Amar demasiado
15 de enero de 2016
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Diferenciar una emoción negativa de una positiva es juego de niños, ya que estos desde muy pequeños son capaces de expresar las manifestaciones de unas y otras, e incluso de anticiparlas. Por ejemplo, si se le niega la golosina porque es horario de comida, solemos escuchar que el niño dice que se va a enojar o entristecer, y de la misma forma lo hace con las emociones positivas, y si pide que le compren un juguete anuncia la alegría que esto le provocará. En la adultez estos mecanismos se hacen mucho más complejos, además, se enriquece el repertorio emocional, y entonces poseemos no solo aquellas emociones primarias, sino muchas más que se incorporan durante el aprendizaje de la vida.
Sin embargo, hay un elemento de la emociones que quiero compartir con ustedes hoy, y se trata de la intensidad de las mismas y como esto, incluso, puede convertirla en positiva o negativa, siendo así un potenciador o un obstaculizador de la actividad que realizamos. Si tomamos como ejemplo el amor, que es tan universal y que como dice una canción es el motor que impulsa la vida, nos queda claro que es una emoción, un sentimiento positivo, pero ¿no han escuchado también decir que hay amores que matan? Cuando así hablamos nos estamos refiriendo a la excesiva intensidad del amor que convierte a esa maravilla en un agobio, tormento, asfixiándonos, por lo que la dosificación resulta de importancia para no cruzar el límite entre lo positivo y lo negativo. Que el esposo vaya a buscar a la mujer al trabajo para regresar a la casa juntos es agradable y expresión de interés, preocupación, del agrado que siente el pasar tiempo con ella; pero si va todos los días, entra a la oficina, pregunta, inquiere, apresura para marcharse, da opiniones, aunque lo haga con la buena intención de ser parte de la vida de su esposa e incluso ayudarla, se convierte de amor en acoso y agobio, y ahí cruzó la línea entre lo que resulta positivo y lo rechazante por su carga negativa. En el matrimonio más unido, cada uno necesita de espacios individuales con esferas de acción con amigos, colegas, familiares e incluso con los hijos donde hayan intercambios, donde no tiene cabida la pareja, no porque haya secretos, sino porque cada ser humano tiene necesidad de poseer su propia intimidad, compartida diferenciadamente. Así, dos amigas conversan de asuntos que los maridos no tienen que saber, pasando lo mismo con los hombres, y no tiene que ser cuestión de infidelidades, hablar mal de su pareja, en fin no es que sea algo ilícito, sino que es parte de la diversidad de los tipos de amor, de afecto que profesamos a las distintas personas que comparten nuestras vidas.
Se puede decir entonces que el amor debe ser favorecedor de la individualidad y el desarrollo personal y es peligroso el criterio que defiende la fusión de las individualidades, porque de esta manera se convierte en obstáculo, resultando en la pérdida de la independencia, y por lo tanto de llevar a cabo proyectos que tal vez estaban pensados y previstos antes de enamorarse. Tanto es así que no es difícil encontrar personas que afirman que tener una pareja estable, que casarse es un yugo, una atadura a la que huyen porque solo ven la parte del control al que lleva pasar el límite de lo positivo a lo negativo, o sea, imprimirle demasiada intensidad al amor.
Tener una esposa (y así también se le llama al utensilio que se le pone a los arrestados, los presos para que no escapen) demandante, exigente, a la que le molesta los amigos del marido, que no quiere que él pase tiempo con otros, que controla el tiempo entre la salida del trabajo y la llegada a la casa, que llora con frecuencia porque reclama que ya no la quiere como antes, es también un ejemplo nada difícil de encontrar de lo que he estado diciendo, provocando que ese amor que el hombre sentía al casarse se transforme en rechazo, ansiedad, enojo por la angustiante demanda de un amor excesivo.
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