Clara y Mario en el recuerdo (I)
20 de diciembre de 2013
|« Quisimos aparentar artísticamente ser una pareja amorosa y esto funcionó. Para muchos éramos un matrimonio. En realidad solo nos unía en la vida una gran hermandad, pero eso no lo sabía casi nadie. Nos creían esposos”.
«Es por eso que en algunas giras nos reservaban una sola habitación a los dos, porque pensaban que Clara Morales y yo éramos un matrimonio. Incluso cuando en el Festival de Varadero de 1970, nos dieron una suite para los dos, y yo dije que no íbamos a dormir juntos, los organizadores se lamentaron de que nos hubiéramos separado: “¿Por qué se han peleado? Tan bien que se han llevado siempre en escena, duerman otra vez juntos”.
«Y yo tuve que confesarles que no éramos marido y mujer, pues aunque artísticamente dábamos esa imagen, en realidad no éramos una pareja de enamorados y Clara tenía su esposo».
Mucho gustaba de contar esta anécdota Mario Rodríguez Marrero, -la mitad del popular dúo de Clara y Mario-, cuando ya en sus últimos días, vivía entre los recuerdos de las incontables presentaciones que por años y años hicieron por toda Cuba. Así lo contó el cronista musical Rafael Lam, quien lo visitó más de una vez en su casa, en el querido pueblo de Regla.
La sala estaba repleta de fotos de los distintos momentos del dúo, en especial, de la época de su juventud, cuando allá por la década de 1950 Clara y Mario saltaron a los grandes escenarios.
Nacidos en Regla, Clara –en noviembre de 1930- y Mario –en marzo de 1934- se conocían desde niños. Vivían en casas contiguas y comenzaron a cantar a dúo desde la infancia en actividades escolares y reuniones familiares.
Mario se hizo maestro normalista y Clara profesora de música. Pero nada pudo impedir que siguieran cantando en el terruño natal. Pasado algún tiempo, lo hicieron, con Clara, al piano, sin imaginarse siquiera que llegarían a ser uno de los más reconocidos dúos de la música popular romántica cubana.
Al comienzo no tenían grandes pretensiones. Lo hacían solo para pasarla bien entre familiares y amigos, aunque se lo tomaban con mucha seriedad. Tenían un amplio repertorio sólidamente montado, pero de Regla, como quien dice, no habían pasado.
Y así, un día, – lo narró el propio Mario en una entrevista- los dos amigos fueron a La Habana con la idea de ver una película en el cine Wagner, -conocido después por Radiocentro, y ahora por Yara. Al salir del cine, al mediodía, vieron una cola, y era que el mismísimo Gaspar Pumarejo estaba probando en el edificio de la Ambar Motors, en la calle 23, en la Rampa, a personas que quisieran presentarse en la televisión.
«No queríamos salir entonces en la recién inaugurada pequeña pantalla, pero sí deseábamos cantar, que nos oyeran e irnos después para la casa. Entramos. Nos sobraba tiempo. Dijimos que queríamos cantar a dúo. El pianista acompañante era el muy conocido David Rendón, de La Corte Suprema del Arte, pero Clara fue la que se sentó al piano.
«Cantamos algo de moda en ese momento, “No me quieras tanto”, de Avilés, uno de los cantantes del trío mexicano Los Panchos. No estábamos asustados, porque no pretendíamos ser seleccionados para la televisión. Pero el jurado se quedó ¡pasmado! “¿De dónde salieron ustedes?”, nos preguntaron con asombro».
Esa misma noche los jóvenes reglanos cantaron en el Canal 4, en Mazón y San Miguel, donde ahora está el Canal Habana. El, de smoking, y ella, con un traje largo. De premio recibieron un contrato para cantar en el muy popular Club 21, frente al hotel Capri, en el Vedado.
Sin duda alguna, habían entrado por la puerta grande.
«Recuerdo que para ser artistas profesionales –contaba Mario – nosotros tuvimos que presentarnos ante un jurado presidido por el actor Leopoldo Fernández, el Pototo de la pareja cómica Pototo y Filomeno. Así obtuvimos el carné de la Asociación Cubana de Artistas».
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