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El reguetonero

29 de febrero de 2020

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d215488382b19d3baa0e6b2048422547 (Medium)Cada uno traía su asiento y lo colocaba pegado a la pared. La acera era ancha y no molestaban el paso. Parecían niños en la espera de la llegada de la maestra, unos niños intranquilos que escogían la elección del juego de ese día. Por unidad y aprobación total sin discusión, el béisbol nacional e internacional era una pelota recibida y bateada por todos en el punto uno del orden del día. El segundo turno para el entrenamiento del pensamiento. El seguidor de noticiarios tiraba al ruedo la política internacional. Repasaban continentes, islas, partidos, dignatarios de buena o mala índole. Hacían una parada en la destrucción del Medio Ambiente, el viaje de las mariposas monarcas, el alegre reencuentro con las desaparecidas ranas de cristal. Ya se preparaban para el enfoque de los temas nacionales, cuando el de vista todavía perfecta por los poderes del ADN, casi grita el alerta: ¡Ahí viene el reguetonero!
Ningún ente de short a media cadera y cajón musical andante se acercaba. Por la acera venía un anciano tan anciano como quienes, paralizadas sus conversaciones, controlaban el disgusto en pos de las buenas costumbres y considerar al apodado “el reguetonero”, un afiliado obligatorio a la adultez mayor, merecedor de respeto y más, cuando lo conocían desde hacía años.
Con cara de perro vagabundo, aunque tenía casa segura y familia al tanto de él, con rostro sin rasurar y ropa ajada aunque en la cama había dejado la limpia preparada por la hija, el reguetonero después de un saludo quejumbroso y sin esperar respuesta, al compás de su ritmo personal, repitió las cadencias de sus arritmias, calambres nocturnos, dolores musculares, repiqueteó las piedras saltarinas en sus riñones y elevó los sonidos de posibles virus entremetidos que convertirían sus pulmones en un timbal. Y todo acompañado de improvisaciones de quejidos en espera de la respuesta quejumbrosa del público, unida en un coro de palpitaciones jadeantes y músculos engarrotados por la emoción de estos también ancianos escuchas.
El público del lunetario improvisado compuesto por ancianos, aceptadores de la vejez y buscadores de tareas y entretenimientos parejos con sus años, se negaba a acompañarlo en el coro de las enfermedades. Con el silencio lo invitaban a que se fuera con el reguetón de las enfermedades para otra parte.

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