“Con el deseo en los dedos”: el primer estreno del cine cubano en 1959
22 de junio de 2019
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El pre-estreno exclusivo de Con el deseo en los dedos, de Mario Barral, el lunes 22 de junio de 1959 en las salas Arte y Cinema La Rampa y Arenal —donde no era costumbre exhibir películas habladas en español—, coincidió con el de un esfuerzo similar también reciente, La vuelta a Cuba en 80 minutos, de Manuel S. Conde. A propósito, el crítico Walfredo Piñera, publicó en el Diario de la Marina el primero de julio que ambos títulos demostraban que en Cuba «se pueden hacer materialmente películas aún a costa de mil sacrificios. Pero ahora hay que ponerles la emoción, el talento creador sin cuya presencia no habrá cine nacional de ninguna índole por muchos esfuerzos que se hagan».
Específicamente sobre la cinta de Barral insistió:
Lamentamos de corazón no poder ser condescendiente con las pretensiones de esta nueva película cubana; pero sus efectos pueden ser contraproducentes y alejar al público que crea que a la postre siempre el cine nacional será una cosa así. Para su tercera producción no debe elegir Mario Barral un asunto tan rebuscado y difícil. Pruebe con un argumento sencillo y lógico, sentimental y diáfano, y estará en el justo medio que tal vez trace el camino a seguir para la consolidación de su compañía.
Valdés-Rodríguez, quien después de De espaldas (1956), que calificó de filme notable y erróneo, había depositado grandes esperanzas en la segunda producción acometida por el empeñoso Barral, alguien «digno de atención y aprecio, aún en el error y el desacierto», aferrado a su propósito de «crear una industria y un arte cinematográficos cubanos». Pero la promisoria por más de un motivo «nueva prueba de voluntad y entusiasmo cinematográficos de Mario Barral y de su inalterable deseo de contribuir al desarrollo y madurez del cine criollo», lo decepcionó por «la irrelevancia del asunto y de su realización», extensivos también a la interpretación, no obstante reconocerle su entusiasmo, voluntad y tesón generoso: «Con el deseo en los dedos es un paso atrás en lo que se puede llamar la obra cinematográfica de Mario Barral. […] La carencia de cubana se extiende a todo el film, acento humano nuestro que pudo tener el asunto, perfil de los personajes, presencia plástica de lo criollo en la fotografía. Es decir, lo contrario de De espaldas. […] Deseamos mucho las pruebas, que tenemos la seguridad se nos pueden ofrecer, de un cine cubano íntegramente; costeable en el orden económico, pero no a la manera de Con el deseo en los dedos».
Sorprendió el mismo día, 28 de junio, Fernando del Castillo (hijo), generalmente implacable en sus juicios, con su muy encomiástica reseña publicada en Cinema. El crítico alabó la magnificencia de la fotografía, el sonido, la selección musical, la perfecta edición, el argumento «interesante y ameno» que ofrecía al espectador «momentos de verdadera emoción y suspenso», la cuidadosa elaboración de los diálogos y las interpretaciones. Destacó entre estas la de Minín Bujones: «ajustada en lo físico y espiritual al difícil personaje […] con una seguridad y un aplomo extraordinarios». Según él, Enrique Montaña, «sobrio, distinguido y comedido, rinde una actuación de subidos quilates», Rolando Barral demuestra una vez más su ductilidad interpretativa, Jorge Félix brinda una actuación «fresca, sincera y emotiva» y en cuanto a Santisteban, el actor preciso para el papel del marido engañado: «aporta su depurada técnica y reconocida experiencia como actor de bien cimentado prestigio». Al valorar en su conjunto una cinta que en su criterio había sido realizada con amor, con mucha dignidad y en la que se advertía calidad y sentido profesional, escribió:
Con esta película el cine cubano da su primer gran paso en firme. Creo sinceramente que ahora sí habrá industria cinematográfica, pues este interesante film de Producciones Barral inyectará de optimismo a aquellos escépticos que no querían invertir su dinero en la producción de películas por miedo a perderlo. Después que todos hayan visto Con el deseo en los dedos estarán convencidos de que aquí hay suficiente talento, entusiasmo y capacidad, para hacer las cosas en grande, para salir avante y mirar con fe y optimismo el futuro de nuestro cine.
El crítico Ángel del Cerro aprovechó la exhibición con escasos días de diferencia del documental Esta tierra nuestra y del filme de ficción Con el deseo en los dedos, en la sección «Páginas» de Prensa Libre, para ponerlos como ejemplos, uno positivo y otro negativo, no obstante «sus propósitos bien diferenciados y sus objetivos diversos». El primero, «de cómo el estado puede movilizar sus propios recursos para llevar al pueblo en una forma inteligente y altamente estética, el mensaje de la Revolución», con honestidad y belleza. Por eso logra un impacto emocional extraordinario, a pesar de algún que otro lunar que puedan señalarse en su contra. Es lástima, por ejemplo, que una partitura bella como la que ha compuesto Juan Blanco, se vaya a veces por encima de la imagen traicionando la función de la música en el cine».
