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Con el deseo en los dedos: la ruta más corta para caer en lo ridículo (II)

26 de marzo de 2018

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La realización por Mario Barral de Con el deseo en los dedos fue posible por el esfuerzo conjunto de los integrantes principales del proyecto. Organizaron una cooperativa mediante la cual cada uno aportó tres mil pesos con el fin de alcanzar la cifra de 30 mil, a la cual ascendió el costo de producción. Los animaba a todos el mismo espíritu que a tantos soñadores por más de medio siglo: el establecimiento de la anhelada industria y situar a Cuba en el mercado cinematográfico internacional. «Nosotros mismos pintábamos los sets –recordó cuarenta años después el actor Rolando Barral, hijo del realizador y uno de los intérpretes centrales–. Los que trabajaban por la noche se quedaban a dormir en el mismo estudio. Fue una experiencia inolvidable. El objetivo de la película era crear la industria cinematográfica cubana. El compromiso fue que el dinero que se recaudara se iba a invertir en próximas películas».[1]

Con el deseo en los dedos se estrenaría el lunes 22 de junio de 1959 en la sala Arte y Cinema La Rampa y en el cine Arenal.[2] Don Galaor, nombrado jefe de la página de espectáculos del periódico Havana Post, lo anunció en Bohemia como «un acontecimiento brillante que marcará el comienzo de una cinematografía cubana seria y universal»,[3] para a continuación escribir: «Podrá calificarse de inmoral, si no fuera exquisita. Siento orgullo del cine cubano viendo Con el deseo en los dedos, una película que Cuba lanza a la conquista del mundo entero».[4] Tres días después en la sección «Espectáculos» del nuevo diario Revolución, aparecería la primera crítica, firmada por José Attila, que apenas concedió cierto valor a la labor del fotógrafo y valoró la interpretación de Minín Bujones como quizás una de las cosas menos malas:

«En numerosas ocasiones su actuación, su indiscutible profesionalidad, salva la cinta del amateurismo reinante en ella. A pesar de lo malo del libreto, de lo absurdo de las situaciones, de lo inútil de su papel, logra sacar un poco de dramatismo y crear la ilusión de que «eso» es una película. Desgraciadamente eso solo ocurre en escasos momentos.

El guion –original de Mario Barral– es un verdadero desastre. El tema podía haber sido tratado desde diversos puntos de vista. Tratar el tema a través de un acercamiento afectivo al arte sería mucho pedir pero tratarlo como una novelista rosa es sencillamente monstruoso. En numerosas ocasiones las escenas dramáticas estremecieron al público de risa. Tantas otras veces resultó que una escena amorosa se convertía en novelita de Corín Tellado o Enrique Pérez y Pérez. […] Con el deseo en los dedos deber ser una obra «nacional». Es decir, vamos a dejarla por aquí y no sacarla de nuestro ambiente. Sería bochornoso hacerlo».[5]

Jorge Ubieta, en el apartado «Reflector» del periódico Avance coincidió en la habilidad de Ñiquito Ruiz en la fotografía, sobre todo en los exteriores, y la iluminación, calificó de positivo acierto ¡la corrección de la musicalización! y las actuaciones de la Bujones y Jorge Félix, no así las discretas intervenciones del caricaturesco Enrique Montaña, el sobreactuado Enrique Santisteban y el superficial Rolandito Barral, para señalar que: «Lo demás del filme no tiene suficiente fuerza como para el análisis exhaustivo, pero el cronista entiende que debido a la premura con que se realizó la filmación, y a lo reducido del presupuesto, Con el deseo en los dedos es un loable empeño de sacar a flote a la inexistente industria cinematográfica cubana y goza de un doblaje mil veces mejor que el de muchas producciones extranjeras que se han exhibido y se exhibirán en nuestro país».[6]

Walfredo Piñera recordó desde «Escenario y Pantalla», en el Diario de la Marina, que en De espaldas lo ambiental resultaba un acierto y la conocida realidad se tornaba diferente y sorprendente a un tiempo, amén de ser una extrañísima película cubana pero indiscutiblemente cubana; sin embargo, discrepó con las pretensiones de la siguiente propuesta de Barral en una rigurosa valoración en la que incluso calificó de desigual la fotografía, con breves aciertos que no compensan la insuficiencia del conjunto, pero insistió en lo ocioso de desglosar los fallos técnicos de una película imposible de redimir por el deplorable argumento. En su opinión era impracticable todo análisis de las actuaciones frente a un guion desprovisto de asideros dramáticos con el que ni siquiera Alec Guinnes podría haberse defendido:

«Si creyéramos que hacer la vista gorda a un grave error profesional fuera saludable para el siempre en pañales cine cubano, lo haríamos con gusto; pero estamos precisamente en un instante en que, como para tantas otras cosas en Cuba, se ha dado el grito definitivo de «¡Ahora o nunca!» en la cuestión del cine nacional. Y lo primero que hay que demostrar para ayudar en la dura faena es sinceridad y un sentido claro de la autocrítica. Las cosas no son buenas porque son cubanas, y mucho menos en materia de arte.

