Aventuras y desventuras en el Caribe de los hermanos Lafitte (II)
27 de septiembre de 2013
|Si contamos solo su etapa caribeña, las actividades piráticas de los Lafitte tuvieron una duración de cerca de tres lustros. Durante estos quince años la mayor parte de los asaltos menores, realizados entre el golfo de México y las costas de Tierra firme, tuvieron algo que ver con los Lafitte. O los comete alguno de los barcos de su escuadrilla, o los realiza algún pirata o corsario independiente que, finalmente, acabará por negociar el beneficio de sus tropelías con los famosos hermanos radicados en Nueva Orleáns.
Así sin siquiera tomarse la molestia de encubrir el objeto del viaje, de todas partes acuden en masa a la isla de Barataria para comprar los negros capturados por los Lafitte a los españoles.
Tanto era el contrabando ocurrido allí, que, en noviembre de 1813, el gobernador de Luisiana, William Claiborne, molesto por el poder del mayor de los Lafitte, hizo publicar un bando ofreciendo una recompensa de quinientos dólares a quien lo entregara.
Sin embargo, unos días después, junto a cada uno de los carteles de marras, aparecieron otros en los que el temerario corsario ofrecía mil quinientos dólares por la captura y entrega en Barataria del mismísimo gobernador de la ciudad William Claiborn, ¿qué le parece?
Durante la hegemonía pirática de los Lafitte durante su etapa caribeña, en más de una oportunidad las costas cubanas se vieron atacadas por tan infames negreros en busca de su codiciada mercancía. Pero cuando ya una serie de trabas legales empezaron a enfrentarse al comercio libre de esclavos, y los refugios de Barataria fueron destrozados por barcos de Estados Unidos, España e Inglaterra, los Lafitte, ni cortos ni perezosos, acordaron ganarse la buena voluntad de los españoles.
Y para ello no pararon mientes en traicionar a los cubanos. Ya antes lo habían hecho con los insurgentes mexicanos. E hicieron llegar a las autoridades españolas un informe sobre el proyecto de una expedición que se gestaba en Filadelfia para liberar a los negros esclavos de la Isla por medio de un movimiento insurreccional con la posible ayuda de Haití.
Con semejante vileza lograron el indulto de todos los delitos cometidos contra los españoles, -que eran muchos, por cierto-, y el pago de una ventajosa suma de dinero por sus servicios de espionaje.
A partir de esta felonía, una nueva etapa se inició para los Lafitte, quienes obtuvieron de esta forma una patente de tratante negrero que les permitiría abastecer los ingenios cubanos con sangre africana durante un buen tiempo, con lo que vuelven, pues, a sus días de pirateo. Y en lugar de buscar en las costas de Guinea su mercancía, prefieren esperarlas en las aguas del Caribe, cuando otros menos astutos la transporten.
Ya en ese entonces, los Lafitte campeaban por sus respetos en La Habana, donde esperaban además cobrar parte del pago de sus traiciones, retribución que se había autorizado por una Real Orden española del 2 de marzo de 1820.
¡Qué más podían soñar los Lafitte que pasar sus últimos días en La Habana, en compañía de sus familiares! Compraron una finca situada en lo que hoy es el cruce de Correa y Calzada de Jesús del Monte, lugar en que por muchos años persistiría después la leyenda de que bajo su suelo se esconde enterrado el tesoro de los piratas.
Sin embargo, de esta casa sólo pudieron disfrutar sus descendientes.
Pierre murió frente a Yucatán en 1821. Jean siguió con su contrabando de negros alrededor de las costas cubanas, hasta que en 1822, su embarcación fue destruida a cañonazos por un bergantín de la Marina de Guerra inglesa frente a las costas meridionales de Cuba.
Sobreviviente del siniestro, Jean acabó sus días en 1825, ultimado en las costas camagüeyanas por uno de sus socios cubanos en el tráfico negrero, según contaron en La Habana sus nietos.
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