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El milagro (cinematográfico) de la Virgen de la Caridad (I)

8 de septiembre de 2021

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La dirección del periódico El Mundo estaba desesperada por preservar —o restituir— su deteriorada imagen y evitar que el público lo acusara de complicidad en la jugarreta de un estafador que desapareció de La Habana con no poco dinero y sin dejar huella. En sus páginas había promovido a aquel supuesto cineasta que quería convertir a Cuba en «el Hollywood del Caribe» y cobró a los incautos deseosos de ser sus estrellas, el importe de una prueba ante una cámara sin rollo alguno. La solución que se les ocurrió fue convocar a un concurso de argumentos cinematográficos originales y participar en su financiamiento. El ganador fue La Virgen de la Caridad, escrito por Enrique Agüero Hidalgo, el primer historiador del cine cubano, que a pesar de su título, no trata un tema eminentemente religioso. Ramón Peón, con quien sostenía fraternos vínculos, le prometió «Trasladarlo al lienzo de plata».

Infatigable, Peón se vinculó con Antonio Perdices (1905-1993) a otro fanático del cine, Arturo «Mussie» del Barrio y Dumbar, que disfrutaba de una posición económica ventajosa, necesaria para acometer la arriesgada empresa. Con las iniciales de sus apellidos conformaron el nombre de la Sociedad Anónima B.P.P. Aunque la formalización oficial de la empresa quedo fechada ante un abogado y notario público el 8 de enero de 1930, desde mucho antes se propuso la filmación de «una gran serie de producciones netamente cubanas». La escritura de constitución de la B.P.P. Pictures Company, suscrita por Atanasio Manuel Felipe Camacho, revela que lo de Barrio-Peón-Perdices fue una empresa romántica; los dueños absolutos fueron los miembros de la familia Del Barrio, firmantes del documento.

El 3 de octubre de 1929, en el teatro Martí, la compañía estrenó su primera producción: El veneno de un beso, dirigida por Peón sobre un argumento del conocido periodista Gonzalo de Palacio, bajo el seudónimo Guy de Pelletier. Con su cabello engominado, Perdices, el «Valentino cubano», dispuesto a dar el beso letal, abrazaba con ardor a la protagonista con sus ojos de ovino en trance de decapitación.

Embriagada con el éxito, la B.P.P. Pictures, después de convocar en abril de 1930 a todos los participantes en el concurso de El Mundo para seleccionar a los actores, emprendió en mayo la filmación de La Virgen de la Caridad. La película iba a convertirse no solo en su última producción, sino en la más importante generada en la isla por el cine comercial pre-revolucionario y la mejor obra en la prolífica filmografía de Ramón Peón.

De la «novela cinematográfica» transcribimos la escena culminante del argumento. Significa un punto de giro en la solución del conflicto que gravita sobre el romance entre Yeyo, joven campesino dueño de una finca, y Trina, hija de Don Pedro del Valle, cacique del pueblo, opuesto a sus relaciones. El hijo de un rico hacendado ganadero, que retorna, se interpone entre los enamorados. Con maniobras ilegales, el rufián ambiciona desalojar de sus tierras a los legítimos propietarios, adueñarse de ellas y, con el beneplácito paterno, casarse con la muchacha. Solo un milagro puede interceder por «aquellos dos seres que tantos contratiempos habían sufrido para ver al fin realizado su tan ansiado ideal».

El amor de una pareja obstruido por un canalla inescrupuloso habría originado una obra intrascendente por lo arquetípico de los personajes y los elementos melodramáticos de la trama, abuela sufrida incluida. El dominio del lenguaje cinematográfico por Ramón Peón evitó incurrir en las imperfecciones existentes en sus títulos anteriores, que a juicio del acreditado crítico José Manuel Valdés-Rodríguez, no eran merecedores de la atención y aprecio de La Virgen de la Caridad.

Fijaron el lunes 8 de septiembre, Día de la Patrona de Cuba, para la première de la película en el cine Rialto. Ramón Becali (1887-1977) —pionero de la crítica cinematográfica en Cuba— desplegó una amplia campaña promotora durante los días precedentes a su primer contacto con el público, al que reclamaba indulgencia y una actitud desprejuiciada al juzgarla:

«La trama se desarrolla en el ambiente propicio de nuestros campos, entre esa gente sencilla que guarda aún la fe y el amor sagrado por la Virgen a quien veneran. Es un romance típicamente cubano, de costumbres campesinas, en el que no falta el enamorado galán y la Guajirita ingenua, así como el villano que pone la maldad y el odio a contribución.[1]

