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Dos eventos de trascendencia en la fonografía musical cubana

26 de agosto de 2016

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En 1925 ocurren dos acontecimientos de carácter tecnológico que revolucionarían a la incipiente industria discográfica universal: la aplicación de la electricidad y el empleo del micrófono en los programas de grabaciones. Para entonces, el género musical-vocal-instrumental cubano y con arreglo al baile conocido como el Son, gozaba entre los cubanos de una gran aceptación. En mucho coadyuvó, sobre todo en su difusión, los adelantos técnicos que paulatinamente alcanzaba la industria fonográfica y sus aparatos reproductores y que lanzó a los mercados internacionales a una de las agrupaciones musicales que más contribuirían a la diseminación del Son: el Sexteto Habanero, entonces integrado por Guillermo Castillo, guitarra y director; Carlos Godínez, Tres; Gerardo Martínez, voz y clave; Antonio Bacallao, botija; Oscar Sotolongo, bongó; y Felipe Neri Cabrera, maracas.
En el propio año de 1925 se producen las primeras grabaciones eléctricas del sexteto Habanero, entre otras, Maldita Timidez, Caballeros silencio, A la loma de Belén, y Un meneito suave.
Algunos estudiosos del Son del occidente del país, pretenden buscar los antecedentes del Habanero en una legendaria agrupación llamada Orquesta Típica Habanera de Godínez, la que en 1918 registrara algunos discos en un estilo “soneado” por el sistema acústico para el sello Víctor; entre otras piezas atrapadas en estos soportes, se relacionan “Amalia Batista”, “Carmelina, mira tuyo soy corazón”, “Minerva”, “Mujer bandolera”, y “Rosa qué linda eres”, todos al parecer, grabados en una habitación habilitada como estudio de grabaciones  en el habanero e histórico hotel Inglaterra.
Lo cierto es que esta agrupación estaba integrada por Manuel Corona, guitarra y voz; María Teresa Vera, guitarra y voz; Alfredo Boloña, bongó; “Sinsonte”, voz y maracas, y Carlos Godínez, tres y director. Como se podrá apreciar, todo un quinteto típico donde salvo Carlos Godínez, ninguno de los otros músicos luego tuvo relación artística con el Habanero en ninguna de sus etapas. Además, con una detallada audición de algunos de aquellos discos, se notan las diferencias tanto en la  timbrica como en el estilo.
Por otra parte, se ha repetido hasta la saciedad, que el son no aparece con toda su intensidad en nuestro espectro musical y discográfico hasta el año 1920 con las grabaciones del Sexteto Habanero; sin embargo, desde el año 1913, las etiquetas de los discos grabados con música cubana, excepto el danzón, rubricaban nuestros géneros musicales con “caprichosos términos” como Son de Oriente, Son oriental, Son habanero, Son de Marianao; paralelo con rubricas tan tornadizas como ”paso ñáñigo”, “guaracha”, “rumba”, “canción cubana”…, y que con una detallada audición de algunas de estas grabaciones, resultan reveladoras e indiscutibles enunciados de la rítmica sonera, y en algunos casos indudables sones.
Téngase en cuenta que el son se conoce en La Habana desde principios del siglo XX, corroborado por las grabaciones de danzones que ya, entre 1907 y 1908, en la parte final del danzón, dejaban escuchar algunas formulaciones y patrones rítmicos soneros.
Por otra parte, al sexteto Habanero se debe la caracterización de estilo y formato instrumental estable o básico para la interpretación del son, y que luego el disco se encargaría de difundir por el mundo.
Esto facilitó en el disco gramofónico la parición de los sextetos Occidente, Boloña, Los Naranjos, Matancero, Enrizo y Nacional, por tan solo citar algunos.
Gracias a este poderoso recurso quedarían plasmados en la historia y hasta la actualidad, formatos y estilos que aún perviven en sus regiones de origen.

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