El gran valor que José Martí le atribuyó al sacrificio a la causa de su tierra natal
24 de mayo de 2021
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José Martí ha sido considerado no solo como un hombre de su tiempo, sino de todos los tiempos por la trascendencia y vigencia que tiene su ejemplo y una gran parte de los principios que expuso en cartas, trabajos periodísticos, discursos, poemas y otras obras.
Y sobre todo su figura cobra una mayor dimensión por haber sido un hombre que actuó en plena correspondencia con lo que planteara.
Por ejemplo él hizo realidad lo que señalara con respecto al sacrificio, acerca del cual trató en varios trabajos periodísticos.
Él planteó que tienen las gentes humildes sacrificios heroicos, a las veces más altos que los que por circunstancias de azar logran premio y renombre.
Esto lo reflejó en un trabajo publicado en la Revista Universal, de México, el 22 de junio de 1875.
Tenía entonces 22 años y ya él había dado pruebas de su entereza a la hora de enfrentar situaciones difíciles, como fue la que padeció durante su etapa de preso político, puesto que además se vio obligado a realizar trabajo forzado en las Canteras de San Lázaro, donde en la actualidad funciona el Museo Fragua Martiana.
Pero Martí no solo enfrentó situaciones que gravitaron sobre su estado físico y que pusieron a prueba su capacidad para sacrificarse, sino que además fue capaz de hasta encarar incomprensiones de sus familiares más cercanos por su plena dedicación a la causa de la independencia de Cuba. En tal sentido su vida y labor constituyen fuente de motivación y enseñanza.
Otro principio suyo, de gran relevancia, fue el que reflejó en La Opinión Nacional de Caracas, el 21 de enero de 1882, puesto que aseguró: “La especie humana ama el sacrificio glorioso.”
En relación con esa devoción por el sacrificio le expuso consideraciones muy elocuentes a su querida madre en las dos últimas cartas que le escribió.
En la penúltima, fechada el 15 de mayo de 1894, le expresó que mientras hubiera obra qué hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar y también le señalo su criterio que cada ser humano debía prestar, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.
Y además no solo hizo un planteamiento en sentido general sino que fue preciso al hacer referencia a su propia existencia y llegó a asegurar que jamás acabarían sus luchas tras haber establecido un paralelismo con la luz del carbón blanco que se quema él para iluminar alrededor
En esa carta Martí igualmente le planteó a su querida madre: “El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mí imposible, adonde está la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas. Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí, como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos.”
Esos criterios fueron, de hecho, nuevamente reflejados, por supuesto de otra forma, con el empleo de palabras distintas, en la última carta que le escribió a Doña Leonor Pérez, desde Montecristi el 25 de marzo de 1895.
Se hallaba ya desde hacía algo más de un mes en esa ciudad dominicana desde la cual anhelaba salir en unión de Máximo Gómez hacia Cuba para participar de modo activo en la guerra por la independencia que ya se había reiniciado desde el 24 de febrero.
Y en dicha misiva le manifiesta a la vez con cariño y firmeza a su progenitora: “Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”
Ese mismo día que le escribe a Doña Leonor, Martí también se dirigió a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal.
En una carta que ha sido considerada por diversos especialistas como una especie de testamento político, él reflexiona en torno a su deber para con la causa de la independencia de su tierra natal.
Y le comentó a Henríquez y Carvajal lo siguiente: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo; sino agonía y deber.”
Como proclamara en varias oportunidades en sus cartas, trabajos periodísticos y discursos José Martí puso su vida al servicio de la causa de su tierra natal. Para él ese fue un deber supremo.
En función de la causa independentista declinó posibles honores y bienestar material ya que obviamente atendiendo a su talento y capacidad si tan sólo se hubiera dedicado a publicar libros o escribir para distintas publicaciones, por supuesto hubiese tenido una vida más holgada y obtenido mucha más fama en el campo de la literatura ó el periodismo.
Pero Martí apreció que su deber con su Patria oprimida lo obligaba moralmente a asumir otra actitud y por ello pensó primero en los intereses de su pueblo antes que en los suyos e incluso en los de su familia.
Y en correspondencia plena con lo que consideraba fuese su deber retornó a Cuba el 11 de abril de 1895 para con la fuerza de su ejemplo continuar dando su contribución al desarrollo de la guerra por la independencia que tras años de intensa labor logró hacer que se reanudase.
Martí tuvo una vida en la que se correspondió plenamente su predica con su modo de actuar. Con hechos concretos demostró cómo fue capaz de desenvolver su existencia con los principios que había proclamado.
Él se sintió plenamente motivado en todo lo que hizo en primera instancia no solo por el gran amor que sintiera por su tierra natal y la causa de su independencia, sino también por la forma cabal en que creyó en los conceptos que expuso, como los referidos al sacrificio, el cumplimiento del deber y el modo de actuar adecuado de los seres humanos.
Precisamente en un discurso pronunciado en el Hardman Hall de Nueva York el 10 de octubre de 1890, al hacer referencia al regocijo que puede experimentarse ante el cumplimiento del deber y lo que ello significaba, señaló algo que en estos momentos sigue teniendo una gran relevancia y vigencia: “…el porvenir, sin una sola excepción, está al lado del deber. Y si falla, es que el deber no se entendió con toda pureza, sino con la liga de las pasiones menores, o no se ejercitó con desinterés y eficacia.”
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