Del Cerro consideró la secuencia del carnaval en De espaldas como uno de los mejores momentos del cine nacional, aunque tanto en esa película como en la siguiente, el batallador Mario Barral luchó contra su peor enemigo: sus propios guiones. Respecto a la disparatada Con el deseo en los dedos, admitió la imposibilidad de un reparto de buenos actores para lograr calidad interpretativa al trabajar sobre el absurdo. En el texto, el firmante se extendió en una serie de consideraciones que resultan interesantes como reflejo del clima existente en torno a la necesidad de la creación de la industria cinematográfica:
El hecho de que existan todos los factores necesarios para integrarla, no quiere decir que si no se actúa con inteligencia, desinterés y eficiencia, no se corra el riesgo de que siga ocurriendo lo que hasta hoy: que en contra de lo que la lógica establece no haya podido consolidar la producción cinematográfica nacional.
De entrada se observan dos modos de fomento para la industria: la producción oficial y la iniciativa privada. Confiar el cine exclusivamente a la promoción o el control estatal sería dar un paso hacia un totalitarismo en material de cine y, además, nada garantiza que dicho paso sea eficaz para la creación de la industria. En muchas direcciones tiene que movilizar el estado sus propios recursos para que pueda dirigirse a la cinematografía el potencial económico necesario para crear la industria. Por eso Esta tierra nuestra es ejemplar, porque muestra lo que sí es función del cine estatal: difundir los valores nacionales y proyectar el sentido social del país.
Pero para hacer cine comercial es preciso estimular la iniciativa privada fundamentalmente. En Cuba no hay cine, entre otras cosas, por la costumbre que tenemos los cubanos de comernos la gallina de los huevos de oro cuando todavía es una polluela desnutrida.
Ese mismo 5 de julio la edición de Carteles incluyó una sucinta crítica, evidentemente escrita por G. Caín (Seudónimo de Guillermo Cabrera Infante), aunque no la firmara, sobre Con el deseo en los dedos, que consideraba «una película ejemplar, pero en sentido negativo». El cronista exteriorizó su bochorno: «jamás había visto una película tan mala, jamás había visto una película cubana tan mala» en que durante la proyección, la actuación y, sobre todo, el argumento provocaran las risas en el público. «Sería más fácil para el cronista tomar a broma el film, decir que este es El deseo bajo las palmas y tirar el suave manto de la sonrisa perdonavidas como una toalla. Pero no, hay en CINE un deseo —y no solo en los dedos que mueven las teclas de la maquinita— de que en Cuba se haga cine y se haga bueno (y algunos elementos de la cinta indican que pueden hacerlo)».
La nueva sección «Cine cubano», introducida en la revista mensual Cine Guía, en el número de agosto, reseñó el estreno de Con el deseo en los dedos. El crítico Manuel Fernández partió de que si nuestro vino había sido agrio mucho tiempo, ya era hora de que tuviera su solera. Advirtió que si la incluía en ese espacio era «por el hecho histórico de que la película fue realizada en suelo cubano, con materiales y elementos cubanos. Porque Con el deseo en los dedos es una película profundamente anticubana. Y, por favor, no se interprete este adjetivo políticamente». Justificaba su criterio con que la idea, el argumento «de un freudismo decadente ajeno por completo a nuestra idiosincrasia», el desarrollo «calcado de los más oscuros folletines decimonónicos» y el diálogo «de un acartonamiento atroz», que culmina «en momentos en que un supuesto lirismo arranca carcajadas al más benevolente y serio de los espectadores», se situaban «en los antípodas de lo genuinamente criollo», como también la naturaleza patológica de la protagonista, eje del conflicto, que parece un ser de otro planeta.
Fernández apeló a la máxima de Jean Renoir: «mientras más local más universal» al recordarle a Barral que si había querido abordar un tema de valores universales, la única manera de lograrlo era «ser rigurosamente fiel a los valores autóctonos». Frente a un argumento y un guion insalvables, la realización era paupérrima hasta en la imperdonable dirección de actores. Sin saber calificar aquello de tediosa obra televisada o teatro fotografiado, remató:
No sabemos si este film va a ser exportado. Debería evitarse. Una película tan anticubana alimentaría ciertas leyendas negras con respecto a Cuba que andan por ahí. Los públicos suelen ser amigos de las generalizaciones. Y esa psicópata sexual con aires de Pigmalión, aún cuando sabemos que es ridículamente absurda, pudiera tomarse como un típico caso de pasión tropical. La leyenda nos ronda, antes y ahora. La retirada de la circulación de las copias de esta película sería una medida necesaria de depuración artística, moral y patriótica.
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