Diagnosticar y vacunar
31 de marzo de 2017
|
No se han equivocado de espacio, ni tampoco voy a escribir sobre medicina, sino que estoy usando palabras y criterios muy actuales en el tema de la inteligencia emocional en el ámbito laboral.
Las razones por las que trabajamos son económicas y de realización personal y profesional, lo que sucede es que no siempre se logra que ambas vayan por el mismo camino, porque la vida es muy complicada, como todos sabemos. A esta disparidad que puede estar dada porque en el trabajo donde ganamos lo suficiente no nos gusta por razones determinadas o viceversa, y donde nos gusta estar no nos aporta lo suficiente, se le suman otras situaciones muy particulares, como son los problemas personales, enfermedades, muerte de gente querida, problemas de la familia de origen que repercuten en la dinámica de la familia actual, problemas que arrastramos de nuestro pasado y muchos más. Pero, ya sean las dos razones iniciales como las otras –que son eventuales–, funcionan como virus o bacterias o cualquier otro agente que no es biológico, sino social, lo que “enferma” la institución, porque cualquier colectivo –grande o pequeño– y su “salud” (entiéndase su funcionamiento) se afecta por conductas individuales de sus trabajadores y ejecutivos que perturban la integración y la comunicación interpersonal y que al final repercuten en la productividad.
Estas conductas virales o bacterianas –no es lo mismo un virus que una bacteria, pero ambos agentes enferman, por lo que me permito usarlos indistintamente en términos psicosociales– tienen una carga emocional negativa, que como se sabe es muy dañino y se propaga. Trabajar con alguien enojado por ejemplo, influye en los demás y más a los que están más cerca, y el enojado se molesta porque hay calor en la oficina, porque el nuevo adiestrado se ríe alto o porque a Juanita, la secretaria “se le ocurrió” embarazarse, y por cuanto asunto le pasa por la cabeza. Además, no solo se nos quitan los deseos de trabajar con buen ánimo, sino que es muy probable que se nos quite completamente el deseo de trabajar.
En el mundo empresarial actual se trata de este asunto como “los virus en la empresa”, lo cual lleva obligatoriamente a dos cosas; hacer un diagnóstico y después proceder a la vacunación. Ahora voy a enfocarme en el diagnóstico, porque para poder saber qué tipo de “vacuna” se necesita primero hay que diagnosticar, o sea, hay que saber cuáles son las características o “síntomas de los contagiados”. Veamos algunos de estas conductas: el pesimista es quien emite criterios sobre personas, regulaciones, estrategias, vida personal de otros, siempre con evaluaciones negativas, ya que nada bueno puede ocurrir, propagando una sensación de desesperanza y desaliento como si estuviéramos en un desierto sin una gota de agua y sin oasis a la vista. Las características personales del pesimista son potenciadoras –en el mal sentido–, ya que si es un trabajador de experiencia, que lleva años en la empresa o tiene una preparación técnica y profesional elevada, resulta alguien a quien se escucha, por lo que el daño es mucho mayor, porque si es un joven que acaba de entrar, hay una tendencia de “vacunarlo” preventivamente y los de más experiencia les aconsejan y le alertan, y las consecuencias negativas de su conducta y el joven trabajador está también mejor dispuesto a aprender y aceptar la consejería. Cuando nos encontramos con este pesimista hay que entender que esa emoción negativa y la consecuente conducta no salen de la nada, sino que sin dudas tiene en su vida personal, en su historia vital insatisfacciones no resueltas que arrastra y se han instalado como una forma de actuar (muchas veces inconscientemente), produciendo una visión gris de la vida.
El pesimismo tiene ese color y además se acompaña de dificultades de la atención y la concentración, así como lentificación tanto del pensamiento como de la actividad. El directivo, ejecutivo, líder o jefe debe ser el “vacunador” principal y sobre él recae dar los pasos más decididos para establecer una buena comunicación con el pesimista, en primer lugar para que la persona reconozca su actitud, explore las causas y le repercusión que tiene sobre el resto del colectivo y por lo tanto en la productividad.
Pero hay otros virus y bacterias que enferman el entorno laboral, como el chismoso, el perfeccionista, el desconfiado, el individualista, el que no se compromete, el autosuficiente y muchos más, así que seguiré en próximos espacios, ya que si en el cine están de moda las sagas, yo voy a hacer lo mismo.
Galería de Imágenes
Comentarios