El magnetismo y sus efectos (parte II)
12 de julio de 2013
|En la primera parte de este trabajo nos introducimos en el término magnetismo, o al menos en la idea de lo que tal término significaba. Me refiero, desde luego, a la propiedad física relacionada con el campo eléctrico y no al llamado “magnetismo” en el sentido que le da la metafísica.
En la parte anterior comenzamos a tratar sobre la asombrosa diversidad de efectos que desde los tiempos más remotos se atribuían a los materiales magnéticos, y que prevalecieron hasta una etapa más cercana.
Ahora daremos continuidad a lo ya dicho, recordando que el trabajo original fue presentado en una de las sesiones de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y publicado en los Anales de la Institución, en el tomo VII, correspondiente al año 1870.
Su autor fue el académico Marcos de Jesús Melero Rodríguez (La Habana, 1830-1900), y de su contenido extraemos estos fragmentos, que ayudarán a testimoniar el decir y hacer de los pasados tiempos en la ilustrada sede de La Habana, y aún hoy pueden resultarnos curiosos e interesantes por sus revelaciones en torno a lo que hace mucho tiempo se creía del imán:
Si hoy se aplican casi exclusivamente los aparatos electromagnéticos cuya acción parece apropiada al organismo, es también una verdad que el empleo del imán aislado ha caído justamente en desuso, y las planchas, barras, sortijas, etc., que por, sin y á pesar de los consejos de los médicos emplean algunos, tienen más bien él carácter de amuletos destinados á contentar el espíritu y exaltar la imaginación que el de agentes terapéuticos de virtud reconocida recomendados por una práctica razonada.
La acción de la fuerza magnética en nuestras funciones, en nuestros humores, en nuestras enfermedades, es todavía oscura y problemática. Como en la antigüedad en materias científicas, desde el momento en que un error de hecho se admitía por un autor, alcanzaba la suerte de ser repetido sin examen por los demás escritores, no había preocupación respecto del magnetismo terrestre que no se aceptara como una verdad.
Así es que el célebre Tolomeo, entre otros, decía que los buques que se dirigían a las islas Maniolas, eran retenidos allí por una fuerza misteriosa si no se había tenido la precaución de no llevar hierro á bordo, y presumía que semejante fenómeno pudiera ser causado por la existencia de grandes minas de imán en dichas islas.
Otros autores aseveraban que en la construcción de los buques destinados á la navegación en los mares Eritreo e Índico no entraba hierro, por temor de que se quedasen adheridos á las rocas magnéticas, cuya existencia se suponía en aquellos parajes.
Edrisi decía qué ningún buque en cuya construcción hubiese entrado clavazón de hierro podía pasar cerca de una montaña situada en el mar, á corta distancia del estrecho de Bab-el-Mandeb sin ser atraído y sujeto por ella hasta el punto de no poder separarse.
El mismo autor cuenta igual maravilla de una montaña situada en la proximidad del cabo Zanguebar. Otro tanto se decía y se consignaba en los libros antiguos acerca de las costas de Tonquin y de Cochinchina y respecto de otras costas y diversas islas del mar de las Indias, desde el Afrecha oriental hasta el Mar de China.
El mismo Plinio dejó consignado que había cerca del Indus dos montañas, una de las cuales atraía el hierro y otra lo repelía, á tal punto que si un caminante llevaba clavos de hierro en sus zapatos no podía poner los pies en tierra en la una, mientras que en la otra se le quedaban adheridos al suelo. Gerónimo Fracastor supuso también la existencia de montañas de imán en el polo boreal.
Gran número de tradiciones marítimas hablan de islas funestas para los navegantes, porque su fuerza magnética era tan poderosa que, ó arrancaba el forro del buque que á ellas
se dirigía, ó éste se quedaba como enclavado en ellas.
Bajo la influencia de tales preocupaciones idearon los cartógrafos la representación del polo magnético Norte por medio de la imagen material de una montaba de imán; y así apareció en el mapa del Nuevo Continente agregado á la edición de la geografía de Tolomeo, publicada en Roma en 1508. Se creía que si alguien lograba acercarse a dicho punto tenia que ser testigo de algún espectáculo prodigioso.
Ya á fines del siglo XVI, el célebre William Gilbert de Colchester se burlaba de los creyentes en la existencia de montañas de imán situadas en el polo magnético boreal, en su gran obra titulada De magnete magnetisisque corporibus, et magno magnete tellur; pero le estaba reservado al siglo XIX el descubrimiento del polo magnético norte, así como la comprobación de la no existencia de las fantásticas montañas de imán de los antiguos.
Como los descubrimientos modernos hicieron considerar nuestro globo como un enorme imán esferoide, y el compás marino autorizaba esta presunción, era necesario averiguar qué grado de certeza justificaba tal conjetura. Pero los polos magnéticos terrestres habían de presentar serias dificultades en su determinación, y en efecto las presentaban por encontrarse relegados á las extremidades del mundo, en regiones casi inaccesibles por estar rodeadas de muchos y muy peligrosos escollos. Se necesitaba para llegar á ellos desplegar una audacia ejemplar, una actividad científica sostenida, y estas condiciones se encontraron por fortuna reunidas en el ilustre navegante Sir James Clark Ross, á quien se deben los datos más precisos que posee la ciencia acerca de la situación de los polos magnéticos terrestres.
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