El Callejón del Chorro
10 de mayo de 2018
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Como bien sugiere su nombre, este sitio estuvo relacionado con la llegada de las aguas a esta parte de la ciudad, provenientes del primer acueducto que tuvo La Habana concluido hacia 1592: la Zanja Real. Cuando en 1587 el Cabildo decretó la construcción de una cisterna en los terrenos de la ciénaga esta se ubicó en el solar que hoy ocupa la casa señalada con el No. 56 de San Ignacio. Juan Talavera fue inspector de la importante obra, que se realizó a jornales, repartiéndose los costos entre los vecinos del lugar. En carta al Rey alababa de esta forma el gobernador Gabriel de Luján la idea, que adoptó como propia. Construida la cisterna, se comisionó a Juan Bautista de Rojas para su limpieza, y en 1588 este señor se quejaba de la falta de higiene de muchas de las personas que acudían a la fuente, contaminando las aguas, por lo que solicitó se cubriera y cerrara con llave, que debería tener algún vecino cercano para tener el cuidado de abrir y cerrarla. Según el historiador Manuel Pérez Beato, no se conoce cuándo desapareció la cisterna, pero sí que duró algunos años después de haber llegado el agua de la Zanja hasta esta zona.
La Zanja Real trasladaba el líquido desde el río Casiguaguas o Chorrera –hoy río Almendares– con una descarga de 70 000m³ diarios: 20 000 llegaban al núcleo fundamental de la población y el resto se utilizaba para el riego de los campos aledaños. En 1591 el agua arrastrada por el cauce de la zanja llegó hasta el Campo de Marte, entraba a la ciudad por un lugar cercano a Monserrate y Dragones, y continuaba diagonalmente hasta Teniente Rey y Compostela. De allí, llegaba hasta la esquina de Obispo y Habana, seguía hasta O’Reilly y Aguiar y moría en el estero que sería luego la Plaza de la Catedral; para ello atravesaba la manzana conformada por las calles Cuba, O’Reilly, San Ignacio y Empedrado.
El agua no descendía por el actual espacio adoquinado del Callejón del Chorro, sino por dentro del área ocupada hoy por el edificio San Ignacio No. 68 conocido como Casa de Navarrete; continuaba su recorrido cruzando en diagonal el espacio de la plazuela hasta desaguar en la zona conocida como El Boquete, –una apertura en la muralla de mar que servía para evacuar de la zona las aguas de lluvia acumuladas. Al fondo de esa casa existían dos túneles correspondientes a canales o acequias de la Zanja Real, vinculados a la conducción de agua por derrame libre; confirmando que fueron los primeros en llegar a la parte poblada de la villa en 1592, con reconstrucciones posteriores de los mismos. Estos canales estaban relacionados con dos cisternas que sirvieron de represas para la extracción de agua por los pobladores y las tripulaciones de los barcos. Estudios arqueológicos llevados a cabo en el año 2002 por integrantes del Grupo de Arqueología de la Empresa de Restauración de Monumentos de la Oficina del Historiador de la Ciudad y dirigidos por Darwin Arduengo, demostraron la presencia de estos canales.
De este modo, la conformación del callejón estuvo determinada por la presencia de estos canales de la Zanja de un lado, y de los manantiales que surtieron la Casa de Baños por el otro.
Como símbolo de la culminación de las obras de la Zanja Real, se colocó una lápida donde reza lo siguiente: Esta agua traxo el maesse de Campo Juan de Texeda. Anno de 1592. Si la tarja fue colocada en ese propio año, debió tener diferentes emplazamientos hasta que fue ubicada en la fachada de la casa que cerraba el callejón, y no en San Ignacio No. 68 actual, por donde realmente corría el chorro.
Al ganar relevancia urbana las casas de la ciénaga, en la primera mitad del siglo XVIII, este ramal fue desecado y mercedado el terreno para su construcción, mejorando con ello el ornato de la zona, tan aclamado por sus vecinos. Con la erección del templo de los jesuitas, el espacio público se convertiría en una de las plazas más importantes de la ciudad, a la par de la de Armas, San Francisco y la Plaza Vieja. Luego sería conocida como Plaza de la Catedral.
No obstante, permaneció en la memoria popular aquel chorro de agua que durante dos siglos surtió al área, y precisamente por ello, el espacio por donde llegaba, entonces ya convertido en un paso, se comenzó a conocer como Callejón del Chorro.
A finales del siglo XVIII, en un contrato de venta de la casa San Ignacio No. 68 se expresaba que el inmueble hacía esquina “…a la calle honda que por Espaldar del Conbento del Sr. Sto. Domingo ba a la Plazuela de la Sienaga y callejón que sale a la misma parte…”, se confirma así la existencia del callejón como una arteria más.
Iniciado el siglo XIX era descrito en la obra de Jacobo de la Pezuela como “callejón amplio, corto y sin salida, que se introduce por el ángulo S.O. de la plaza de la Catedral, continuando la numeración de la calle de San Ignacio, aunque hoy solo abre a él la antigua y vasta casa de Navarrete, quedando al fondo almacenes y otras dependencias habitadas”.
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