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El lenguaje de las emociones

4 de marzo de 2016

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Según datos de la Organización Mundial de la Salud, entre los jóvenes hay elevadas cifras de suicidio, aproximadamente un 6% padecen de embriaguez antes de llegar a los 20 años; también existen cifras alarmantes de muchachas bulímicas o anoréxicas y no pocos son adictos a las drogas. Si bien es cierto que no se puede decir que la causa de estos males es el analfabetismo emocional, sí puedo asegurar que juega un papel nada despreciable.
La juventud, esa divina edad de oro durante la cual se puede proponer cualquier meta y que energía y tiempo tienen suficiente para forjarse un futuro de maravilla; también adolece de la experiencia para saber manejar los contratiempos, los conflictos, las fracasos y pueden responder a estas dificultades con una emocionalidad negativa dramática, y es ahí donde el camino se puede torcer y llegar a los problemas que mencioné al principio. Es por eso que cada día más, en el mundo actual, se hace imprescindible que la educación emocional sea parte de la educación general que se da, ya sea en la casa, en la escuela y por parte de la sociedad en general.
No se deben desdeñar nunca las emociones negativas que presentan nuestros hijos desde edades tempranas, y enseñarles a manejarlas es una necesidad para el bien de ellos y su futuro, y un reto para los padres. Digo que es un desafío porque no solo no se le presta mucha atención a que los pequeños manifiesten emociones negativas, sino que puede resultar un orgullo para los padres el hecho que desde edades tempranas los hijos sean capaces de enojarse cuando pierden un juego, o ponerse ansiosos por la cercanía de su fiesta de cumpleaños, ya que puede interpretarse como que es capaz de percatarse de la importancia de situaciones a las que se enfrenta, o sea, como una manifestación de madurez.
Sin embargo, esto es un error, porque si bien es cierto que las emociones negativas tienen también su espacio en la vida, hay que ser muy cuidadosos con que esas respuestas emotivamente negativas no resulten en respuestas habituales, porque a la larga se convierten en esquemas de reacciones dañinas, y se sabe que lo que se aprende de pequeño, se repite y es reconocido por los adultos, es algo que se aprende muy bien y es difícil cambiarlo más adelante. Por otra parte, en jóvenes y adolescentes la explicación que los adultos suelen dar también cuando estos se encierran en sí mismos, se entristecen, estallan de ira, o sencillamente son indiferentes ante situaciones que anteriormente le alegraban es sencillamente “que es algo propio de la edad”, y les dejan solos con un maremoto de emociones con el que no logran lidiar y que puede desencadenar en un intento (en el mejor de los casos solo queda en intento) de suicidio o en adicciones a sustancias legales o ilegales.
A estas alturas me parece que logré ser lo suficientemente clara en el hecho que si es importante para la salud, el bienestar, enseñar al niño a cepillarse los dientes, a ser honesto, a estudiar, a tener amigos, a ser alguien en la vida; es igualmente imprescindible enseñarles a que se conozcan emocionalmente y educarles a ser emocionalmente competentes. Algunos ejemplos para terminar; los coléricos son muy deficientes en mantener negociaciones, de aceptar críticas, de aceptar criterios mejores que los suyos propios. Por otro lado, los desconfiados son resistentes a establecer relaciones de amistad y amorosas porque buscan constantemente un escondido y oscuro propósito en otros. También los que tienden a la tristeza, se desaniman rápidamente y esperan el fracaso antes de comenzar cualquier cosa. Y los ansiosos tienen una reactividad fisiológica elevada (sudoración, aceleración del ritmo cardiaco, vómitos, enfriamiento, etc.) ante una tarea nueva, lo cual es un obstáculo para un buen desempeño. Así que ahí va un consejo; preocúpese de las emociones de sus hijos, que estas le van a decir mucho más que las palabras.

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