El piropo
17 de enero de 2014
|“Y todas las estrellas se apagaron cuando abriste los ojos”. Ese piropo dedicado a mi amiga Rosa María por el cantante argentino Alberto Cortés en 1983 durante un concierto suyo en La Habana, es, quizás, el más fino de los que tengo noticias.
De esa forma sí vale la pena que una mujer sea piropeada y, les confieso, el autor de Te llegará una rosa no exageró, porque de veras que mi amiga tiene unos ojos maravillosos.
La costumbre del piropo, dicho en circunstancias adecuadas, con tono elegante y sinceridad, halaga y gusta a cualquier mujer, o al menos, es lo que todas me han dicho, y si se dicen poéticamente, no se olvidan jamás.
No creo que el requiebro provoque en las muchachas o señoras más agraciadas sentimientos de superioridad, ellas, mejor que nadie conocen sus cualidades físicas.
Los piropos que provocan desagrado son los que se dicen de manera chavacana y grotesca. Esos, lejos de celebrar, insultan y desalientan.
El piropo, como tantas otras cosas materiales y espirituales llegó a la Isla para introducirse en el carácter, sobre todo, de los hombres.
Sólo en casos excepcionales la mujer piropea. Ellas prefieren piropear con la mirada, y los interpelados, apenas nos percatamos.
¿Cómo una criollita va a pasar inadvertida a los ojos y al verbo masculinos?
Ella, al andar, regala gracia, calor y colores tropicales. El criollo aprovecha todo eso y responde galante, ocurrente, viril, entonces une la gracia de Andalucía, el idioma de Castilla y la caballerosidad de todas las Españas y se expresa a lo buen cubano.
De los más circunspectos como Señorita, beso a usted la mano, a uno de los más actuales y reiterados como Muñeca, qué linda estás, los piropos han sido muy diversos, con más o menos originalidad, pero siempre han estado presentes en nuestro temperamento.
Puede un piropo anteceder a una profunda relación de amor, como aquel que pasados veinte años todavía provoca felicidad en una pareja¬: no sé qué tienes más lindos, si los ojos o la mirada, la boca o la sonrisa.
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