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Ana Pavlova

8 de agosto de 2018

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Ana Pavlova debutó ante el público habanero –y latinoamericano– el sábado 13 de marzo de 1915, en el teatro Payret. Lo hizo acompañada del también muy famoso bailarín Alexander Volinine, y del resto de una compañía en la cual sobresalían varias figuras jóvenes merecedoras del aplauso de los entendidos del patio.

El poeta cubano Federico Uhrbach describía emocionado la impresión que le causara la bailarina: “Estrella, lirio, ensueño, dominadora. Eres más, Pavlova, única Ana Pavlova, eres infinita e inmensamente más: eres el arte, todo el arte, concentrado en la mujer, y eres toda la mujer estilizada en el arte”.

Ana y su compañía permanecieron en Cuba por espacio de dos semanas, durante las cuales dieron funciones no solo en el teatro de la esquina de Prado y San José, sino también en el Luisa Martínez Casado, de Cienfuegos, y el Sauto de Matanzas, con muestras diversas de su repertorio.

Pese a contar unos 30 años, era la Pavlova una bailarina mundialmente reconocida por la crítica.

Nuevamente en La Habana, donde desembarca del Governor Cobb el 7 de febrero de 1917, Ana Pavlova se presentó entonces con su Compañía de Bailes Rusos en el Teatro Nacional el jueves 8. Bailó en su reaparición el ballet Giselle, con su tradicional partenaire Alexander Volinine. La llegada y debut de la compañía sucedía en solo dos días a la premier del pianista Ignace Padererewski, en medio de una temporada artística que puso sobre los escenarios cubanos a figuras de primerísimo orden. Téngase en cuenta que en el Viejo Continente se libraban las batallas de la Guerra Europea y que los teatros no escapaban a la gran debacle.

Por última vez actuó la Pavlova en Cuba en el año 1918. Debutó el 17 de diciembre con la más admirada de sus interpretaciones, La bella durmiente del bosque. “Todo el que tuvo la oportunidad de ver bailar a la Pavlova quedó sorprendido de las facultades de la danzarina sin par”, expresaba el cronista de un periódico de la época.

Años más tarde, un importante poeta cubano, Regino Boti, escribió el soneto Ana Pavlova, cuyos versos finales son estos:

 

Libélula que revolotea

como delusiva esmeralda

 sobre el remanso del amor.

 Su corselete centellea,

 viso zafir crispa su falda

y es su cabeza un resplandor.

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