Dino Risi, un rey de la comedia, en la cinemateca
15 de noviembre de 2016
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Si el año pasado la Cinemateca de Cuba rindió tributo al centenario de Mario Monicelli, uno de los monarcas absolutos de la “comedia a la italiana”, en este festejará –como parte también de la Semana de la Cultura Italiana– el siglo transcurrido del nacimiento de otro de sus soberanos: Dino Risi, quien legó una obra prolífica, a veces irregular, a la cual no siempre se le ha hecho la justicia que amerita. Los espectadores podrán ponerse en contacto con una selección de su filmografía en la Sala Charlot del cine Charles Chaplin entre el martes 15 y el miércoles 30 de noviembre, en funciones a las 2:30 y las 5:00 p.m., que incluyen no pocos títulos en calidad de estreno absoluto en la Isla.
Este milanés nacido el 23 de diciembre de 1916, hijo de un médico y, a su vez, médico frustrado, terminó por devenir un observador implacable e imparcial de la sociedad que le rodeaba, al tiempo que un perfeccionista. Aunque especializado en psiquiatría, el estudio cinematográfico sustituyó muy pronto a la consulta de Risi, inmerso en un movimiento de jóvenes intelectuales que le condujo a convertirse en asistente o guionista de cineastas como Alberto Lattuada, Mario Soldati y Luigi Comencini, además de colaborar en algunas revistas.
Risi emigró hacia Suiza, donde se entrenó junto a Jacques Feyder, que impartía cursos de realización en Ginebra. A su regreso tras la liberación, un cortometraje sobre los mendigos milaneses, Barboni (1946), marcó su debut como realizador y obtuvo un reconocimiento en el Festival de Venecia. Sería el primero de una serie calificada por estudiosos de su trayectoria como encuesta neorrealista y desencantada sobre la vida de las clases “inferiores”; en otro de ellos Buio in sala (1950), analizó con humor las reacciones del público en un cine. En estos cortos y documentales evidenció su personalísima habilidad para aprehender en pocas imágenes la sicología de un personaje y captar la nota pintoresca sin pretender ser costumbrista.
Vacanza col gangster (1951),[1] interpretado en su mayoría por jóvenes figuras, fue el primer largometraje de ficción que escribió y dirigió. Pese a su frescura, no dejaba entrever que sería la comedia el género en el cual se hallaría a sus anchas, y de qué manera. Paraíso por cuatro horas fue su aporte al filme colectivo Amore in città (1953), verdadero punto de partida de una carrera indetenible a un ritmo de dos o tres anuales hasta bordear los ochenta filmes. Su mirada cáustica dirigida hacia detalles y personajes de la vida cotidiana se percibe ya desde los primeros títulos. Algunos de ellos fueron rodados en pleno declive del movimiento neorrealista: Poveri ma belli, La nonna Sabella, Belle ma povere… de enorme éxito popular. La crítica advirtió su particular disponibilidad para indagar en las costumbres y su aguda atención hacia lo ordinario. Il mattatore (1959), disparatada sucesión de sketches, señaló su encuentro con el gran Vittorio Gassman, que se convertiría en su actor-fetiche, capaz de asumir cuanto personaje concibiera con idéntica maestría y su innato narcisismo.
Los dorados años sesenta con el esplendor de la comedia a la italiana, trajeron consigo dos tempranas obras maestras firmadas por Dino Risi: Una vita difficile (1961) y La sorpresa (Il sorpasso, 1962). La primera revela cierta amarga desilusión al abordar la historia de un personaje cabiriano que no pierde las esperanzas y la capacidad de lucha, en un discurso de alcance histórico e ideológico, atenuado con notas irónicas, divertidas y grotescas. La segunda, es una de las mejores tragicomedias de esta década prodigiosa. En ella convergen dos personajes contrapuestos desde todo punto de vista, dos de los mejores “tipos” construidos por el genio risiano en su Divina Comedia, capaces de expresar una multiplicidad de estados anímicos, de sentimientos y conflictos en una confrontación inteligente a más no poder que puede apreciarse como un documento humano, sociológico y de costumbres de todo un país. Ambas películas, amén de las posibilidades comunicativas que portan por la brillantez del guión, los diálogos, la elección de sus intérpretes y su realización, han sido conceptuadas de “documentales sociológicos de primer orden del malestar moral que va determinándose en la sociedad italiana en aquellas aún “milagreras” temporadas iniciales del decenio”.[2] Habría que añadir La marcia sobre Roma (1962), radiografía del fascismo a partir de dos curiosos seres, para conformar una sólida trilogía que algunos han llamado “del escepticismo y el cinismo”.
Solo que esa destreza y creciente oficio para filmar con pasmosa rapidez una película tras otra condujo a Dino Risi a acumular unas interesantes por la mezcla de géneros, como la comedia policíaca en Operación San Genaro (Operazione San Gennaro, 1966) y algunas intrascendentes, puestas en función de los intérpretes principales, como Mónica Vitti, la musa de Antonioni en su faceta de comediante, felizmente descubierta, en Noi donne siamo fatte cosí (1971). Es apreciable la progresiva gradación del humor negro de una a otra cinta. Para él, como confesó en una ocasión, hacer reír al público era “enseñar bajo un aspecto burlesco las pequeñeces de la vida cotidiana”. La crítica cinematográfica italiana, en un intento de etiquetar la filmografía de Risi en estos años subrayó que todas las películas, independientemente de su nivel cualitativo, conducían a una interpretación cada vez más consciente y aguda de ciertos aspectos del comportamiento nacional.
