El ocupado verano de 1891 de José Martí
4 de junio de 2021
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Los primeros meses del año 1891 fueron de gran ajetreo para Martí en su condición de delegado de Uruguay en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América. El cónclave fue en Washington y le obligó a realizar dos estancias en la capital estadounidense que interfirieron en su vida habitual en Nueva York: tuvo que dejar sus clases de español para adultos a Gonzalo de Quesada, apenas envía alguna de sus “Escenas norteamericanas” a Buenos Aires y México, cesa también su clases a los obreros cubanos de la sociedad La Liga en Brooklyn, con un esfuerzo extraordinario cumple algunas solicitudes para las actividades de la Sociedad Literaria Hispanoamericana.
Cuando se hace sentir el verano en Nueva York, cae enfermo unos días en junio. Lo sabemos porque así lo dice en una breve esquela a Benjamín Guerra, ya entonces uno de sus colaboradores de mayor confianza. No obstante, fue aquel junio de 1891 mes muy atareado para el cubano.
Desde mediados de mayo había asumido la presidencia de la Sociedad Literaria, en cuya directiva le acompañaban tres patriotas cubanos: Rafael de Castro Palomino, Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada. Y el empuje martiano se hace sentir: el 20 de mayo es invitado a un baile el embajador peruano en Washington; el 6 de junio Martí pronuncia el discurso de la velada en honor de Centroamérica con un llamado a la unidad de las repúblicas de esa región.
Ese mismo mes retoma sus clases de lengua española en la Escuela Central Superior Nocturna de Nueva York. Pero no le basta al cubano con tales actividades institucionales: su empuje convoca a la promoción de la cultura de la patria entre sus compatriotas.
El 23 de junio organiza en la casa de Benjamín Guerra una velada literaria en la que él es el ejecutante principal. Se rodeó de amigos a los que personalmente invitó con la familia. Se ha escrito que leyó la pieza teatral titulada Hatuey, de Francisco Sellén, escritor y traductor santiaguero establecido desde años atrás en Nueva York, y que sería publicada el año siguiente en la misma ciudad. Antes, el 12 de abril, había efectuado igual lectura en la vivienda del propio autor. El poema dramático es extenso y uno se pregunta si Martí lo leyó completo o solo una parte, como solía hacerse en tales ocasiones. La inquietud al respecto se aumenta cuando se sabe que esa misma noche también disertó acerca de la poetisa cubana Mercedes Matamoros, dos años más joven que él, la que había ganado su admiración y afecto durante las veladas literarias del Liceo de Guanabacoa en 1879, en una de las cuales le dedicó unos versos en su abanico. Lamentablemente no se conserva ese texto martiano leído aquella noche neoyorquina.
Es de notar que Hatuey fue un personaje histórico referido con frecuencia en términos positivos por Martí. Para él era un ejemplo aquel jefe indígena que luchó contra los conquistadores en su natal Quisqueya —nombre original de Santo Domingo—, que se trasladó a Cuba para seguir esa lucha y que fue quemado vivo al ser capturado. Además del valor simbólico del protagonista del drama, en escritos posteriores se puede apreciar el valor artístico concedido por Martí al drama cuando afirmó más tarde en el periódico Patria que Sellén lo escribió “con singular soltura y fuerza dramática intensa.”
Todavía dos años después, al comentar en la sección “En casa” de esa publicación el proyecto de los clubes de Cayo Hueso de brindar conferencias acerca de sus nombres, apunta: “De Hatuey, con el poema de Sellén en la mano ¡qué no se podrá decir, hasta que resucita por la Luz de Yara!” Reconocía así también el alcance patriótico de la pieza de Sellén al aludir al lugar en que fue horriblemente asesinado Hatuey por el club del Cayo que llevaba tal nombre. Y en un fragmento de fecha indeterminada escribió: “traducir el drama de Sellén.”
Todavía en julio, con la esposa y el hijo en Nueva York, Martí pronunció las palabras finales en la reunión en casa de su amigo Manuel Barranco para homenajear a Esteban Borrero y a su hija Juana, ambos dedicados a la poesía.
Sin dudas fue agitado aquel verano de 1891 para José Martí, incansable en su tarea de crear conciencia patriótica y latinoamericanista.
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