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Botica Francesa Dr. E. Triolet

12 de julio de 2019

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La botica es el lugar o establecimiento donde un farmacéutico ejerce la farmacia comunitaria o proporciona servicio sanitario a un paciente ofreciéndole consejo, dispensándole medicamentos fruto de este consejo o por receta del médico y otros productos de parafarmacia como productos de cosmética, alimentos especiales, productos de higiene personal, etc. Popularmente a la oficina de farmacia se le suele llamar simplemente farmacia y tradicionalmente se le llama botica. Una oficina de farmacia puede albergar un laboratorio para la n  elaboración de productos medicinales mediante las fórmulas magistrales o preparados oficinales.

 

 

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Como regalo de año nuevo, recibimos en el mes de enero de este año la agradable noticia que el Museo Farmacéutico de Matanzas recibió el certificado que acredita a su fondo documental Libros de Asentamiento de Recetas, como inscrito de forma oficial en el Registro Nacional Cubano del Programa Memoria del Mundo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

El fondo documental Libros de Asentamientos de Recetas consta de 61 tomos, de ellos, 55  son de la Botica Francesa de Ernesto Triolet.

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¿Quién fue Ernesto Triolet Lelievre? Fue un francés que allá por 1882, junto al cubano Juan F. Figueroa Veliz, fundó la botica que lleva su nombre en la ciudad de Matanzas, en un sitio aledaño al Parque de la Libertad. Está exactamente ubicada en la calle Milanés entre Santa Teresa y Ayuntamiento, y es Monumento Nacional desde 2008. Prestó servicios a la población hasta 1964, cuando el edificio fue nacionalizado por la Revolución, lo administraba entonces el hijo, Ernesto L. Triolet Figueroa, que trabajó allí hasta  su fallecimiento en 1979.

La familia Triolet renunció a la posesión de la botica con todo el mobiliario y pertenencias, a condición de que se transfiriera el dominio del edificio al sector de Patrimonio. Surgió entonces el primer Museo Farmacéutico de América Latina. Es la única farmacia original de finales del siglo XIX que se mantiene como tal y completa, en el mundo.

En el mundo, el primer tercio del siglo XIX, fue el momento propicio que marcó el punto de partida para el definitivo arranque de la ciencia farmacéutica como ciencia. Cada vez más se fue produciendo una separación bien clara de la actividad farmacéutica frente a la de los médicos, los cirujanos, etc. Además, se originó una revolución en el conocimiento farmacéutico que la condujo a una consolidación como ciencia independiente, siempre relacionada con la medicina. Las formulaciones magistrales se convirtieron en la base de la actividad farmacéutica conjuntamente con las formulaciones oficinales, debido al nacimiento y proliferación de farmacopeas y formularios, lo que continuó hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Cuba no escapa a estos aires de avances científicos, y se ve inmersa en ellos. El final del siglo XIX, fue un tiempo floreciente para la ciudad de Matanzas que ya se alzaba como una urbe en pleno desarrollo económico y cultural.

 

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En ese marco (1882) aparece la Botica de Triolet que fue una bendición para los matanceros, los que muy pronto supieron apreciar los valores de la misma traducidos estos en las elaboradas fórmulas con diversas plantas medicinales y animales que allí se preparaban, muchas de ellas creadas por prestigiosos médicos de la época; fórmulas que también se comercializaban fuera del país. Pasaron los años y en la Botica llegaron a contarse más de medio millón de recetas de productos de la farmacopea española, francesa, estadounidense y cubana. En la exposición de París del año 1900 su mesa dispensarial obtuvo medalla de bronce.

En 1988, tuve la oportunidad de visitar la Botica de Triolet con mis alumnas de 5to. año de la carrera de Biología que estaban preparando su trabajo de diploma para graduarse de licenciadas en Ciencias Biológicas. Una de ellas trabajaba el tema del veneno de escorpión y la recuperación de las glándulas venenosas del arácnido después de ser sometido a “ordeños” sistemáticos. Mi alumna estaba recopilando para su tesis todo lo relacionado con el veneno de estos animales,  y  supimos de la existencia en la Botica Francesa de Matanzas de un preparado a base del veneno de este arácnido.  Así que organizamos el viaje y nos fuimos a visitar e investigar en la Botica de Triolet.

 

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Con extraordinaria amabilidad nos atendió su directora y nos mostró todo el maravilloso inmueble de estilo neoclásico de finales del siglo XIX, sus muebles, sus contenidos originales, muchísimos volúmenes de fórmulas de medicina tradicional y natural, libros de recetas, los frascos, y por fin pudimos apreciar aquel singular preparado a base de escorpiones, por el cual habíamos viajado hasta Matanzas, y cuya formulación rezaba de esta manera:

Aceite de Alacranes

Alacranes vivos: 23 g
Aceite de olivas 1035 g

Para prepararlo se ahogan los alacranes en aceite, se le adiciona un poco de agua, se calienta a fuego lento hasta evaporar el agua, se pasa por un lienzo y se filtra por un papel al cabo de 15 días.

 

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En el interior del frasco se apreciaba algo así como un ungüento aceitoso de color amarillento y el fondo se veían algunos escorpiones negros que no señalaba de qué especie se trataba, pero supimos que era Centruroides gracilis.

Luego, ya de nuevo en la Facultad de Biología, hurgando  en la bibliografía, pudimos leer en el libro de Emilio Roig de Leuchsenring, “Médicos y Medicina en Cuba” editado en 1965, que en la terapia tradicional cubana se utilizaban diferentes especies de escorpiones macerados en alcohol para el tratamiento de dolores reumáticos y musculares.  Y que desde principios del siglo XIX ya eran utilizados los escorpiones y su veneno, para aliviar dolores renales e inflamaciones diversas mediante el uso del “ACEITE DE ALACRANES”.

 

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Han pasado más de 30 años y aquella visita ha perdurado en mi memoria tan vívida como el primer día. Sin lugar a dudas, el Museo Farmacéutico de Matanzas es y seguirá siendo una joya del patrimonio de la nación cubana, universal y permanente.

Recordemos que… “la Naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”. Sólo hay un modo de que ella perdure: respetarla y servirla.

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