibía a diario la visita de un hombre vestido de luto, que descendía de un carruaje y pasaba largas horas en la más absoluta abstracción. Si bien al llegar tocaba la aldaba de la tumba, se marchaba sin volverle la espalda a la imagen de mármol, “para no agraviar su memoria”. Se trataba de Vicente Adot, el triste y fiel esposo viudo, que no se resignó jamás a la pérdida de su amada. Una leyenda se propagó hasta los confines de la ciudad y rebasó sus límites, conociéndose en toda la isla: Amelia había muerto al dar a luz y fue inhumada con el niño entre las piernas; al ser exhumada apareció con el niño en sus brazos. Se convirtió de este modo en la protectora de las futuras madres, madres y niños, a quien concedía milagros. Amelia se convirtió después de muerta en “La Milagrosa”.
La obra se debió al escultor José Vilalta y Saavedra, quien la modeló en mármol en 1909. Algunos historiadores afirman que fue el afligido esposo, José Vicente Adot y Rabell, quien encargó al artista cubano una estatua de Amelia en la que se reprodujera lo más fielmente posible su rostro y para ello envió al artista su fotografía, de ahí que la escultura fuera magistralmente realizada.
Transcurrió el tiempo y el cementerio había dejado de ser un jardín. La tumba de Amelia, con la lápida partida y deteriorada, estaba rodeada por un enorme agolpamiento de sepulcros y el mármol de la estatua manifestaba una curiosa pátina, producida por las manos de los devotos y los perfumes que estos vertían a veces. “La Milagrosa” seguía siendo la más popular y poderosa leyenda, con un número inaudito de visitantes cubanos y extranjeros y una fama acrecentada por increíbles milagros otorgados a muchísimas personas que como último recurso en sus vidas, acudieron hasta ella.
Hoy, la reconocida y amada escultura recién restaurada, sigue cubierta de flores y los días de las Madres son testigos de la impresionante multitud de personas que esperan su turno para palpar la túnica de mármol y contemplar en silencio a la mujer convertida en piedra, que todo lo escucha y ha pasado a formar parte de nuestra historia y tradiciones.
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