¿Cómo castigar a mis hijos? (II)
2 de mayo de 2014
|La semana anterior estuvimos hablando acerca de la efectividad o no del castigo, y de la importancia de hacerlo en el momento preciso y habíamos prometido compartir con ustedes algunas normas a tener presentes en el momento de aplicar el mismo.
Lo primero que debemos tener presente e interiorizarlo es el hecho de que aún, cuando estemos molestos por la conducta de nuestro hijo, jamás partamos del supuesto de que actuó así para irritarnos o para molestarnos, contrariamente, es importante no permitir nunca que nos llegue a manipular, porque su objetivo será siempre, lograr lo que se ha propuesto, al precio que sea necesario. No puede estar dentro de la lógica del pequeño el saber que nos puede utilizar para sus fines, cuando es capaz de establecer esto como norma es porqué el adulto con su mal proceder se lo ha enseñado como utilizar sus malos comportamientos para lograr sus objetivos.
El amor debe liderar siempre en las relaciones con nuestros hijos, lo mismo en los momentos de aciertos o de premiación, que en los momentos de fracaso, o de aplicación de una sanción, llevándolos a comprender, que el sentido de nuestra sanción es educativo y formativo, y esto solo puede hacerse con amor, que estén conscientes, de que independiente de la falta cometida, el amor permanece inalterable, y no deben dudar de ello, ni siquiera cuando los reprendamos por su comportamiento.
Es muy importante, eliminar frases como: “He dejado de amarte por tu comportamiento, me has decepcionado totalmente”, o “te odio y quisiera verte bien lejos de mi”. Resulta de vital importancia, demostrarles que estamos enojados por su conducta, y no con el como persona.
Otro elemento importante a tener en cuenta, es el saber, ante nuestro reclamo, escucharlos. Muchas veces vamos directamente al castigo, sin dejarlos hablar, darles el tiempo que les corresponde para expresar sus puntos de vistas, y lo que realmente sienten. Esto nos ayudará a conocer las causas del mal proceder, y sobre esta base, seleccionar la sanción más justa, a la vez, que les enseñamos que pueden expresar sus sentimientos, y que la sanción tomada, no es una decisión arbitraría y de poder de los mayores sobre ellos.
Los castigos no pueden depender de nuestros estados de ánimo, ni tampoco que las conductas sancionadas estén sujetas a un enojo momentáneo, o a la sensación que tenemos en ese instante.
La edad del pequeño, es otro elemento importante a tener en cuenta en el momento de castigar. A un hijo pequeño, no lo podemos sancionar ni exigirle las normas, como lo haríamos con un adolescente.
Si el niño ha actuado bien y merece un reconocimiento, o si por el contrario, ha transgredido una norma previa y es necesario castigarlo, debe actuar en ambas situaciones al momento. Es extremadamente dañino y nada educativo y formativo, aplicar la sanción o el estimulo, pasado el momento. Sobre todo en las edades más pequeñas, todavía no está establecido el concepto de pasado, presente y futuro, por lo que resultará inútil y absurdo el elogio o la sanción pasado el momento del hecho.
No hay motivos para recurrir siempre a la violencia, al maltrato físico y al psicológico. Los golpes, las agresiones corporales, las descalificaciones y las actitudes de abandono hacia ellos, no contribuyen a corregir su comportamiento, sino que sólo consiguen menoscabar su autoestima y deteriorarlos severamente.
Las amenazas constantes, sobre todo aquellas que nunca cumplimos, en nada contribuyen a su educación, y a establecer pautas y reglas del comportamiento. Tienen el efecto contrario, además de ser indeseables, y ser una forma de maltrato, sobre todo en las edades más pequeñas, donde se cree que todo lo que se dice, se cumplirá o se hará realidad. Las amenazas que no se cumplen, incide en su autoridad, lo cual hace que sean percibidos por los menores como poco confiables e incumplidores.
Y existe un mal que observamos con mucha frecuencia que es el de calificar a los pequeños de acuerdo al acto incorrecto que han cometido. Por supuesto que no es recomendable calificar a nuestros hijos a partir de sus comportamientos inadecuados, como por ejemplo, calificar de “mentiroso”, al niño que miente, o llamar como “loco” al que es intranquilo, o esa frase de que “eres un desastre”, al que todo lo destruye, o todo lo hace mal.
Esta es una peculiaridad que con frecuencia es utilizada, sobre todo cuando nos sentimos molestos por lo que ha hecho incorrecto el pequeño, pero de ello estaremos profundizando la próxima semana.
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