Camino de las flores: Ikebana
11 de agosto de 2017
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“Todos los que logran sobresalir en el arte poseen una cosa en común:
una mente en comunión con la naturaleza a lo largo de las estaciones…
y todo lo que ve una mente así es una flor y todo lo que una mente así sueña es la luna…”
Matsu Basho (1644-1694), poeta japonés de Haikai
La palabra Ikebana denomina el arte japonés de arreglo floral. También se conoce como kadō, “el camino de las flores”.
Las flores, desde tiempos inmemoriales, han sido utilizadas por los seres humanos para significar y celebrar todos los acontecimientos especiales de la vida: nacimientos, bodas, funerales, conmemoración de victorias, competiciones y otros innumerables actos y celebraciones. En todas las culturas y tradiciones, durante siglos, también se han utilizado flores para decorar ambientes o espacios tanto familiares como de uso social, e incluso, en diversas épocas, se ha reglado un protocolo para su utilización y se han fijado también normas para la composición de los arreglos.
Hemos ofrecido flores a Dios, a la virgen, a los santos, a los orishas, como ruego, petición o agradecimiento por su ayuda; su simbolismo y belleza han servido para transmitir nuestros sentimientos más íntimos y manifestar nuestros mejores deseos a los seres queridos o cercanos.
Quizás el arte Ikebana, desde Occidente, puede interpretarse como unas normas para realizar arreglos florales con una estética distinta a la occidental. Pero no, el Ikebana es más que un arreglo floral: es un antiguo arte que emerge de un respeto hacia la naturaleza (profundamente arraigado en la cultura japonesa), como otras muchas formas de arte japonés, como lo son la caligrafía, la ceremonia del té y la poesía haiku. El ikebana es una disciplina basada en una forma de vivir en comunicación con la naturaleza– un do o filosofía.El ikebana es un arte disciplinado en el que la naturaleza y la humanidad se unen.
Se trata de la composición de motivos decorativos mediante flores, aunque también utiliza ramas, hojas, frutos y semillas. Además de su propósito estético, se utiliza como método de meditación, pues está conectado con el flujo de las estaciones y los ciclos de la vida.El origen de este arte, tiene más de 500 años de historia, y muchos sugieren que posiblemente fue religioso. En el libro más antiguo de Ikebana “Kaoirai no Kadensho” (1499) se pueden encontrar ilustraciones sobre arreglos florales realizados en vasijas, con fondo de arena.
Contrariamente a la idea del arreglo floral como una colección de flores multicolores, a menudo se hace hincapié en otras áreas de la planta, tales como tallos, hojas y semillas. Aunque ikebana es una expresión creativa, tiene ciertas reglas que rigen su forma. La principal regla es que todos los elementos utilizados en la construcción deben ser de origen orgánico. La intención del artista detrás de cada disposición se ilustra a través de combinaciones de colores de una pieza, las formas naturales, líneas elegantes y generalmente implica el sentido de la disposición.
El aspecto espiritual de Ikebana se considera muy importante para sus practicantes. El silencio es una necesidad durante las prácticas de Ikebana. Es un tiempo para apreciar las cosas en la naturaleza y que, la mayoría de las veces, las personas suelen pasar por alto debido a la vorágine del diario vivir. Es un momento para sentir la cercanía de la naturaleza mediante la relajación de la mente, el cuerpo y el alma. Ikebana puede conducir al practicante a llegar a ser más paciente y tolerante hacia las diferencias en la naturaleza y también entre los seres humanos y a apreciar la belleza en todas las formas del arte. El hecho de que las obras sean efímeras, debido al material de que están hechas, lo convierte en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo.
Otro aspecto, en el actual Ikebana, es su empleo del minimalismo: un arreglo floral puede consistir sólo en un número mínimo de flores esparcidas entre los tallos y hojas.
La estructura de un arreglo floral japonés se basa en un triángulo escaleno definida por tres puntos principales, por lo general ramas, considerada en algunas escuelas para simbolizar el cielo, la tierra y el hombre, y en otros, el sol, la luna, y la tierra. El contenedor también es un elemento clave de la composición, y varios estilos de la cerámica pueden ser utilizados en su construcción. Muchas veces asombra ver en el Ikebana, como las flores y otros componentes surgen enhiestos, sin apoyo en las paredes del florero, o sencillamente tal y como si estuvieran “naciendo” de un plato con agua, el llamado método kenzan lo explica: Se llama kenzan, “montaña espada”, a una pieza plana de plomo, de formas diversas, con decenas de pinchos de bronce en los que se clavan las flores, hojas o ramas. El kenzan está sumergido en el agua del florero o plato, con los pinchos hacia arriba, y sirve de soporte al arreglo floral.
Como señalamos al principio, en Occidente, a pesar del creciente interés por el arte y la arquitectura japonesa, el Ikebana, infortunadamente, es a veces definido simplemente como unas normas para colocar flores en un recipiente y lograr un efecto decorativo, muy de moda con los gustos estéticos actuales, omitiendo las sutilezas, la riqueza y la profundidad de esta antigua disciplina.
Aún sin adoptar todas las respuestas culturales japonesas acerca de la naturaleza, podemos disfrutar y practicar Ikebana. Todo lo que necesitamos es observar atentamente la forma y las etapas de crecimiento de las flores y otros elementos vegetales y su desarrollo a lo largo de las estaciones. Los medios de autoexpresión de la naturaleza son muy poderosos y ayudan a desarrollar nuestra habilidad para ver nuevas formas, acentuando la singular belleza de cada elemento.
Recordemos que… “la Naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”. Sólo hay un modo de que perdure: respetarla y servirla.
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