Resalta en su producción uno de los títulos clásicos entre los desiguales filmes de episodios imperantes en el cine italiano de esta época: Los monstruos (I mostri, 1963), variopinta colección de viñetas en torno a una fauna de personajes y situaciones extravagantes, con la peculiaridad de que Risi es el autor absoluto de todos los cuentos, a diferencia de la mayoría de estas películas que reunían cortos realizados por varios cineastas. Por supuesto que el nombre de Risi aparecería en algunos de estos filmes, al concebir episodios para: Le bambole (1964), I complessi (1965) y I nostri mariti (1966), entre otros, que convirtieron al cineasta en uno de los más persistentes cultivadores de esta categoría genérica. Fue tal la impronta de Risi que terminó por sucumbir a las exigencias de productores y espectadores y rodar una tardía secuela Los nuevos monstruos (I nuovi mostri, 1977), sin pérdida alguna de su visión corrosiva y de esa vocación perenne por reflexionar sobre el tiempo que pasa.
Después de Il sorpasso, se señala a Straziami ma di baci saziami (1968), como su segunda cinta más estimable por la perfección alcanzada en la construcción narrativa, la elaboración de los diálogos y la conjunción de un reparto que reunió a figuras de la talla de Gassman, Nino Manfredi y Ugo Tognazzi, en torno a la blonda Pamela Tiffin, actriz estadounidense de moda en la cinematografía italiana de estos años sesenta. Otra notable contribución a la comedia de tintes entre ácidos y desabridos fue In nome del popolo italiano (1971), una virulenta sátira sobre la corrupción en las magistraturas y un ataque frontal a la oligarquía. Aún siendo de gran poder explosivo el argumento estructurado por el realizador para propinar otro contundente puñetazo a la mugre de su sociedad, la presencia del dueto de “monstruos” Tognazzi-Gassman en sus caracteres antitéticos pesa demasiado.
Pero sería Perfume de mujer (Profumo di donna, 1974), la que consagraría no solo a Gassman en Cannes por su memorable caracterización del ciego nada desvalido, sino a Dino Risi –laureado con el premio David di Donatello al mejor director–, como un nombre en la historia de la comedia cinematográfica a la altura de maestros como Billy Wilder, Cukor, Lubitsch o Capra, según la aclamación crítica unánime. Desde esta película se advierte en la filmografía de Risi algo análogo a las nuevas vertientes de la comedia italiana: a medida que transcurre el tiempo, sus películas se tornan más amargas y melancólicas, al respecto declaró:
La comedia italiana es, en efecto, cada vez menos “cómica”. Sin duda porque la realidad ofrece cada vez menos ocasiones de reír. Personalmente, me parece obligatorio que mis filmes sigan la evolución impuesta por mi entorno, impuesta por la vida misma. Sigo experimentando, como al principio, una profunda inclinación por el humor y por la risa, pero una Historia de colores más bien sombríos, con la que nos toca protagonizar en Italia, modera y aquilata mis gustos.
De todas formas, me consuela el comprobar que el público reacciona perfectamente al tipo de reflexión que mis filmes le proponen. Evidentemente, la gente ve en el cine problemas que vive cotidianamente, se reconoce aunque las situaciones aparezcan exageradas, toma conciencia de su realidad profunda. A nadie la parece extraño que hoy en día no se pueda ya reír del mismo modo que se reía hace veinte o treinta años.[3]
Tras rodar Caro papá (1978), la historia de un padre que descubre que su hijo pertenece a una banda análoga a las Brigadas Rojas, el director reveló en una entrevista que su método para hallar las ideas de sus comedias se asemejaba mucho al de Molière, quien veía incitada su imaginación en las conversaciones con los barberos y los chismes que circulaban en la ciudad: Risi coleccionaba en voluminosos álbumes recortes de periódicos, artículos y fotografías que le llamaran la atención por sus peculiaridades, sobre todo concernientes a aspectos de las costumbres y la vida de la península italiana a partir de 1945. Con películas como Caro papá, Risi intentó ir más lejos en su pintura de la realidad circundante, plena de pesimismo, temor y aprensiones: “No quiero imaginar guiones sin relación con la vida de todos los días –expresó–. Veo a mi país al fondo del abismo, y no puedo sonreír irónicamente ante la situación. Hay cosas tan graves que ni siquiera me atrevo a burlarme para denunciarlas”.
El decursar de los años lejos de atenuar, agudizó la ferocidad del humor de Dino Risi, quien al recibir en el año 2002 el León de Oro a la trayectoria otorgado en la edición número 59 del Festival de Venecia, manifestó que a la crítica de izquierda no le gustaban las películas cómicas y solo apreció la “comedia a la italiana” cuando esta estuvo muerta y sepultada, y añadió: “El mundo del cine se divide entre directores geniales y directores cretinos. Los geniales son un poco aburridos porque hacen siempre lo mismo. Yo creo ser un cretino con un poco de talento, el que basta para haber realizado cuatro o cinco filmes buenos. Además, los cretinos son una muchedumbre y a mí me gusta estar en compañía”.
De la vieja guardia del cine italiano le sobrevivió solo Mario Monicelli. Acompañemos en la sala oscura y riamos a carcajadas con esa galería de criaturas disímiles que nos legara un maestro de la sátira social y humana del relieve de Risi quien, cuando alguna vez le solicitaron escribir un Pequeño abecedario del cine, describió este arte como “una industria a medio camino entre la relojería de precisión y la trata de blancas”.
Notas:
[1] El autor prefiere conservar los títulos originales por ignorar las traducciones con las cuales fueron estrenados en algunos casos. Solo se especifican aquellos exhibidos en Cuba.
[2] Lino Micciché: El cine italiano de los años sesenta, Festival Internacional de Cine-Bilbao Documental y Cortometraje, Bilbao, 1989, p. 84.
[3] Servicio noticioso de Agence France Presse no. 33-708.
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