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El padre Arocha en la República

3 de abril de 2013

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Parroquia de Artemisa, donde oficiaba el padre Arocha

Los inicios de 1898 no pudieron ser más complejos en Cuba. El Ejército Libertador rechazó la tregua y la autonomía ofrecida por la Corona. Los sectores más radicales del integrismo español se amotinaban contra la decisión de su propio gobierno y sólo entendían de exterminio total de los independentistas. Sobre ese horizonte avanzaba la amenaza de Estados Unidos de declararle la guerra a España.
El 13 de febrero de 1898, monseñor Arocha sostuvo una entrevista con cónsul de Estados Unidos en La Habana. Detrás del sacerdote llegaron unos hombres que no lograban disimular su condición de policías. El diplomático le ofreció un uniforme de marinero para que escapara por la puerta del fondo. Le brindó también la protección de la bandera de su país, pues podía enviarlo a un buque de guerra de esa nacionalidad que se encontraba en la bahía.
Tampoco en esa ocasión González Arochaa ceptó abandonar a los que confiaban en él. Fue la segunda ocasión que dejó esperando a la parca. Cuarenta y ocho horas después, aquel buque volaba por los aires dejando 266 cadáveres: era el acorazado Maine.

Único sacerdote miembro del congreso cubano

Por esas torceduras de que da la vida, fueron las situaciones límites que produce la guerra, esas heridas por donde escapa la bestia que acompaña al hombre, las que le propiciaron al monseñor González Arocha su reconocimiento en la historia de Artemisa y de Cuba. Concluida las acciones se le reconoció la condición de capitán honorario del Ejército Libertador y veterano de la Guerra de independencia.
Sin embargo, la actuación del padre Arocha durante la guerra de independencia es absolutamente lógica con el resto de su vida —pre y post bélica— de entrega al mejoramiento humano. Pero esa otra vertiente ha pasado a un plano de penumbras histórica.
En opinión del padre Antonio Rodríguez Díaz, Arocha es: “El sacerdote más grande que ha tenido Pinar del Río en sus cien años de historia.” Su reconocimiento popular lo llevó a ser el único clérigo que ha sido miembro de la cámara de representantes cubana cuando fue electo para el periodo 1901-1904.
Paralelo a estas responsabilidades cívicas, desempeñó importantes funciones en el Seminario San Carlos de La Habana, que en 1903 reabrió sus puertas bajo su rectoría.
Tres años después regresó a la parroquia de Artemisa y dejó su huella benefactora en el terreno de la educación. Eran tiempos difíciles de inestabilidad económica y política: la sublevación de liberales en 1906, la de los Independientes de Color en 1912, el alzamiento de los liberales de 1917, la profunda crisis económica de 1921 y el inicio del machadato en 1925, son algunos hitos que permiten valorar mejor lo realizado por Arocha.
En medio de aquel huracán político y sequía económica, Arocha logró convocar, estimular y llevar a vías de hecho la creación del Instituto San Marcos de Artemisa, dedicado a la primera y segunda enseñanza. Fundó también la Asociación de Beneficencia de la localidad y, con el peso innegable que la sociedad de Artemisa le reconocía a su personalidad, colaboró en la fundación de las sociedades de instrucción y recreo “La Luz” y “La Antorcha”.
Después de servir en la Parroquia de Artemisa durante 33 años, en 1927 solicitó su relevó y se estableció en Marianao. Sus labores eclesiásticas las continuó como administrador de la Catedral de La Habana y vicerrector del Seminario San Carlos.
Andaba por los setenta años el incansable padre Arocha, cuando el Estado Cubano le concedió la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes, con el grado de Oficial (10 de octubre de 1938).
Como mucho antes Félix Varela, Arocha no encontró contradicción alguna entre sus labores de fé y su entrega patriótica. Cuando en medio de los peligros de la guerra alguien le pedía que se cuidara, acostumbra a responder, que el caminaba por la vida de mano de Dios y de la Patria .

Entierro del padre Arocha

El 1 de abril de 1939, mientras respondía a una llamada telefónica desde su hogar, se le produjo el infarto del miocardio que le produjo la muerte.
Feligreses y pueblo en general se unieron al duelo. Su cadáver fue tendido en la Catedral y sepultado en el con honores de capitán del Ejército Libertador, grado que le había sido reconocido al terminar la guerra de independencia.
Así, por el camino de Dios y la Patria llegó al Cementerio de Colón. El pueblo de Artemisa fijó su recuerdo en bronce con el monumento que le levantaron 1943.El busto se encuentra en el Parque de la Libertad, en el centro del cual está situada la iglesia.  El busto de González Arocha comparte el espacio con los de Antonio Maceo, José Martí y Magdalena Peñarredonda.

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