El azulejo en La Habana
18 de agosto de 2017
|
Para muchos estudiosos, el vocablo azulejo, deriva del árabe al zulaycha o zuléija, que significa “piedra bruñida pequeña” o ladrillo. Es entonces el típico azulejo, una loseta de barro, cocida dos veces generalmente, pintada y vidriada, por lo regular cuadrada o rectangular, que se destina en combinación con otras iguales o complementarias para ornamentar superficies arquitectónicas. Su origen, igual se remonta a la antigüedad y no pocas ciudades hicieron gala de su uso en las más disímiles aplicaciones. En el caso de La Habana, la ruta del azulejo viene de España, sin olvidar, que el arte de la cerámica en la península ibérica debe su impulso a la cultura árabe, importadora de la industria que lo difundió por las regiones periféricas, constituyendo verdaderos centros de producción Valencia, Sevilla, Talavera y Cataluña. Otro importante emisor fue Talavera de Puebla de los Ángeles, gracias al intenso tráfico que existía entre Veracruz y La Habana donde Puebla era paso seguro y la capital cubana escala obligada en el viaje hacia el viejo mundo.
De ese modo, los azulejos se sumaron a la los elementos compositivos de la arquitectura de La Habana antigua que tanto embellecieron sus construcciones: vitrales, lucetas, guardacantones, rejas de madera o hierro y sus semejantes, las pinturas murales. En cambio, la tradición de recubrir cúpulas y linternas a la manera poblana no proliferó y sólo ha quedado para la memoria histórica la cúpula del desaparecido convento de Santo Domingo construido en el siglo XVIII. La tradición habanera los situó en zaguanes, galerías, patios y cajas de escaleras como elementos decorativos de gran nobleza, y en las piezas sanitarias por su funcionalidad inherente para tales usos.
Durante toda la época colonial los paños de azulejos o cenefas, que en algunos casos llegaron a sustituir las franjas de pinturas murales, se aplicaron a la arquitectura con preferencia de la doméstica, y se emplearon varias técnicas y diseños. Predominaron los azules sobre fondo blanco en un principio, y luego se extendió el gusto por los colores fuertes no siempre sobre fondo claro. Abundaron los motivos de guirnaldas y flores junto a los primeros arabescos, considerados clásicos dentro de las temáticas más recurrentes. Las relaciones de diseño resultaron más complicadas hacia los finales del siglo XIX, y aún perduran algunos ejemplos de imágenes iconográficas que aluden a una confección más elaborada y espléndida en su gama de colores.
En el siglo XX encontramos el azulejo en fachadas y portales, además de su uso ya tradicional para esa fecha. Se diseminó entonces hacia los nuevos barrios suburbanos alcanzando gran popularidad entre los usuarios de bajos y medianos ingresos. A su diversidad de combinaciones de formas, tamaños y tonalidades, se sumó el relieve como ingrediente enriquecedor del diseño, y a la producción española, italiana e inglesa, se incorporó con fuerza la norteamericana.
Los ejemplos en edificaciones modernistas o art nouveau, hicieron gala de la gracia y sensualidad de este estilo que fue pródigo en motivos de gran imaginación, naturales y abstractos. La cerámica vidriada esta vez alcanzó revestir molduras, capiteles o esculturas en fachada y cubierta, como más tarde lo empleara, pero de modo más puntual, el art deco.
La función decorativa del azulejo decayó con la producción industrializada, especialmente la estadounidense que inundó el mercado nacional, imponiéndose un uso más pragmático y universal del material, reducido a baños y cocinas. El intento de incorporarlo a las edificaciones modernas en los años cincuenta, vinculando para ello a los artistas plásticos del momento, fue un triunfo, pero no trascendió lo suficiente como para reivindicar la verdadera nobleza del azulejo.
El origen de estas indudables piezas artísticas y su introducción en la Isla, las técnicas aplicadas en su realización, los motivos decorativos y también su función, son aspectos que han quedado un tanto olvidados en el estudio de la arquitectura cubana. Este tema ha sido preocupación de especialistas como el arquitecto Daniel Taboada, la licenciada María del Rosario Castell y en la actualidad, con más perseverancia, los arqueólogos Róger Arrazcaeta y Antonio Quevedo, del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, quienes realizan un importante estudio de su presencia en la capital, especialmente en La Habana Vieja, donde el análisis de intervenciones arqueológicas y de evidencias aún conservadas, pueden arrojar interesantes resultados. De hecho, la realización de este trabajo, partió de la investigación de dichos conocedores sobre la historia del azulejo en La Habana.
Galería de Imágenes
Comentarios