El reproche de una nieta
24 de mayo de 2014
|La nieta le dio el recado. “Tu amiga te ha llamado varias veces. Tenía voz de drama”. Se valió de la mirada para regañarla, pero por dentro se dijo que posiblemente tendría razón. Miró de reojo el teléfono y pasó de largo. Venía cansada de la calle. No tanto por el trabajo en sí, sino por la caminata. Le gustaba lo que hacía. Cuidar y educar a los pequeñitos fue la vocación cumplida con los estudios correspondientes. Atender esa casa y los niños tres veces por semana representaba aumentar la bolsa familiar. Y donde habitan dos adolescentes golosos y seguidores de la moda… Eran buenos estudiantes y se lo merecían.
Entró en su dormitorio y conectó la radio. Regresaba comida y bañada, así que solo le restaba descansar, conversar con la familia y en especial con los muchachos pues aunque eran tranquilos, siempre hay que saber lo que piensan. Pero primero, puesta una bata cómoda, un rato en la cama para recuperarse. Apenas unos minutos y oyó el timbre del teléfono. ¿Sería la amiga? Los pasos le dieron la respuesta antes de la voz de la nieta. La enseñó a no decir mentiras. Así que contra su deseo, procedió a contestar.
El teléfono estaba en la sala. Y en la sala, estaban los muchachos en el disfrute de un D.V.D. musical. Después de los saludos, la amiga tomó el mando en la palabra. Para ella solo tocaba por el momento, escuchar las lamentaciones y las quejas. Después vendrían las críticas a procederes de amistades comunes y más tarde, a suposiciones sobre las actitudes y hechos de todo ser humano conocido o por conocer, y por si fuera poco este entrometimiento en la vida ajena, eran juzgados también los perros y los gatos del barrio. En su calidad de receptora, de vez en cuando emitía algunas palabras para aminorar la amargura recibida y tratar de alejarla de esas apreciaciones indiscriminadas contra el prójimo. Al no ser secundada en las diatribas, pasaba a su otro tema de conversación. La última lista de compras realizadas y de equipos recibidos en que entraban aparatos que no sabía manejar y que esperarían por la visita de los hijos ausentes para que la adiestraran en el uso.
Ella se atrevió a interrumpirla. Dado su buen corazón y su capacidad de servicio al otro, se ofreció para enseñarle la manipulación de dichos equipos. En la casa donde trabajaba, los manipulaba y, por tanto, los conocía bien. En respuesta recibió una negativa. ¿Y si los rompía? ¿Qué les diría a los hijos cuando la visitaran?
Si bien el muchacho estaba abstraído en el video, la chica no perdió las palabras de la abuela. Irritada, esperó el final de la larga llamada telefónica. Y con todo respeto, le expuso a la abuela sus pareceres. Servía de recipiente a las incorrectas actitudes de esa llamada amiga que aunque fuera una adulta mayor, no merecía la condescendencia ni de ella ni de nadie. Y que la actitud más honesta sería colocarle los puntos a esas íes.
La anciana calló. Cuando la adolescente se arrepentía de este posible atrevimiento, recibió un cariñoso beso de la abuela. Estaba orgullosa de la nieta, criada en los principios enarbolados por ella.
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