El medico chino I
2 de julio de 2024
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“A ese no lo salva ni el médico chino…”
Cuando recuerdo a mi abuela, hija de español y de criolla, me vienen a la mente sus socorridas frases. Las usaba para todo. Quizá pretendía con ellas otorgarle validez a sus historias.
Lo cierto es que la frase en cuestión sobre el tan llevado y traído médico chino florecía como la verdolaga en su repertorio, del que utilizaba, si no me equivoco, otras variantes: “A ese no lo cura ni el médico chino” o “Eso no lo arregla ni el médico chino”.
Un día, para mi sorpresa, descubrí en el preuniversitario, por boca de un profesor de Literatura, que aquel médico chino era el famosísimo Cham-Bom-biá, “cuyas curaciones, -al decir del historiador Emilio Roig de Leuchsenring- fueron tan extraordinarias que de él ha quedado en nuestro folklore la frase ponderativa de la supuesta gravedad de un enfermo”, aquella que yo pensé un día fruto de la imaginación de mi abuela.
Fue precisamente en 1858 cuando el referido Cham Bom-biá arribó a La Habana, donde fijó su consultorio, y experto de las floras cubanas y china, junto a sus amplios conocimientos de los avances de la medicina occidental, muy rápido se hizo de una cuantiosa clientela no solo entre sus compatriotas sino también entre los cubanos, aunque al comienzo, como es de suponer, despertó y no de muy buena fe la curiosidad algo malsana de algunos vecinos.
Un buen día, por causas desconocidas, el ya muy reconocido galeno, se mudó a Matanzas, con consulta en la calle de Mercaderes esquina a San Diego.
En 1872 apareció en Cárdenas y se instaló en una casa cercana al cuartel de bomberos. Allí pasó sus últimos años en la más completa soledad, hasta su enigmática muerte, de la que nunca se supo la causa. Unos sospecharon un suicidio; otros, un veneno suministrado por algún colega, celoso de su fama en todo el país.
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