Calle Desamparados
10 de octubre de 2014
|La calle Desamparados forma parte del gran eje vial que comunica la antigua ciudad de norte a sur. Es un fragmento del borde marítimo que rodea al Centro Histórico La Habana Vieja, junto a la Avenida del Puerto –extendida desde el castillo de La Punta hasta el extremo de la calle O’Reilly, donde estaba el muelle de Caballería–; la calle San Pedro –desde allí hasta el muelle de Luz–, y la Alameda de Paula. En tanto, Desamparados corre desde la Iglesia de Paula hasta Egido.
La componen cinco cuadras, y a ella desembocan, de este a oeste, las calles San Ignacio, Cuba, Damas, Habana, Compostela y Picota.
La acera este está formada por instalaciones industriales –muelles y almacenes– donde destacan el último edificio construido de los Almacenes de San José en 1885 y el antiguo Muelle Flota Blanca erigido por la United Fruit Company en 1938. Mientras, en la acera oeste, aparecen algunas viviendas y numerosos edificios de la tipología civil-pública.
Posee un solo edificio con Grado de Protección II – Almacenes de San José–, siete tienen Grado de Protección IV, y el resto Grado de Protección III.
Debe su nombre a los establecimientos benéficos cercanos, concebidos para los entonces llamados “desamparados”, como el hospital de Paula para mujeres pobres y desvalidas, la Casa de Recogidas para las señaladas mujeres de “mala vida” y el hospicio de San Isidro.
La calle quedaba comprendida en los terrenos de la estancia de Don Diego de Soto, que a mediados del siglo XVI también se conoció como Estancia de la Cantera, por una cantera abierta junto al mar, que fue la segunda explotada en La Habana.
A la familia Ferro correspondía otra de las estancias de mayor renombre en la zona sur de la villa. Su fama la adquirió a inicios del siglo XVIII, debido a un pleito que sostuvieron los herederos del Canónigo Ferro con los frailes del Oratorio de San Felipe Neri. El primer propietario de este terreno fue don Alejo Pérez, quien la dejó tras su muerte a su hijo don Gabriel y de este pasó a manos de don Juan Ferro Machado. Esta huerta además del nombre de Ferro, se llamó Huerta de Tapia, Huerta Campechuela y Huerta de Alejo. En 1878 en aquellos terrenos había 49 casas, hoy parte del barrio San Isidro.
El historiador Arrate afirma que durante el gobierno de Diego de Córdoba Lazo de la Vega (1695-1700) la ciudad quedó amurallada también por la parte de mar desde la Puerta de la Tenaza, (inicio de la actual calle Egido) hasta el hospital e iglesia de Paula, banda sur de la bahía que servía de foso a la población. Los capitanes generales siguientes se ocuparon de deshacer y mejorar estos lienzos de muralla que corrían a lo largo de la calle Desamparados, incluso, hasta el período de Francisco Cagigal (1747-1760) cuando se decía que aún quedaba por hacer. Esta preocupación por parte del gobierno de la Isla demostraba la importancia estratégica, a efectos defensivos, que tenía, al parecer, este fragmento sur de la muralla de mar.
En 1845 don Antonio Juan Parejo remató la construcción de una puerta en la muralla, una dársena para el atraque de los buques y un cuerpo de guardia para el resguardo de la muralla de San José, frente a Damas. La intersección con esta calle era conocida como la esquina de la garita de San José, por esta parte de la muralla de igual nombre que quedaba justo en su frente. Uno de los callejones más peculiares de la ciudad se ubicaba en este sector, entre las calles Compostela y Egido. Fue llamado de la Sigua –por su original disposición en forma de S–, y luego de O’Farrill.
A este lugar llegaba un brazo de la Zanja Real que servía al matadero establecido en las cercanías, y a una casa de baños que brindó servicios públicos desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta 1820. Al Callejón de la Sigua daban también un espacio creado para mujeres dementes y la Casa de Recogidas San Juan Nepomuceno. Siendo Capitán General de la Isla el Marqués de la Torre, el Obispo Santiago José Hechevarría fundó esta Casa, que un año después fue trasladada al edificio que luego sería de las monjas Ursulinas, cerca de la Puerta de Tierra, al final de la calle Sol. El propósito de esta institución era aislar a las mujeres de los hombres, debido a los escándalos desatados cuando ambos se hallaban en la cárcel pública. Existían varios grupos donde se incluían distintas clases de mujeres: “doncellas pobres expuestas a relajación; depositadas con destino a matrimonio y divorciadas; y delincuentes escandalosas incorregibles”. Al inicio de la etapa republicana esta Casa fue eliminada, pues se creó la cárcel de mujeres, primero en Guanabacoa y luego en Guanajay.
