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Amar con el cerebro

19 de agosto de 2016

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Aunque desde que la inteligencia emocional, su estudio y aplicación en los muchos y diferentes ámbitos de la vida social se he insertado en el “ojo del huracán” de la Psicología y de otras ciencias, han habido muchos cambios fundamentales en cuanto a cómo se considera la inteligencia -muy diferente a lo que prevaleció durante casi un siglo-, lamentablemente aún hoy en día existen personas que no logran entender como dos conceptos históricamente tan opuestos, razonamiento y emociones, en verdad son muy unidos, tanto, que resulta imposible analizar a los seres humanos, su personalidad y su actuación sin que se vean como un matrimonio muy bien llevado.
Lo he escrito anteriormente, pero ahora me permito repetirlo; se creyó durante mucho tiempo (y yo así también lo creía) que las emociones eran tan primarias, espontáneas y viscerales que lo único que las asociaban al razonamiento, la lógica, el pensamiento (que es lo que caracteriza al ser humano) era que interferían su buen funcionamiento. En la vida cotidiana se ven casos como el de Juan que al ver a Diana en una fiesta “perdió la cabeza” y empezó a cometer locuras como dejar a la esposa, etc., o que Isis no podía trabajar cuando veía acercarse a una mujer a su marido y reaccionaba con emociones negativas, celándolo y siendo grosera con la mujer, aún cuando no había motivos. Estos dos ejemplos los he sacado de la vida real porque los conocí.
No voy a contradecir lo obvio, es decir que estas personas han permitido que las emociones desorganicen su conducta y en vez de beneficiar sus vidas, las convierten en un infierno, ya que no se puede vivir con el “credo en la boca” todo el tiempo y si bien es cierto que amar es muy bueno, no podemos dejar que nos eche a perder la vida, todo lo contrario: el amar es para hacernos felices.
No cabe duda que Juanito e Isis son personas con determinado grado de analfabetismo emocional y efectivamente hay un divorcio entre la mente racional y la mente emocional, cuando en verdad lo que nos ayuda es que trabajen en una buena comunión para que exista una facilitación emocional del pensamiento, lo que claramente quiere decir que hay que aprender a que las emociones ayuden a pensar y no que interfieran. Esta facilitación emocional hace referencia a la verdadera y útil acción de la emoción sobre la inteligencia ¿De qué modo? El primer paso es el auto conocimiento -varias veces lo he dicho- que lleva a aprender como percibimos, valoramos y expresamos las emociones, o sea, tanto conductualmente como los estados físicos asociados y el manejo de las mismas, así como identificar las emociones en las demás personas y cómo influyen en ellos nuestra expresión emocional.
Siguiendo los ejemplos que puse, el esposo de Isis se sentía halagado al principio del matrimonio, pero, con el tiempo, se agobiaba ante tanto amor y celos y se divorció. Juan hizo que Diana se sintiera con total libertad de serle infiel porque él era incapaz de dejarla de amar y mantuvieron una relación muy tormentosa de peleas y reconciliaciones digna émula del filme “Pecado original”.
Cuando se logra el auto conocimiento es posible estar en condiciones para que las emociones beneficien nuestro raciocinio, o lo que es lo mismo: la acción de la emoción sobre la inteligencia, incorporándose a la misma y de este modo lograr que estas guíen los procesos cognitivos (sensaciones, percepciones, memoria, atención, pensamiento y lenguaje) hacia informaciones relevantes, facilitando de este modo la toma de decisiones y el análisis de las situaciones desde diversos puntos de vista, y claro que también puede beneficiar la creatividad, o sea, actuar de forma innovadora.
Resulta claro entender que las emociones bien manejadas hacen que el cerebro funcione mejor, además que transforma las negativas en positivas y de igual manera se desarrolla el optimismo y la perseverancia. Entonces los errores que cometieron Juan e Isis fue expresar descontroladamente sus emociones, sin evaluar que provocaban emociones y conductas contrarias a lo que querían, porque ni la mujer de él, ni el marido de ella, los amaron con la misma intensidad, sino que los rechazaban. De cómo debieron actuar para lograr una respuesta deseable es algo que les propongo para otro día.

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