Es la historia de una venganza mal urdida. Es un poema de amor que une a dos corazones. Es un cuadro netamente cubano, pleno de belleza natural y de un verismo típico, encantador. […] El estreno de una producción cubana debe despertar siempre gran interés en nuestro público. Es esta, al menos, nuestra opinión, debido a que ello significa un esfuerzo más hacia la conquista del arte cinematográfico nacional, un bello y plausible esfuerzo que no puede ser recibido con indiferencia por parte de aquellos que están llamados a prestar calor a las iniciativas, que como estas llevan en sí positivos síntomas de progreso para la nación. […] Es sabido, y de tanto saberlo ya lo tenemos olvidado, que en Cuba no podemos competir todavía con nuestros vecinos de Norteamérica en la realización de grandes obras cinematográficas, como tampoco hasta el momento puede competir ninguna otra nación. En cuanto a nosotros se refiere, debido a que no contamos con los requisitos necesarios a esta clase de empeños, ni económica ni técnicamente. […] Ramón Peón, otro de los que han consagrado sus actividades al estudio y mejoramiento de la producción nacional, como estímulo a sus desvelos acaba de ser contratado por la Fox Film en calidad de asistente de uno de sus Directores, posición en la que le auguramos enormes éxitos». [2]

Valdés-Rodríguez asistió en el teatro Fausto a una exhibición previa de la cinta, y anticipó sus criterios en una crónica publicada en el magazine dominical de El Mundo, de la cual seleccionamos estos fragmentos:

«Es a nuestro juicio, el primer intento cinematográfico verdaderamente logrado en nuestro país con dinero, directores, artistas, fotógrafo y personal cubano. Veraz el argumento en cuanto a posibilidad de ocurrencia de los hechos y forma en que se desarrolla, nos desagrada solamente el uso del pretexto religioso y el empleo de lo milagroso como un factor emotivo.

El Ambiente, el contorno que rodea la acción, está muy bien. El pueblo es un verdadero pueblo de campo cubano. Son guajiros los guajiros y el Notario, el Juez, el testigo falso, podemos encontrarlos con sólo salir de La Habana o de algunas de las ciudades de importancia del Interior. Acaso tengan demasiada realidad, una realidad que sin el toque de creación artística resulta falta de interés por carencia de ficción. […]

Solo intentaron hacer un filme tipo standard, como se ven todos los días en la producción norteamericana o europea. Ese empeño lo lograron cumplidamente, no hay duda de ello, y es ya un esfuerzo ejemplar muy digno de elogios por cuanto significa para futuras empresas de esa índole en nuestro país.»[3]

Treinta años después, el prestigioso crítico, en su sección «Tablas y Pantalla» del periódico El Mundo, insistió en su valoración de La Virgen de la Caridad, con la perspectiva del tiempo transcurrido:

«Tiene un valor intrínseco en el orden fílmico, no solo como obra de la época en Cuba sino en Hispanoamérica. Y se le ha de reconocer además la cubanía del asunto, en el cual juegan factores sociales considerables como la acción parcial de la ley, jueces y autoridades, en favor de la clase posesora para despojar el campesino y al hombre de trabajo. Nada de eso está visto y tratado a fondo, ni pasa de mera presentación factual o intuitiva, pero responde, si bien de modo simplista, a la realidad cubana. Sabemos bien cuantos reparos se le pueden formular a La Virgen de la Caridad, y se los formulamos en 1930, cuando su estreno. Pero siempre la hemos juzgado obra estimable, digna de atención, hasta el punto de representar en buena medida una orientación justa del cine nacional.[4]

En ese mismo artículo, al analizar este clásico, de imprescindible conocimiento para emprender cualquier investigación histórica de la cinematografía cubana y latinoamericana, Valdés-Rodríguez afirmaría que: «entronca con las obras mejores de Enrique Díaz Quesada, el pionero del cine cubano, y continúa así una tradición enaltecedora de aquellos valores representativos de lo criollo. […] Allí hay cine, puro cine, como no hubo en la mayoría de los filmes posteriores».[5] (Continuará)

 

Notas

[1] Ramón Becali, El País, La Habana, 5 de septiembre de 1930.

[2] Ramón Becali, El País, La Habana, 7 de septiembre de 1930.

[3] José Manuel Valdés-Rodríguez, El Mundo, La Habana, 7 de septiembre de 1930.

[4] José Manuel Valdés-Rodríguez, El Mundo, La Habana, 8 de septiembre de 1961.

[5] Ibid.

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