En el siglo XX este callejón desapareció, pues el terreno se agregó a la parcela que ocupa el Archivo Nacional. En el año 2005 la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana destinó ese espacio a parque, llamado Alejo Carpentier, en homenaje al célebre escritor.
En 1848 el Capitán General Federico Roncali, conde de Alcoy, dispuso mejorar las condiciones del extremo meridional de la ciudad, en esta ocasión dirigidas no a las obras defensivas si no al embellecimiento del lugar. El resultado de este saneamiento fue un nuevo paseo, conocido como Roncali, una especie de prolongación de la Alameda de Paula, de la que quedó separado solo por el edificio del hospital del mismo nombre.
Por la imagen de Mialhe, este paseo era un espléndido balcón, sobre la bahía, que se extendía a lo largo de lo que es hoy la calle Desamparados. En 1863 el historiador Jacobo de la Pezuela lo describía de esta manera: “Llámase así todo el espacio adornado con dos hileras de árboles que por la orilla de la bahía se estiende entre el baluarte de Paula y el muelle actual de los vapores costeros de la isla, en cuyo punto está el estremo más meridional del recinto. Ni esta parte de su litoral, ni su caserío vecino, afeado entonces con ruines edificios, parecían pertenecer a la capital de Cuba cuando en 1848 dispuso el capitán general conde de Alcoy que se limpiaran los fondos más inmediatos a esta ribera emponzoñada con sus emanaciones pestilentes, se nivelara con nuevos terraplenes el piso de las cortinas, y se plantaran dos hileras de árboles con bancos de piedra intermedios en toda la estensión de aquel espacio. Ejecutóse también esta obra bajo la dirección del general subinspector de ingenieros don Mariano Carrillo; y púsose a este parage el nombre de familia del mismo gobernador que había determinado su reparación. Desde 1850 quedó formando una continuación del salón de O’Donnell o Alameda de Paula, de la cual únicamente le separa el hospital de mujeres de este mismo nombre. La reforma de esta localidad y la desinfección de su ribera empezaron a promover la fábrica de algunas casas de buen gusto, y que las habitasen muchas familias atraídas por la tranquilidad, buena ventilación y excelentes vistas que actualmente se disfrutan en todo el caserío que da frente a esta alameda. Mide 560 varas de N a S.O. Principia estrecha en su primera longitud de 200; abre luego desde el terraplén del baluarte de San José; y desde este punto mide 40 varas de anchura rectilínea, hasta terminar junto al baluarte del Matadero”.
Se conoce que igual en este paseo existieron fuentes, no solo con el objetivo de engalanar el sitio, si no también, para proveer de agua a los vecinos de los alrededores, pues aún las pilas más inmediatas quedaban lejos de esta barriada.
A pesar de las mejoras realizadas en la zona, en 1849 aún subsistían quejas de los moradores relacionadas con el insuficiente alumbrado en relación con el tránsito de la Alameda de Paula al Salón Roncali como también se le conocía
En 1860 Samuel Hazard decía que del Paseo de Roncali se tenía una magnífica vista de la bahía, con el castillo de Atarés y el paisaje extramuros al fondo. Destacaba que, a pesar de la belleza del lugar, era muy poco frecuentado. Quizás la apreciación del viajero norteamericano tiene su origen en las funciones del sitio, más industrial y comercial que recreativo, a diferencia de la Alameda de Paula que contó con el Teatro Principal o el Paseo del Prado con el Teatro Tacón. Asimismo, el hecho de que en el recinto se encontraran instituciones de salud destinadas a personas de bajo estrato social y la ausencia de mansiones de familias adineradas, incidieron para que el paseo no se convirtiera en un espacio de relevancia dentro de la ciudad. No obstante, cuando se abrió el eje fue más conocido por el nombre de Roncali que por Desamparados.
Precisamente, Cirilo Villaverde recoge este ambiente en su novela Cecilia Valdés o La Loma del Ángel al describir a Desamparados como una “calle honda y pedregosa”, la cual sirvió de escenario al baile de cuna que durante las fiestas de La Merced se celebraba en la casa de Mercedes Ayala, que “ofrecía ruin apariencia, no ya por su fachada gacha y sucia, como por el sitio en que se hallaba”. Los bailes de cuna eran modestas reuniones entre criollos, generalmente de color, para bailar, jugar, entre otras diversiones, que no necesitaban más que una pequeña locación y unos pocos músicos, nada de etiqueta ni opulencia.
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