Cuestión de género
12 de septiembre de 2015
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Silenciosa, la entrada a la casa de la que era dueño. Se escurrió por el jardín y por el patio pasó al lavadero. Depositó la jaba. Por suerte, la cocina permanecía vacía. A esta hora, ella estaría en el cuarto, oyendo las novelas. Tenía que buscar el champú en el baño. Lo secaría con su propia toalla que después lavaría. Necesitaba mostrar al “peludo” con un aspecto más presentable. Se suponía que el blanco era su color de nacimiento, pero la suciedad de la calle lo convirtió en un arco iris de colores oscuros. El primer encuentro de su vida con el agua, no le agradó. Y los chillidos del cachorrito hicieron que la anciana llegara.
Él se inventó una sonrisa de chiquillo y el perro de los pelos multiplicados al infinito, esa mirada triste que todavía sostiene, aunque un arroz con picadillo de carne roja, le sea ofrecido por una vecina admiradora.
Después de la muerte natural del que se aseguró sería el último, lo juraron inclusive. ¡Ni uno más! Estaban viejos, cansados. Además, un perro, un perro bien criado, aumentaría los gastos. Pero esa mirada a lo Charles Boyer unida a tanto pelo blanco mostrado al secarse, la derritió. Porque donde comen dos, comen tres y más si el tercero es un perro educado en la humildad.
Solo tres días después cuando el llamado “el peludo” ya era dueño oficial de dos corazones, una taza para el agua, un plato para la comida, un cojín y una toalla extra oficialmente de una casa, un jardín y un patio, la anciana, mujer al fin y observadora por antonomasia, descubrió la terrible verdad. “El peludo” sin cirugía ni hormonas, era “la peluda”. Ni por un momento pensaron en la devolución a la calle, sino en la búsqueda y captura de una esterilización segura. No consultaron opinión científica. La anciana solo acunó muñecas en su niñez, nunca acunó bebés de carne. Y con pensamientos de madre ordenó que “la peluda” tenía derecho a amamantar una camada. Ya era una perra popular en el barrio. Por su belleza, alegría, dulzura y amabilidad, todos la querían. Se disputarían sus hijos.
El embarazo transcurrió feliz. Ama y perra disfrutaron del nacimiento y las primeras gracias de los pequeños. Ambas, la dueña en su sillón favorito, la otra a sus pies, sabían algo de genética por los documentales de la TV. Así y todo, vieron pasmadas que los cuatro cachorritos machos eran tan diferentes como puede ser un almendrón de un Audi. La única hembra era la copia de la madre, una “peluda” legítima. Y sin embargo, pasados tres meses, nadie la quería por el simple pecado de ser hembra. Y la anciana trató de explicarle a la angustiada madre que era una cuestión de género. Que todavía, mujeres o perras son discriminadas. Que cuando una chica se embaraza por no protegerse, el error recae sobre ella y algunos hombres como los perros, se desentienden de la prole. Que no se preocupara. Ellos se quedarían con “La peluda II”, pero eso sí, la operación sería al tiempo debido.
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