Amargura No. 65, en el discurrir de su historia, usos y valores patrimoniales
16 de diciembre de 2021
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La calle Amargura se halla en una de las zonas primigenias de La Habana. En fecha tan temprana como 1695 ya se consideraba un camino vecinal no rectilíneo que corría en dirección este-oeste, comenzando en la plaza de la iglesia y convento de San Francisco de Asís y culminando en la de la antigua ermita del Humilladero, la cual se convirtió, desde sus orígenes, en el sitio que amparaba los marineros al partir y llegar de una larga travesía. Su relevancia en el entramado urbano proviene de su función, al ser el escenario del Viacrucis desde mediados del siglo XVII. Por esta procesión católica de carácter popular, constituida por la orden regular de los frailes franciscanos, tomó el nombre de Amargura. La misma partía, todos los viernes durante la Semana Santa, desde la Capilla de la Orden Tercera de San Francisco de Asís hasta la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje.
Tuvo diversas denominaciones, en su mayoría relacionadas con esta ceremonia religiosa: del Humilladero, de las Cruces, de las Cruces del Calvario, de la Cruz Verde y San Agustín. Por acuerdo No. 74 del Ayuntamiento habanero, en diciembre de 1921 se le asignó el de Marta Abreu de Estévez, en homenaje a la ilustre patriota y benefactora villaclareña. No obstante, solo representó un acto burocrático pues los vecinos la siguieron llamando por su antiguo nombre.
Amargura se convirtió en una senda que conectaba importantes nodos de la ciudad: la Plaza de San Francisco de Asís con la Plaza del Cristo, y al enlazar espacios públicos de relevancia ha sido clasificada como un eje de interconexión urbana, al igual que las calles San Ignacio, Compostela, Mercaderes, Oficios y Teniente Rey. De este modo, devino “calle de referencia para las primeras demarcaciones administrativas, fueran civiles o religiosas, al dividir la ciudad en un Norte y un Sur, sus extremos representaban el principio y fin de la ciudad”, al decir del historiador Carlos Venegas.
En ella ocurrieron hechos de gran significación cultural y residieron notables personalidades de la historia de la nación cubana que se desempeñaron en diversos ámbitos de la sociedad entre los siglos XVIII, XIX y XX. Entre ellos destaca Francisco de Arango y Parreño, cuyo nombre identifica hasta el presente la casa de Amargura No. 65.
Los datos más antiguos de este inmueble se remontan al año 1731, cuando solo tenía una planta de altura. Hacia 1761 la compró el señor Miguel Ciriaco de Arango, quien la conservó hasta su muerte en 1803. Aquí vieron la luz los hijos frutos de su matrimonio con Juliana Parreño, el último de ellos –nacido el 22 de mayo de 1765–, fue el ilustre pensador cubano Francisco de Arango y Parreño, afiliado a la corriente reformista del pensamiento de su época y destacado representante de la clase aristocrática cubana de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Arango y Parreño ocupó cargos prominentes en el Real Consulado de Agricultura y Comercio, desarrollando una importante actividad, tanto en el terreno económico como en el social. Resultó una figura de primer orden en la vida política de la Isla, poniendo todo su interés en pro del desarrollo económico y social. Fue también uno de los promotores de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1791, y con posterioridad ocupó el cargo de Director. Formó parte de la Comisión encargada de redactar y administrar el Papel Periódico de La Habana, cuando comenzó a publicarse bajo la dirección de la referida Sociedad. En 1793 se desempeñó como Primer Síndico del Real Consulado y como asesor del Tribunal de Alzadas. En 1812 resultó electo Diputado a Cortes y Ministro de la Junta Central, por la Diputación Provincial. Por Real Decreto ejerció las funciones de Consejero del Consejo de Indias y de Miembro de la Junta Real para la Pacificación de las Américas, durante 1816. Murió en 1837.
La casa ligada de esta forma a la personalidad del abogado, comerciante y economista, aparece en 1796 como una edificación de altos y bajos, lo que demuestra que por entonces había sido reedificada. Durante algún tiempo sus propietarios la alquilaron a terceras personas y aprovecharon las accesorias destinadas a comercio en planta baja.
Permaneció en poder de la familia Arango y Parreño hasta 1820, cuando es cedida al señor Isidro Anglada, y más tarde pasó a manos de María de los Ángeles Gelabert, viuda y heredera de Joaquín Martí. En 1858 la Sociedad y Empresa del Diario de la Marina adquirió el inmueble, descrito a la sazón como un edificio de altos y bajos, con paredes de mampostería y cubierta de azotea y tejas, cuyo terreno abarcaba una superficie de 618 y ¼ de varas planas.
