El infierno terrenal
11 de septiembre de 2015
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En un artículo anterior les contaba la historia del abogado frío en su trabajo que se emocionaba hasta las lágrimas con sus ancianos vecinos que le ensuciaban el jardín echándole basura. Pero olvidé decirles que este hombre terminó ayudándoles, y les bota la basura todas las noches; así resolvió su problema y el del ellos.
Este caso es muy enaltecedor porque se trata de emociones positivas que llevan a buenas acciones. Pero como la vida no es color de rosa –con perdón de Edith Piaf– existe lo contrario, o sea, que experiencias no deseables, e incluso terribles, llevan a tener conductas negativas y sustitutivas. El ejemplo que les voy a poner seguro que muchos o todos lo han visto alguna vez: se trata de las mujeres que la naturaleza no les dio el don de la maternidad y por razones múltiples –que como en todo lo humano tiene que ver con sus historia vital, su personalidad, sus éxitos y fracasos en la vida– toman posturas de negatividad emocional hacia las mujeres con hijos, y más aún hacia los niños.
No obstante, como los seres humanos no podemos vivir sin amor –esto es un hecho no una fantasía–, se dedican a amar a los animales manifestando una incapacidad de abrirse hacia otras manifestaciones conductuales que ayuden a enfrentar esa condición muy deseada, pero negada.
Sin embargo, el daño no termina ahí, sino que la necesidad de sostenerse en esta postura hace que estas mujeres tejan una cadena de acciones que van desde el alejamiento de la situación que les recuerda su ineptitud –evitar el contacto cercano con mujeres y familias con hijos, no permitirse tampoco un acercamiento a los niños, crearse teorías de lo malo que es tener hijos por eso del trabajo que da desde parirlos y criarlos, y la falta de libertad en la vida por la dedicación que merecen–, pasando por palabras y posturas desagradables hacia los niños. ¿Qué niño no se porta mal o llora alguna vez? En sustitución, se convierten en madres de perros o gatos a los que tratan como seres humanos, decisión que acompañan con la declaración de que “es mejor, más importante y más leal que un hijo”.
La historia contada es triste, así que vivirla, me imagino que será algo parecido a un tormento porque pocas personas, de cualquier entorno, gustan de acercarse y socializar con mujeres que se comportan así. A menudo se puede escuchar, “¿cómo esa mujer puede ser así? ¿No tiene sentimientos?”. Claro que los tiene, sino, no podría mimar a sus mascotas. Lo que no tiene es un ajuste emocional sano, porque si lo tuviera, haría lo que hacen las mujeres que en la misma posición de infertilidad son capaces de funcionar equilibradamente y sustituir su déficit con la adopción, ejerciendo el magisterio u otra profesión; en fin, dándole un sentido útil a la vida.
Ciertamente puede resultar muy difícil de aceptar que un gran deseo no se haga realidad, pero volvamos al punto de la educación y la “autoeducación” de las emociones y de la vida afectiva en general, lo cual no excluye que tengamos emociones negativas; porque es un hecho el que una pérdida, una meta no alcanzada y otras situaciones de la vida nos pongan tristes, enojados, infelices, y esto es sano cuando es pasajero. Hacer que la vida sea una constante manifestación de emociones negativas es claramente enfermizo, y si la sana tristeza que trae la negación de la maternidad es útil para seguir adelante, la “autocondena” a una negatividad emocional y las conductas consecuentes de esto es un impedimento a nuevas metas y una vida de sufrimiento; algo muy parecido a un infierno terrenal.
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