Con el deseo en los dedos es el segundo intento de Mario Barral por hacer un cine cubano diferente y superior. El resultado es patético. Porque, en efecto, se ha tratado de romper el molde tradicional del cine folklórico. Pero se ha hecho con una arbitrariedad argumental que no resiste análisis y con unos resultados profesionales que revelan «amateurismo» e inseguridad profesional hasta extremos que preocupan al crítico, porque resulta abusivo aplicar cánones normales a un esfuerzo de producción tan precario y angustioso.

Tanto De espaldas, el primer filme de Barral que no pudo ser estrenado por ser demasiado corto y estar doblado al inglés, como Con el deseo en los dedos, revelan un cerebralismo temático que está muy lejos de lo genuinamente cubano y de la espontaneidad de nuestro ambiente. […] Con el deseo en los dedos se escapa por la puerta falsa de un internacionalismo basado en la abstracción de un tema morboso, cuajado de incongruencias y carente de funcionalismo en su estructura argumental. […] Los personajes no tienen base sicológica de ningún género, carecen de humanidad y carácter, son engendros dramáticos de los que ninguna actuación lógica puede esperarse. Con ellos se ha trenzado una anécdota arbitraria y de una morbosidad chocante y fría a la vez».[7]

Al igual que ocurrió con las reflexiones en torno a De espaldas, René Jordán, el crítico de Excélsior, resumió brillantemente el 9 de julio, con toda la objetividad posible y situándola en su propio contexto, los criterios generalizados sobre el indiscutible paso en falso que para todos sus creadores era Con el deseo en los dedos. Según él, su reconocimiento debía constituir el primer punto de apoyo para reponerse de la caída, y «la ruta más corta para caer en lo ridículo es perseguir encarnizadamente lo sublime». Opinó que la Bujones «subactuó» el personaje y que el desconcertado Jorge Félix jamás era el Apolo físico que demandó el libreto:

Si viniera de cualquier otro país, Con el deseo en los dedos sería un filme que se pudiera destrozar en una crónica satírica. Como viene de Cuba, representa a la vez una experiencia lamentable para quienes la hicieron con muy buena voluntad, y para quienes la ven con no menos buena voluntad. Para quienes no están en contacto con las condiciones casi heroicas en que se realizó la cinta, es posible que la película sea objeto de cinismo y crueldad. Para los que conocen siquiera someramente la historia del film, el resultado es francamente penoso: no hay en él un solo pie de película que sea remotamente defendible desde el punto de vista artístico. Es el desastre total.

El libreto está basado en una situación quizás posible, pero tan marginal y abstracta que no es posible sacar de ella nada más que, en el mejor de los casos, una historia clínica siquiátrica. El filme intenta convertir un personaje patológico en una heroína poética: el resultado es lento, parlanchín, lleno de diálogos ampulosos y de explicaciones puramente verbales de la conducta de la protagonista. Con este material estático, la dirección no puede crear dinamismo. […] Considerando la excesiva extensión de los diálogos, los actores han hecho lo posible para no lucir anticinematográficos, pero han fracasado en todos los casos. Ninguno de ellos ha podido superar las dificultades básicas de los personajes y en algunos casos, como en el de Enrique Santisteban, han tratado de improvisar una caracterización, con resultados francamente desastrosos. […]

La finalidad de esta crónica altamente desagradable de escribir, es extraer al director Mario Barral y a sus colaboradores, del posible círculo de elogios interesados que los rodean, para que se enfrenten con la realidad aleccionadora de que han hecho una película muy mala. Todo un público no puede estar equivocado y los comentarios de la gente anónima que ve la película, sobrepasan en agudeza cruel todo lo que pudiera inventar un burlón profesional. Hay que dejar la psiquiatría a los psiquiatras, la poesía a los poetas e intentar hacer películas sencillas y humanas, sin arabescos ni complicaciones, que expresen la realidad cubana: cualquier día, en La Habana, están ocurriendo mil historias apasionantes.[8]

(Continuará)

 

Notas:

[1] Charles Cotayo: «La nostalgia del placer. La película de Mario Barral todavía enciende la memoria»: El Nuevo Herald, Miami, 29 de julio de 2000.
[2] La edición no. 446 de Cineperiódico (29 de junio de 1959), reseñaría el estreno con gran afluencia de público. La anterior, presentaría imágenes del cóctel ofrecido a la prensa por Mario Barral con motivo de la première.
[3] Don Galaor (Germinal Barral): «La farándula pasa»: Bohemia, La Habana, año 51, no. 24, 14 de junio de 1959, p. 138.
[4] Ibid., p. 140.
[5] José Attila: «Con el deseo en los dedos: El escultor y la estatua»: Revolución, La Habana, 25 de julio de 1959.
[6] Jorge Ubieta: «Con el deseo en los dedos»: Avance, La Habana, 25 de junio de 1959.
[7] Walfredo Piñera: «Con el deseo en los dedos, otro intento de cine cubano»: Diario de la Marina, La Habana, 1º de julio de 1959.
[8] René Jordán: «Con el deseo en los dedos»: Excélsior, La Habana, 9 de julio de 1959.

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