Artilugios del tiempo
30 de mayo de 2014
|Ante la necesidad en controlar el tiempo las antiguas civilizaciones se guiaban por el día y la noche o los ciclos de la luna. Luego aparecieron el reloj solar, las Clepsidras, el de arena, y hasta las velas marcadas en forma de regla fueron utilizadas por los romanos para controlar el tiempo en la noche. El reloj mecánico y de péndulo, marcaron un paso importante en su desarrollo y muchos llegaron a convertirse en verdaderas obras de arte. Con la industria tecnificada se alcanzó mayor precisión, pero se perdía la esencia romántica de los relojes salidos de manos artesanas. Por ello, la restauración de piezas antiguas es un compromiso con la historia de las ciencias, el arte y la propia humanidad.
La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, cuenta con un taller de restauración de relojes que permite rescatar piezas prácticamente perdidas y conservar las existentes en las colecciones que se exhiben.
Al referirse a los relojes históricos y artísticos que hoy se restauran y conservan en La Habana Vieja, el doctor Eusebio Leal, historiador de la ciudad, comentaba: “Qué vieja voluntad del hombre la de encerrar el tiempo en un artilugio, … un reloj (por ejemplo) que representa una complicada estructura que es en sí misma una obra de arte. La relojería ocupa un espacio muy importante en los museos, no solamente en los museos de arte decorativa, sino también, en el museo histórico. Sobre la mesa del maestro relojero están relojes históricos, muy trascendentales, relojes de Máximo Gómez, Antonio Maceo, relojes como el del Padre Félix Varela, que marcaron una hora importante en la historia de Cuba”.
En La Habana, los primeros relojes llegaron con la Cuba colonizada, y fueron colocados en iglesias o edificios gubernamentales. En el siglo XIX, la capital contaba con los relojes públicos de la Aduana, el Castillo de la Fuerza, la Catedral y las iglesias del Espíritu Santo y del Cristo, y fuera de las murallas, con el del Arsenal. Pero sin dudas, el más significativo de todos fue el del Palacio de los Capitanes Generales, seguramente colocado en 1860, cuando es objeto de varias reformas y mejoras. Las campanadas de estos relojes regían la vida de pueblos y ciudades, a la vez que embellecían los edificios y espacios públicos. Así, el oficio del relojero adquiría gran reconocimiento social y llegó a tener su propio reglamento a cumplir con la Casa Capitular. Más, la tradición de colocar relojes en las obras civiles continuó con la República, incorporándolos en los frontones o fachadas. De ahí que la ciudad y los habaneros agradezcan, desde las primeras décadas del siglo XX, la presencia y la belleza de los relojes del edificio Casteleiro y Vizoso, de la Lonja del Comercio, de la Estación Central de Ferrocarriles o el emblemático reloj de la Quinta Avenida. Y en los años 50, el reloj del edificio de la Logia Masónica. Durante los siglos XVIII y XIX, las familias nobles y los grandes hacendados engalanaron sus palacios con lujosos relojes de mesa o de pared; después, llegarían los relojes de pie o de caja alta. La manufactura de muchas de estas máquinas era encargadas a Europa o Norteamérica por sus futuros propietarios, quienes hacían grabar sus nombres en el interior de las mismas. Afortunadamente, algunos de estos relojes hoy se conservan en la red de museos del Centro Histórico de La Habana. De ese modo, el incremento de su comercio llevó al auge de las relojerías y muchas fueron famosas, como el establecimiento de Dubois en la calle Teniente Rey 81, la misma relojería que mencionara Cirilo Villaverde en su novela Cecilia Valdés. Se fundaron casas de disímil procedencia, con el dominio de los relojeros suizos, alemanes, ingleses y franceses. En el siglo XIX, fue en la calle Mercaderes donde se asentaron la mayor cantidad y los más famosos relojeros y relojerías.
Una de las relojerías más famosas en La Habana fue la de Cuervo y Sobrinos, fundada en 1882 y considerada «uno de los más grandes orgullos mercantiles de la ciudad». Con varias sedes para almacén, ventas y despacho, abandonaron La Habana Vieja en los años 30 del siglo XX para alcanzar su mayor fama y reputación en la calle San Rafael. Como importadores de joyería, relojería y brillantes, Cuervo y Sobrinos llegaron a grabar su nombre en las esferas de los relojes junto al productor de los mismos, como el de las acreditadas marcas de relojes Roskopf y Longines. Hoy, la respetada firma relojera rescata su reconocimiento en los predios de la ciudad antigua.
*Ver artículo “Apuntes para la historia del reloj en Cuba”, de Arturo Pedroso Alés, publicado en la Revista Opus Habana, Vol. XI / No. 2 nov. 2007/abr. 2008
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