El refugio universal de los ancianos
22 de octubre de 2022
|Busca en el closet su mejor vestido. Al anuncio de la visita, lo lavó. Se muerde los labios. Está sin planchar y no se atreve a hacerlo. Hasta la plancha le pesa más. Sus nuevos amigos pronto llegarán. Sí. Son sus nuevos amigos. Una vecina los trajo a la casa. Eran jóvenes, jóvenes recién graduados. En la preparación de la tesis encontraron una investigación suya. Y en estos días, en su calidad de estrenados vecinos curiosos de conocer el ambiente, salió el nombre de cierta viejita sola, el nombre conocido de aquella investigación que les aprovechó. Y alguien se ofreció a presentársela. Les advirtió que apenas hablaba, que vivía encerrada con sus libros y discos viejos porque todavía tenía un tocadiscos funcionando. Y otra, con picardía agregó que la visitaba un anciano. Eso sí, acompañada por alguien que parecía su nieto. En aquella presentación, supo ya que serían sus amigos. Apretaron sus manos manchadas y no les produjeron asco. Ni se alejaron asustados por la respiración ruidosa provocada por el lento andar de los pulmones. Tampoco le dijeron que vendrían tal día y a tal hora, imponiendo su horario. Ella era la dueña de los tiempos.
Entraron con un platito tapado por un pañuelo, una guitarra, dos besos y una pregunta. ¿Ya merendó? Son buñuelos hechos en casa. Y la anciana se adelantó a felicitarla, cuando él la detuvo con un “yo soy el autor, mi abuela me enseñó”. Todos rieron juntos porque la visitada no temió mostrar su boca desdentada. Probaron los buñuelos, encontrados con sabor de receta antigua. La visitada escondió su torpeza en la cocina. Enamorada de sus investigaciones, a la cocina le entró por obligación no por la indagación de sus secretos. Él tomó la guitarra y vertió a un Berazaín con sus “muchachas que ya no van al río” nada despreciable y después visitó a Silvio, a Pablo y hasta saludó a la Longina. La muchacha de esas de ojos curiosos, detenidos en el tocadisco, marcó la continuación. La anciana buscó en el mueble y colocó el long playing.
El blues de los años cuarenta escapó y abrió paso a la banda de Glenn Miller. Ninguna mano quieta. La manchada y arrugada, las tersas seguían el compás. Y después, el filin inaugural, solo conocido por ellos en arreglos modernos. Vino el danzón creado para que los hombres y mujeres se acercaran y que también en sus títulos soltaba la realidad porque el cubano en la música siempre se retrató hasta con la cámara de cajón.
Y la chica de los ojos curiosos tocó el tocadisco y aprendió su funcionamiento. Y el de la guitarra, se interesó por la conservación y por los discos. Orgullosa, la visitada contó la historia. Un anciano electricista sostenía en vida a este y el de otros viejos. Lo traía un nieto que también lo ayudaba a corregir y hasta inventar sustituciones. Y no cobraba un centavo. Solo escuchar algún disco y recordar lo que le evocaba. Y sin acudir a su enriquecido lenguaje, agregó lo que repetiría un anciano en cualquier idioma y situación social: “Los viejos vivimos de recuerdos”.
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