El diablo y el infierno
16 de mayo de 2014
|Arnaldo tiene 18 años y está en la puerta del aula donde en unos minutos comenzará un examen muy importante, porque si obtiene buena calificación estará más cerca de la meta añorada; la Universidad, por lo que está nervioso, pero ha estudiado mucho y sabe que puede tener una buena calificación. Sin embargo, en ese mismo instante otro estudiante se le acerca y le dice al oído que sabe que es lo que va a salir en el examen y le propone decírselo. La primera respuesta es emocional, porque se asusta e inmediatamente empieza a tener muchas ideas que no logra organizar ¿Es cierto o será una táctica del otro para ponerlo nervioso? ¿Es una broma de mal gusto? ¿Será cierto? ¿Cómo es posible que tenga un examen que aún no ha empezado? ¿Lo robó? ¿Lo compró? Y así otras preguntas. Reacciona y recuerda que su madre le ha dicho que no entre en ningún rejuego sucio y que no muestre interés en una propuesta de fraude y que ni mire ningún papel en el que puedan estar preguntas de un examen, por lo que le dice al otro que no quiere saber nada y entra rápidamente al aula. Pero el daño emocional ya está hecho, y Arnaldo no logra concentrarse bien en el examen porque está asustado, enojado, ansioso y se pregunta si verdaderamente el otro -o tal vez muchos más- tienen ventaja sobre él y van sobre seguro al contestar las preguntas, y se pregunta si hizo bien en seguir las advertencias maternas o si fue un tonto por no aprovecharse de esa oportunidad, y aquí me viene a la mente esos dibujos animados donde sobre un hombro se posa un angelito diciéndole que hizo bien y en el otro un diablito riéndose de lo estúpido que ha sido, y logran atormentar al muchacho y preocuparlo más. Pero sigamos, ¿Qué le pasó a Arnaldo? ¿Por qué no logra concentrarse y responder con los conocimientos que tiene? Pues porque las emociones influyeron en su ejecución, y como se supo más tarde al conocer la calificación, en su rendimiento intelectual, lo cual es muy lógico porque no hay esfera de la vida humana en que las emociones, los sentimientos no estén presentes. Si cada uno de nosotros se pone a pensar y recuerda alguna situación muy importante seguro identificará aquella en que la voz se le fue cuando tuvo que hablar ante un público grande, o se quedó petrificado sin poder reaccionar ante un peligro, o que dio tropezones ridículos el día de su boda, chocando contra todo. Ejemplos pueden ser muchos y todos nos estarán diciendo que en momentos de máxima tensión los estados afectivos pueden cambiar nuestras respuestas habituales, aprendidas, porque provocan un desequilibrio emocional. Claro que hay diferencias, ya que a todos no nos ocurre igual, porque hay aprendizajes que pueden estar encaminados a enfrentarse a este tipo de situación. Así está la campeona olímpica de judo que fue atacada por un ladrón y su reacción fue de usar la defensa personal, evitando el daño y dejando al atacante maltrecho. A eso se le llama adaptabilidad, y cada cual la posee en diferente magnitud y la profesión puede que tenga que ver con esto, ya que los policías y los bomberos por ejemplo están entrenados para situaciones de máxima tensión y responden de manera efectiva donde usted y yo quedaríamos petrificados. Aparte de esto, la propia vida, la experiencia que uno acumula también nos prepara para situaciones estresantes como por la que pasó Arnaldo, y un adulto debe poseer más recursos para manejarnos en este sentido, de cómo nos comportamos y como funcionamos, porque el vivir nos da un repertorio emocional más amplio que el que puede tener un adolescente. Claro que esto no es una simple proporción matemática, o sea, a más edad, mejor control de las emociones, porque en realidad hay factores múltiples que influyen, pero estos factores se organizan mejor a medida que avanzamos en la vida y tenemos más experiencia. No en balde es tan conocido ese dicho que dice que más sabe el diablo por viejo que por diablo.
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