El colmo del cariño maternal
28 de septiembre de 2018
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¡¿Quién diría que los teridios, una extensa familia de arañas menudas, tejedoras de hilos enmarañados, conocidas como arañas con patas peines porque poseen en el tarso de su IV par de patas una serie de espinas cerradas que inmovilizan a las presas, habían de ser dechados perfectos de amor maternal?!
La hembra, que construye su ooteca bajo la corteza de los árboles, o en el tupido follaje, al primer signo de peligro se lanza sobre ésta, la coge con sus piezas bucales y no la suelta aunque en ello le vaya la vida.
Día y noche está la hembra vigilando su ooteca, defendiéndola y dándole calor. Una vez abiertos los huevos y nacidas las crías, la madre se torna todo amor, todo cariño. No se apara un momento de ellas; les proporciona comida, como las aves a sus polluelos. Con gran precaución no mata a los dípteros, coleópteros y mariposas que caen en su red, sino que los muerde insensibilizándolos, porque, si los matara, mataría también de hambre a sus hijitos que sólo chupan la presa cuando ésta se mueve un poco; si los dejara en la red sin morderlos, entonces los movimientos bruscos de las presas pegadas en la red impedirían la aproximación de las pequeñas y tímidas arañitas. Por eso la cariñosa madre insensibiliza la caza dejándola con escasa vida y suaves movimientos a fin de que sus crías puedan acercarse a ella.
Puede suceder que por mal tiempo o por escasez de presas, no se prende en los hilos de la red insecto alguno. La madre siente hambre y los hijos mucho más, ¿qué hacer? ¿Tal vez se lance contra alguna de sus crías y las devore? ¡Nada de eso! Cuando no tiene otro recurso, cuando ve que sus crías perecen de hambre, entonces ella misma se coloca en medio de la tela y mueve lentamente las patas, fingiéndose insectos cazado. Se acercan las hambrientas crías y acometen contra su propia madre; y, ¡prodigio de la naturaleza!, la madre se deja comer de sus pequeñuelos.
Al sentir la madre, víctima voluntaria, los primeros pinchazos de sus hijos, aún pudiera huir, aún pudiera sacudir violentamente sus patas y ahuyentar a su prole, pero no lo quiere hacer, se deja morir, se deja devorar:
La cría se ha salvado, una vez más la vida se ha impuesto.
Después de lo dicho ¿habrá alguien que se cuestione el título que le he dado a esta historia?
Recordemos que “…la Naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”. Sólo hay un modo de que perdure: respetarla y servirla”.
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