A finales del siglo XIX la vivienda tuvo varios propietarios como Felipe Alfonso y Poey y sus herederos, el comerciante Rafael Téllez y Yero, entre otros, hasta los primeros años del siglo XX. El cambio de dueños y funciones trajeron consigo la transformación de sus espacios, la más importante de ellas realizada en 1913 cuando pertenecía a Isabel Raymond de Castro Palomino y se rentaba para establecimiento comercial. Las obras corrieron a cargo del facultativo Alberto de Castro. En poder de esta familia y sus descendientes se mantuvo durante los años de 1950.
El inmueble llegó al presente convertido en ciudadela y en lamentable estado de conservación. A pesar de ello, saltaban a la vista los elementos de una construcción muy antigua que debió tener sus orígenes a principios del siglo XVIII y arrastraba en su tipología elementos del XVII, como la cubierta a cuatro aguas de la primera crujía y el techo de armadura. La fachada fue transformada en el siglo XIX, perdiendo el tejaroz en su frente, sustituyéndose la madera por la herrería en los balcones e incorporando guardapolvos sobre los vanos de puertas, muy propios de los códigos neoclásicos presentes en esa época.
En los años 2000 habitaban 25 familias y el aspecto del edificio era casi ruinoso. Su estructura –afectada por diversas patologías, la transformación y el uso indiscriminado de sus espacios–, parecía jamás poder salvarse. Sin embargo, fue emprendida su restauración, la cual se llevó a cabo en dos fases: la primera, entre 2001 y 2006, concentrada en la intervención de la primera crujía y la fachada; y la segunda, entre 2007 y 2015, enfocada hacia el interior.
La fachada sufría una inclinación pronunciada, descenso y profundas grietas; estaba toda reformada por la apertura de nuevos vanos en planta baja, y afectada por la humedad y el fallo estructural de la cubierta y los muros de apoyo. En el interior, sobraban los añadidos. El patio se mostraba muy alterado al igual que sus elementos originales. Los entrepisos de madera también se encontraban deteriorados en su totalidad y en la azotea existían construcciones anexas.
El objetivo del proyecto fue restaurar y conservar la estructura existente, reconstruir las partes perdidas con materiales compatibles; habilitar los espacios de la casa respetando su distribución original y su evolución a través del tiempo –como lo reclama un edificio que ostenta el Grado de Protección I. Se destinaría a sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad con el fin de mostrar, de manera didáctica, los rasgos de la vivienda habanera del siglo XVIII.
Significativas fueron las investigaciones aportadas por especialistas del Gabinete de Arqueología y de Pintura Mural de la Empresa de Restauración de Monumentos. Gracias a su pericia y trabajo fueron descubiertos y rescatados el aljibe y un gran mural de piso a techo en planta alta que, afortunadamente, sobrevivió a la antigüedad y el infortunio. La casa, en general, posee un rico y excelente repertorio de pinturas murales, la cuales también fueron recuperadas en su mayoría.
Uno de los grandes retos fue desmontar el techo de armadura de par e hileras para evitar su desplome. Todas las piezas fueron clasificadas, unas restauradas y otras reproducidas. Las armaduras inclinadas de la azotea fueron reparadas in situ con el mismo proceder, diferenciándose bien los elementos originales de los de nueva aplicación. Se colocó el balcón de fachada y se sustituyó el entrepiso. Asimismo, se restauró o reprodujo la carpintería dañada.
Durante la rehabilitación se estudió el empleo de materiales compatibles y se hizo una selección correcta de los pavimentos. Para escoger los colores a emplear se realizaron calas exploratorias en los muros, aflorando trece capas de pinturas, correspondientes en su mayoría a los tonos ocres. Las calas de color en la carpintería arrojaron diferentes gamas y tonalidades, y salieron a relucir las decoraciones en los canes de madera.
La intervención realizada en la antigua casa de Arango y Parreño por especialistas de la Oficina del Historiador, fue merecedora, en el año 2016, del Premio Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos que otorga el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural –en la categoría de Restauración. Recibió, además, Premio Especial de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC) y de la Cátedra Gonzalo de Cárdenas de Arquitectura Vernácula.
En el 2020 se seleccionó para convertirse en la Casa Eusebio Leal Spengler, para lo cual se estudia, proyecta y ejecuta actualmente un nuevo diseño museográfico que acercará al visitante a la vida y obra del insigne Historiador desde diferentes dimensiones.
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