Amelia Peláez (II)
16 de marzo de 2022
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“Con Amelia –como afirma el crítico Juan Sánchez– el cubismo, ese modo de hacer pintura colocando el acento sobre las formas, sobre los ritmos, sobre los espacios concretos, se instaló frescamente entre nosotros para desenredar cuanto de tupido y caótico y de salvajemente bello tiene el trópico”.
En toda su obra vibrará siempre lo cubano pero sin manifestarse como transferencia mecánica de la realidad, pues ella, quien vive al ritmo de su plenitud, como refieren algunos críticos, entendía que arte y vida tienen leyes diferentes.
“Si lo que voy a pintar es una naturaleza muerta –dice Amelia– no tengo que ir a la venduta a comprar un cesto de frutas. Sé perfectamente qué forma tiene una naranja y cuál el color, y solamente me interesa que el espectador de mi cuadro reconozca la naranja que pinto, que no es una naranja determinada, sino la naranja (…) Nunca he tenido la intención de que al público se le haga la boca agua al mirar mis naturalezas muertas (…) si por razones pictóricas, es decir, inherentes a la naturaleza del cuadro que pinto, a la naranja no le viene bien su propio color, nada puede impedirme que le ponga el color del caimito”.
En ella la cerámica “se transforma –según declara Loló de la Torriente– en un arte exigente, autónomo, apasionante, al que se entrega sin restricciones”.
Sus murales dejan huella en la visualidad cubana contemporánea, como sucede con la fachada del impresionante hotel Habana Libre, en la capital, donde su arte es admirado no solo por los iniciados, sino también por quienes descubren la propia y original expresión de esta mujer en cuyas composiciones, cuidadosamente diseñadas, el trazo negro sostiene la estructura y delimita los colores.
Enferma sigue pintando. Ahí están sus diseños para las aceras de La Rampa y su participación en el mural colectivo que dio comienzo al Salón de Mayo en 1967.
Fallece en La Habana el 8 de abril de 1968, en su casona viboreña, donde “nació el sentido vital de su pintura, el manantial nutridor de su arte volcado en líneas y volúmenes”, como sugiere Loló de la Torriente.
No es preciso ser un conocedor de las artes plásticas para identificar sus cuadros, característicos dentro de la pintura cubana. Sus naturalezas muertas –frutas, flores, jardines– son muy suyas, son diferentes por el colorido, por la incorporación de la luz y las formas geométricas.
De Amelia Peláez son estas palabras:
“Quien lo desee me juzgará, pues todo artista está y debe estar siempre expuesto al juicio de la crítica, bien o mal intencionada; podrán hacerse no sé cuántos reparos a mi obra, pero tendrán también que reconocer que he trabajado con firme dedicación y que no he tenido pretensiones desmedidas (…) Naturalmente, no descarto la posibilidad de que yo pueda haber logrado algo de valor mediante ese esfuerzo, lo cual también me complacerá, pues siempre he trabajado con la esperanza de lograrlo”.
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