El buen consejo
28 de noviembre de 2014
|Dice un antiguo refrán que quien no oye consejo no llega a viejo, dándole mucho valor a la experiencia transmitida oralmente, esa que se gana durante la vida, con los tropiezos, los errores, las caídas, los logros, con las consecuentes tristezas, ansiedades, felicidad, optimismo, enojo, en fin, el consejo es una forma común y muy útil de enseñar a otros a partir de lo que uno mismo aprendió en la vida, porque hay que vivir unos cuantos años para ser capaz de aconsejar a quien lo necesita. Por eso es que los jovencitos cuando le preguntan a un coetáneo sobre un problema, dan un consejo que habitualmente resulta de poca utilidad porque no han vivido lo suficiente para tener una “reserva” de aprendizaje de la vida que le permita decir algo válido porque son emocionales, audaces y habitualmente desacertados. Pero que ¡viva la juventud y su inexperiencia! Porque ¿se imaginan que usted, yo, cualquiera de los que me leen, a los 15 años pensáramos y tuviéramos la sapiencia de una persona de 70 años? Eso sería un verdadero horror. En fin, que los consejos estoy escribiendo, porque es parte o una manifestación de la comunicación con los demás, de la empatía, de la preocupación por la felicidad y el bienestar del prójimo. Pero -y siempre hay un pero- ¿somos capaces de dar el consejo en el momento adecuado, a la persona adecuada, con el contenido adecuado aún teniendo la experiencia necesaria? Bueno, eso ya son otros 20 pesos -como decimos en Cuba para afirmar que es un asunto diferente- porque el solo hecho de haber vivido y darse cuenta lo que necesita el otro para poder resolver una situación no es suficiente, porque como dice una famosísima frase de Dante Allegiere, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno y uno no puede ir por ahí metiéndose en la vida de los demás sin su permiso, lo cual suele ocurrir con muchos que sin ton ni son lo hacen. Y cuando digo “la vida de los demás” incluyo a todos los demás seres humanos del planeta tierra, aunque muchos de estos estén más cerca de nosotros que otros, como es la pareja, la madre, los hijos, los amigos, etc. Lo primero que hay que hacer para ser un buen consejero y los demás nos convoquen para ayudarlos es ser una persona a quien oírla resulta beneficioso, porque su capacidad para entender las cuestiones humanas, las emociones de los otros, el respeto por los demás y la comprensión de sus emociones y sentimientos es reconocida y esto es lo contrario a la imposición, a la crítica (te lo dije y no me escuchaste), a la sanción y fundamentalmente es opuesto a la insensibilidad ante lo que sienten los otros ante un problema, como es creer que el asunto es banal y no lo suficientemente importante según nuestro punto de vista y no sintonizamos emocionalmente por lo que está pasando esa persona, y el consejo que le damos (que puede estar cargado de experiencia y acierto, pero descontextualizado e insensible) es “pero es que ese hombre o mujer nunca te convino, es mejor que se hayan separado ahora que eres joven y te puedes volver a enamorar”, y como dije, es muy posible que lo se dijo sea cierto y premonitorio, pero para nada acertado porque esa mujer u hombre lo que necesita es alguien que le dé contención emocional, que entienda que sufre por una pérdida y no que le de sermones futuristas, que se deben dejar para más adelante cuando haya salido del hueco emocional y pueda asimilar mejor los argumentos racionales. Otro de los errores que se cometen es dar consejo sin que se haya pedido y sin tener la suficiente cercanía afectiva con el otro, porque los latinos somos exuberantemente emocionales y nos sentimos con el derecho de hablar con cualquiera y así en la parada del ómnibus, en la fila de la tienda, del banco, del mercado, estamos cerca de dos personas que hablan y ahí “metemos la cuchareta” dando una opinión que no ha sido pedida a quienes no lo conocemos, y eso pasa más a menudo mientras más edad se tiene, y yo creo que efectivamente la tercera edad es una prodigiosa etapa de un vastísimo conocimiento sobre la vida, que de lo humano poco le queda por descubrir, pero eso no da derecho sobre los demás, porque se convierten en “el viejo o la vieja metiche” a quien se le huye y lo que de bueno se pudiera obtener de ese o esa anciana se pierde por el mal manejo de la comunicación y la desacertada empatía. Es más, yo soy psicóloga y en la práctica profesional hay un área de consejería psicológica, que se extiende a programas como la consejería matrimonial, de planificación familiar, de educación a los hijos, de orientación profesional, etc., por lo que estamos muy habituados y entrenados a dar consejos, y aún así tenemos que ser muy cuidadosos en no extrapolar el ejercicio de la profesión a la vida personal, dando consejos a diestro y siniestro. Si quiere ayudar a alguien, aún si no se lo piden, entonces le doy el siguiente consejo; entienda los sentimientos de los otros y apóyelos. Se lo van a agradecer y no va a errar, lo otro, lo racional, eso es otro cantar.
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